Haydée
Sessarego
Recuerdo muchas despedidas a lo largo de varias
décadas. Entre ellas, las de Fin de Año, especialmente durante la escuela
secundaria y al terminar quinto año, en 1968, en mi caso.
Esa despedida fue en la casa de Raquel en la
localidad que, por ese entonces, se llamaba o la seguíamos denominando Paganini
y hoy es Granadero Baigorria.
En diciembre de ese año, marchamos en el colectivo de
la línea “9 de Julio”, que hacía el trayecto expreso desde la Plaza
“Sarmiento”, también llamada “Santa Rosa”, quizás por la proximidad de la
iglesia del mismo nombre, hasta nuestro querido Paganini. No recuerdo si fue
casi todo el curso o el grupete de las ocho o nueve, más algunas otras
compañeras.
Allí “Queta” tenía su casa de fin de semana. No
piensen en un chalet coqueto, ¡nooo!, para nada . Una casita cuadrada, como se
diseñan ahora, pintada de blanco, construida sobre la barranca del Paraná, que
se presentaba majestuoso, marrón- plateado, según el día. Bajando nos permitía
disfrutar de sus playitas con poca arena, tierra y algunos pastos. Arriba,
sobre la barranca, había un bosquecito de no sabría precisar qué árboles, muy
altos y frondosos.
Llevábamos cada una nuestras viandas, que casi
siempre eran de sándwiches, llamados” familiares” de pan “Felipe”, descortezado
o no, según el gusto. Rellenos de jamón , queso y manteca o mayonesa o ¡salame
de Milán y queso! (mi preferido en esos bellos tiempos), acompañados por
bebidas gaseosas, que adquiríamos en granjitas cercanas. Alcohol, tengo un vago
recuerdo, podía ser cerveza al atardecer, antes de volver a Rosario. Tampoco
faltaban los “amargos” cebados luego de comer por Patri, Bichi y Dalila o el
cafecito instantáneo, que preparábamos batiendo muy bien el producto con agua
fría y azúcar en el fondo de la taza, antes de llenarla con agua caliente.
Una especialidad que nos hizo descubrir Queta, fue
el licuado de bananas con “Nesquik” cuando en su casa, siempre sin padres
porque viajaban mucho, preparándonos (las más amigas) para las cuatrimestrales
finales, obligatorias de todas las materias por resolución ministerial del
gobierno de Onganía. Eso también era una rica merienda con facturas en
Paganini.
Recuerdo que jugamos a diferentes juegos de cartas
en los que Raquelita, Mariela, Patri y Stella eran muy avezadas, en especial en
el truco porque mentían maravillosamente bien.
Entre otros imborrables recuerdos de ese día y
varios fines de semanas cercanos a los fines de año de cuarto y quinto año,
llevo bien grabados en mis retinas, las bicicleatedas
por las calles de arriba, siempre cercanas al río.
Jamás olvidaré una de esas tardes en que hicimos una
recorrida larga Dalila y yo. Ambas ataviadas solo con nuestras bikinis, ya que
el calor se hacía sentir. ¡Impensable andar a la siesta, solas dos adolescentes,
según rezan los testimonios de lugareños y crónicas actuales!
Algunas veces iban los novietes de algunas de nosotras y el “Huevo”, Hugo, novio y luego
marido de Raquel. ¡Ni contar los arrumacos o chapadas en la playita a orillas del río!
Al narrarlo lo revivo con nostalgia. Siento que me
hace bien porque, ya no están entre nosotras desde hace muchos años, ni Raquel
ni Dalila. Susana también partió hace 2 años.
No quedan fuera las despedidas de solteros/as. A los
“varoncitos”, sus amigotes los llevaban de juerga a bares donde “casualmente”
había señoritas dispuestas a hacerles pasar un rato muy “hot”. Eso todo muy
bien regado con alcohol allí y unas horas antes, cenando. Entre mis amigos y
familiares no se dio el desnudar al chico casadero y pasearlo en el baúl de un
auto por el centro. Pero sé que esa práctica era muy común y lo es aún hoy.
Para nosotras las chicas, la despedida de soltera,
consistía en una juntada en un bar o restaurante, con amigas y familiares
mujeres, nunca madres o tías. Se nos regalaban pequeñas utensilios o adornos
para la casa, como también ropa interior bien “sexi”. Ahora…, nunca faltaba la
caja que al abrirla contenía, por ejemplo una zanahoria muy grande con dos
huevos a los costados y demás alusiones. No importaba si el sexo había
acontecido antes del casamiento, ese tipo de presentes eran infaltables.
Nada muy “bullanguero”, ni escandaloso más las
palabras siempre bellas plenas de buenos augurios de una o varias amigas, que
escribían acerca de nuestras historias de noviazgo y también amistad,
deseándonos: ¡Toda la Felicidad del Mundo! .
Hoy, cerca del 8 de noviembre tenemos otra
despedida. Es la que haremos entre nosotros, los compañeros de los martes a las
18.15 en el espacio llamado : “Contáme una historia”.
De mi parte no es una despedida final, porque deseo
seguir reuniéndome con todos de ustedes y el profe, José, en 2017. Soy consciente que finaliza otro ciclo de
encuentros que me han sido muy gratos, por lo que personalmente pude producir,
tanto como por lo que, atentamente escuché de mis compañeros. Sabemos que
algunos nos emocionaron hasta la médula sacándonos lágrimas. Otros nos hicieron
sonreír gratamente y algunos más, nos produjeron directamente, carcajadas.
Valoro profundamente estos momentos. Por eso, hoy
rememorando antiguas despedidas, les digo y me digo: ¡Sigamos disfrutando,
compartiendo, haciéndonos cómplices de nuestros venturosos recuerdos! ,
diciéndonos : “hasta el año que viene en el mismo lugar y a la misma hora”.
¡Gracias a todos por tanto!
Una edad en la cual se disfrutaba todo, aún con tantas restricciones de parte de nuestros padres, nos arreglábamos igual de alguna manera...Bella época..... Mimí.
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