Alicia Del Valle
Eran otros tiempos.
Solo telefonía fija y no en todos los hogares. Conseguir una línea
telefónica de la ex Entel era algo así como ganar un premio, sobre todo en los
barrios alejados del centro de la ciudad.
De todas formas estábamos comunicados. Nos arreglábamos. Siempre había un
vecino o familiar cercano que compartía su teléfono. En mi caso, era una tía,
Irma, que oficiaba de Celestina; y una llamada para mí podía significar un
futuro marido que no había que ignorar.
De forma más lenta, pero había comunicación. Esa época a la que me refiero
era cercana al verano, ya finalizaban las clases, éramos adolescentes y a punto
de graduarnos.
Organizamos una tarde ir al balneario “La Florida”, muy popular en Rosario.
Éramos cuatro compañeras, estudiantes del mismo curso y escuela, amigas y
compinches y allá fuimos, después de almorzar en la casa de Mabel, cercana a la
playa y que la familia usaba como casa de verano.
Épocas de risas, de risas porque sí, porque ese es un derecho del joven,
solamente podía ser un problema para nosotras, el hecho de que el muchacho que
nos desvelaba ni siquiera nos mirara, y a pesar de esas desilusiones se
planificaba todo para divertirse.
Llegamos a la Florida, acomodamos nuestras pertenencias luego de
seleccionar el lugar y nos dispusimos a tomar sol y a relojear qué podía interesarnos de la concurrencia.
Y… ahí apareció… figura impactante, cuerpo trabajado, con una malla tipo
zunga, amarilla brillante con espantosos voladitos, el famoso Pedrito Rico. Era
un cantante español que visitaba a menudo la Argentina y en esa oportunidad
estaba en Rosario y se animó a ir a la playa, exhibiendo orgulloso su humanidad
con un color envidiable, para nosotras, las chicas; los muchachos no lo miraban
bien.
Fue un adelantado, mostró sin tapujos su identidad sexual y se arriesgó al
prejuicio de la época. En ese entonces todos debíamos ser heterosexuales, no se
hablaba de discriminación, de nada. Hoy me pongo en la piel del que no lo era.
Pero esa tarde Pedrito Rico con su andar desenfadado contribuyó ampliamente
a nuestras risas, de alguna manera, todos nos reíamos de todos.
Y así siguió la tarde con nuestra infructuosa búsqueda de galanes.
Escondidas detrás de las lentes ahumadas, divisamos un profesor de nuestra
escuela que venía caminando con unos amigos por la costa del río.
Era un hombre joven y su paso por las aulas lo hacía de forma muy arrogante
y en esa oportunidad nos causó tanta gracia verlo desprovisto de esa pose
escolar y ser un muchacho más que debimos haber sido provocativas, ya que él y
su grupo se nos acercó sonriente tratando de confraternizar sin reconocernos
como alumnas.
Nuestra respuesta al unísono fue: “¡Buenas tardes, profesor!”
Huyeron después de un rápido y diplomático saludo.
Fue una tarde anecdótica, para no parar de reír, pero acordamos algo
parecido a… “lo que pasa en la playa queda en la playa” y en nuestro ámbito
escolar: “Profe, si te vimos, no nos
acordamos”.
Muy linda relato!.
ResponderEliminarEl balneario La Florida era tan distinto con sus sauces y sus altoparlantes difundiendo música y publicidad!...Y la sangría de vino blanco o tinto que vendían en el bar de lo que hoy es Escauriza y Costanera!...Y es cierto, Pedrito Rico fue un adelantado.