Alicia Del Valle
Esa guerra que no fue, pero que nos tuvo preocupados, allá
por el 1978, fue el conflicto por el canal de Beagle, en el sur, tan lejos para
los que vivimos en el centro del país.
El problema había comenzado por la posesión de las islas e
islotes, ubicado en el llamado “martillo”, un polígono definido en el arbitraje
de 1971 en la zona del canal.
Allí, se hallan ubicadas las islas Picton, Lenox y Nueva,
Gratil, Augusto, Snipe, Becasses, Gable e islotes adyacentes.
Me atrevo a opinar que Chile siempre buscó una salida o paso
al Atlántico. Fueron años de arbitrajes, laudos, resoluciones y desacuerdos que
estuvimos a punto de declarar la guerra a Chile.
La “Operación Soberanía” se puso en marcha con despliegue militar
del gobierno de facto (juntas militares) y el apagón fue un ejercicio que
afectó a la población civil.
Mi juventud de ese entonces y, confieso, mi indiferencia al
hecho en sí enojaba mucho a mi padre.
En esa época otros eran mis intereses, que estaban
relacionados con resolver asuntos financieros que afectaban a mi familia y me
acongojaban. Eran malas rachas que nos perseguían.
La cuestión fue tan enojosa con nuestro vecino país que aquí
comenzaron a preparar a los ciudadanos por si se desataba lo que nadie quería.
Se fijó un apagón en todo el país a hora y día determinado
para preparar a la población en caso de bombardeo. El mismo requirió de una
estructura logística, cuyos últimos eslabones fueron los coordinadores de zona
y los jefes o vigías de manzanas, que recorrían el lugar asignado controlando
que hubiera luces.
Dos o tres días antes del simulacro, hablo vía telefónica con
mi hermano para pedirle que lleve a su casa a mi papá, ya que eran vecinos, con
el argumento de que era grande y podía tropezar y caerse durante el apagón. A
mi casa no iba a venir, no era el día que le correspondía y él no hacía
concesiones.
Del otro lado de la línea telefónica mi hermano me solicita
que si estaba parada me sentara y lo escuchara atentamente: “Papito es jefe de
manzana y está buscando un brazalete de la Cruz Roja de tu hija para llevarlo
al revés. Es lo que necesita para usarlo esa noche”.
Quedé sin palabras y acordé que me trasladaría con mi familia
a su casa para acompañarnos en ese problema, que lo era, para nosotros. Sacarle
esa idea era imposible, lo conocíamos.
Mi enojo era con un primo, que como empleado estatal lo
designaron coordinador de zonas y tenía que seleccionar a ciudadanos para jefes
de manzanas.
Ante mi reclamo por reclutar gente mayor, sin experiencia me
confiesa que ningún joven quería hacerlo y solo se ofrecían los “viejos”, no
podía hacer nada y el simulacro había que hacerlo.
Comprendí su situación, en mi condición de docente yo también
había padecido esa responsabilidad, convocando gente para los censos ante la
deserción de los asignados.
Mi papá se tomó muy en serio su tarea y anduvo dando
indicaciones, haciendo advertencias a todo el mundo, sobre todo a una amiga,
que no quería adherirse al apagón y le aseguraba que una luz iba a encender.
Tuvimos que calmarlo con mi hermano y hacerle entender que
éramos vecinos de toda la vida y que un ejercicio de esa naturaleza no iba a
destruir ninguna amistad.
Usamos el mismo tono amenazante que él y se calmó bastante.
Era un chico con un juguete nuevo. Creo que era el único
argentino jugando a la guerra. Después, comprobamos que no.
Llegó el día, alistamos al jefe, lo saturamos de
recomendaciones, le informamos que íbamos a estar en la terraza y que, ante
cualquier inconveniente, avisara con la linterna que llevaba. Él sonrió y se
fue.
El tiempo no ayudó, fue una noche clara, tan clara, que se
veía todo, la mayoría de nuestros vecinos hicieron lo mismo, una hora tomando
mate, creo que de 22 a 23.
Hubiéramos sido un blanco perfecto.
Nuestra tarea fue cuidar a nuestro padre y ser testigos de la
inconsciencia de algunos jóvenes bromistas que tiraron agua y cohetes cuando
pasaba el vigía de manzana con el solo propósito de molestar y divertirse. Por
suerte, en la nuestra, mi papá no tuvo oportunidad de pelear. Fueron más
civilizados.
Mi padre vivió con orgullo esa tarea y cada tanto contaba
alguna anécdota graciosa de esa ocasión.
Gracias a Dios todo quedó en preparativos, ya que con los
años y la intervención de la Iglesia como mediadora se logró la ansiada paz.
Me acuerdo perfectamente de ese día. Mi madre estaba internada por una operación, y me tocó cuidarla justo esa noche. Sí era una noche muy clara y veíamos perfectamente los edificios de la vereda de enfrente. Era el Sanatorio IMCE, hoy ICR, que está en Oroño al 400. Justo hace unos dias me comenta una de mis hijas que ella se acuerda del simulacro y solo tenía 5 años y tuvo que quedarse en casa con sus hermanos y mi esposo.
ResponderEliminarNoemí Peralta.