José Mario Lombardo
“El Malta”, sobrenombre
derivado de la abreviatura de su apellido, era uno de los dibujantes en la oficina
técnica de la Dirección de Hidráulica de la Municipalidad de Rosario.
“El Malta”,
técnico constructor, también era poeta: Él se autodenominaba “El poeta de la
zurda”, seudónimo que refería a la zona donde se halla ubicado el corazón.
Allí, en
“Hidráulica”, trabajábamos un grupo de técnicos, ingenieros civiles, ingenieros
geógrafos y dibujantes, diseñando los sistemas de desagües pluviales de los
barrios rosarinos.
Había también
choferes y ordenanzas. Unos manejaban los vehículos, cuando se necesitaba salir
a tomar datos de alguna zona, y los otros cumplían tareas de limpieza o el
traslado de expedientes en curso hacia el Palacio Municipal, pues en aquel año
de 1970, la Dirección de Hidráulica, junto a otras reparticiones afines, estaba
en la calle Salta casi llegando a Ovidio Lagos, bastante alejada de la sede de
gobierno.
Uno de los
ordenanzas era Cardacci.
Cardacci, además
de cumplir con su tarea, en los ratos libres solía dibujar y sus trabajos se
componían de extrañas formas, que casi siempre definían cuestiones ajenas a los
objetos dibujados; es decir, un árbol no era un árbol, una fruta no era una
fruta, una nube no era nube.
Durante los dos
años que trabajé en esa repartición municipal, compartí tareas con un compañero
de estudios. También nos retiramos de “Hidráulica” casi al mismo tiempo y, entonces,
distintos trabajos nos alejaron. Estuvimos sin vernos más de veinte años. El se
fue a trabajar al norte y yo siempre me quedé en Rosario. Un día, él volvió para
visitar a un familiar y entonces aprovechamos para celebrar el reencuentro.
Tiempo después,
sorpresivamente, apareció en mi casa. Traía bajo el brazo una carpeta azul de
tapas duras. Me dijo que era un regalo. Abrí la carpeta y me encontré con algo
totalmente inesperado: ¡Eran los dibujos de Cardacci!
Estaban
intactos. Como dibujados ayer. Me permito transcribir los títulos.
Todos
encabezados con la leyenda “Créase o no”: 1) Córdoba, año 1760, MONTAÑA CON
FORMA DE GALLINA. 2) California, 1870, ZANAHORIA “ JEMELA” EN FORMA DE SER
HUMANO. 3) Año 1230, COCODRILO DE BENGALA. FUE ENCONTRADO EN EL OCEANO DEL
NORTE POR UN PEZCADOR INDIO.4) La India. UNA PIEDRA EN FORMA DE ZUECO JAPONES.
5) UNA RAIZ DE PALMERA EN FORMA DE CONEJO DE ANGORA. 6) California, 1912. ARBOL
EN FORMA DE ANIMAL. 7) Año 1912. SIN TITULO. 8) La India, 1912 ¿CARACOL? 9)
California, 1420. PAPA EN FORMA DE UN CRANEO. 10) California, año 1420. PEZ CON
COLA DE RATON. Todos ellos dibujados en papel “cansón” tamaño oficio, con lápiz
negro y, además, una copia heliográfica de un trabajo de mayor tamaño dibujado
sobre papel transparente con el título: California 1725. UNA MONTAÑA EN FORMA
DE UN PAJARO.
Una presente invalorable que me llevó, junto a
mi amigo, a revivir aquel tiempo que habíamos compartido.
Por otro lado, “El
Malta” se jubiló y dejó “Hidráulica”. Un día, lo encontré en el hall de los
Tribunales provinciales. Él siempre andaba con un viejo portafolios donde,
además de papeles y expedientes, tenía libros de poesía, algunos de su autoría y
otros de algún poeta amigo. Fue entonces que me obsequió unos versos que
trataban sobre “La medianería”.
Todos sabemos
que una medianera es ese muro que separa viviendas vecinas. Es muy común que se
susciten controversias entre vecinos cuando, quien construyó el muro, reclama a
quien en él apoya con posterioridad su casa la justa retribución por el costo
del mismo.
“El Malta”
describía en aquellos versos sus cuitas como liquidador de medianería y los
entuertos que se sucedían entre vecinos, por la simple existencia de un muro de
ladrillos que los separaba. Pero lo notable de aquella poesía era que su autor,
en un rapto de inspiración, había estampillado, sellado y certificado ante los
Tribunales provinciales los términos de la obra de modo que en el papel aparecían
los títulos que daban fe de los dichos del poeta liquidador.
Esa poesía era
una muestra de su infaltable humor.
El 29 de mayo de
1995, lo recuerdo porque anoté la fecha, estaba yo tomando un café en el bar
que se encuentra en la esquina de España y 27 de Febrero. Como me había ubicado
ante las ventanas del frente, divisé a “El Malta” que venía cruzando por
España. Pasó casi a mi lado y, cuando me reconoció, me saludó y siguió de
largo, pero pronto se arrepintió, volvió, entró, me dio la mano, sonrió con un
gesto de picardía y después continuó tranquilamente su camino.
Me fui a mi
oficina, tomé lápiz y papel y casi de corrido escribí unos versos dedicados a
esa circunstancia. Varios años después, se los entregaría a él. Su
destinatario.
Esos versos, decían
en el final:
“Lo vi pasar: Despacito y sin apuro.
Me saludó de
refilón, el brazo en alto.
‘Regresará,
porque siempre se regresa’,
me dije al punto
y comencé a esperarlo.
Y no era aquella
idea tan absurda,
era quizás
presunción de solitario,
lo vi volver
sobre sus pasos meditando,
con alguna
sentencia a flor de labios.
Desde la puerta
me tendió la mano,
agregando con su
tono solidario:
‘Soy Malta, el poeta
de la zurda.
La vida ordena
no pasar de largo’.
No
hace falta abundar ni en la pureza del trazo de Cardacci ni en la vena poética
de “El Malta”. Con el recuerdo me basta.