María Victoria Steiger
Hoy voy a contarles un poco de cómo fue la
adaptación de mi familia a nuestra vida en Rosario.
Nos dijeron en casa, no me acuerdo bien si a
principio del año escolar o en las vacaciones de invierno, que nos mudábamos a
fin de año, antes de Navidad.
Eso fue como una “bomba”: todos con mil preguntas y
pocas respuestas. Era algo sin vueltas.
Mi padre no
andaba bien de salud ni económicamente. Fue muy duro para todos, además
teníamos que terminar con las materias en orden porque si nos llevábamos alguna
la tendríamos que rendir en el colegio nuevo. ¡Era muchísimo!
Para mí, eso era muy difícil, la única que me
acarreaba siempre unas cuántas para diciembre o marzo en casa era yo. Como
verán, por un lado, prepararse a cambiar de ciudad amigos y además no quedarse
con ninguna materia “colgada”. Logré terminar sin materias a rendir lo que fue todo
un ¡éxito!
La preparación de la mudanza fue larga y pesada, las
despedidas durísimas, todo junto con el calor de esa época del año.
Llegamos acá a una casa que nos alquiló una hermana
de mi padre. Era una casa grande bien ubicada En ese momento no tenía idea de
esto, había venido a Rosario varias veces, pero solo conocía la casa de mi
abuela y de alguna tía.
El tema de las escuelas también lo tenían resuelto.
Nosotras sabíamos que nuestros padres lo habían arreglado por teléfono con mi
tía, que recomendó las monjas de La Misericordia que quedaba muy cerca de
nuestra nueva casa.
Nosotras no teníamos ni voz ni voto. En realidad, a
mí no me afectaba el cambio de monjas y si el cambio de amigas de costumbres de
salidas etcétera.
Mi hermana
Susana estudiaba piano y yo guitarra en la Universidad de Cuyo. Pedimos las
constancias y acá veríamos cómo seguir. En esa época cursaba tercer año de la
secundaria y tendría cuarto y quinto para hacer en Rosario. La parte de los
estudios de música lo averiguó una prima que estudiaba en la facultad de Música
y nos dijo que tendríamos que rendir examen de ingreso. La verdad es que no
tuve problemas con eso. Llegamos a Rosario en diciembre, no conocía a nadie así
que estudié todo el programa que pedían para rendir en marzo.
El verano fue aprender a ir de un lado a otro sin
perderme, ya nos dejaban ir solas, por supuesto, con la clásica pregunta: “¿Dónde
vas? ¿A qué hora volvés? No te olvides que la cena es a las nueve, venite antes
así ayudás, mira que tu padre quiere que todos estén a tiempo en la mesa”. No
tenía muchos lugares para ir. En general, me daba una vuelta por el centro para
aprender los nombres de las calles (ómnibus todavía no sabía usarlos) y cansada
de caminar “aterrizaba” en la casa de mi abuelita que siempre tenía un matecito
preparado para el que llegaba. Fueron tiempos difíciles para todos en relación
a tantos cambios.
Entre preparar el examen de guitarra con curso de
ingreso al Instituto de Música de la Universidad, mis caminatas por el centro y
las visitas a casa de mi abuelita se me pasó el verano. Con mi mejor amiga de Mendoza
nos seguimos actualizando por carta por muchos años. Tiempo después, yo ya con
todos los chicos, viajamos allá y nos reencontramos, y actualmente con tanta
comunicación es mucho más fácil charlar como cuándo éramos “tan chiquitas”.
Esta es una versión de la mudanza muy acortada y
vista desde mi parte. Charlando el otro día sobre este tema con mi hermana (la
quinta, recuerden que somos ocho) me decía que ella sufrió muchísimo el cambio
y se sintió muy sola y encerrada.
Claro, yo no lo vi ni lo viví así, y la diferencia
de edad, (yo soy la segunda), pesaba mucho.
No me voy a extender en este relato, porque fueron
tantos cambios y vivencias en poco tiempo, que son muy difíciles de enumerar.
Por el lado de lo que es una mudanza con cambio de
ciudad, es difícil. Años después me di cuenta de que no era una pavada.
Todo cambio produce incertidumbre y pesares...pero al final, como todo nos acostumbramos y la vida sigue...solo queda en el recuerdo... Mimí
ResponderEliminarRosario es así, somos una gran cantidad de "venidos" de otros lares que poco a poco fuimos haciendo la vida en esta ciudad.
ResponderEliminarEl desarraigo siempre cuesta, además del cambio de costumbres, llegar a una ciudad cosmopolita como Rosario es un cambio grande, pero la vida tiene eso y vamos aclimatando nuestra historia a un nuevo sitio que nos acoge.
ResponderEliminarAhora la mendocina nos deleita con la belleza de sus relatos.
Un abrazo Luis.