H. B. Carrozzo
Estaba revisando mi caja de los recuerdos y apareció
esta foto.
Nosotros
jugábamos en la calle; un arco, el árbol de la casa de los Ruggero; el otro, el
árbol de la casa de los Crous. Cruzada en diagonal de una vereda a la otra.
Tráfico
no había salvo algún auto que pasaba de tanto en tanto y paraba para terminar
la jugada. Luego, seguía su ruta por la calle de empedrado grueso. Los medios
de locomoción eran los tranvías y pasaban por Necochea o Ayacucho.
Claro,
jugábamos nosotros contra los otros pibes, todos más chicos, contra todos. Eran
siete, ocho, nueve, no importaba, éramos más grandes y se notaba.
También
en esa época los papás soñaban con que sus hijos fueran los cracks que jugaran
en Central Córdoba, Ñuls o Central, aunque en algún equipo de Buenos Aires. Por
aquellos tiempos, Europa era impensada, solo para la Saeta Rubia y algún otro.
Así
que don Avelino, un papá, nos inscribió en el torneo de Baby de Central
Córdoba, torneo que, imaginábamos, íbamos a ganar de punta a punta.
Pero
nosotros a esa edad no salíamos de la calle Colón para jugar, ni siquiera a la
canchita de La Fe (Colón y Ocampo) o la Textil (Chacabuco y 27). Íbamos para
ver a los capos que jugaban allí, un tal De La Mata, por mencionar a alguien.
Éramos
los fenómenos de la calle Colón. Veníamos a mostrarles cómo se juega a la
pelota.
Comenzó
el partido, creo que eran 20 minutos en dos tiempos. Empezó el partido y ¡gol
nuestro! Los goleamos, pensamos. Al cuarto gol… de los rivales nuestros viejos
se fueron de la cancha para evitarnos una vergüenza mayor. Terminado el
partido, saludamos y nos fuimos a casa, donde nos esperaban con algún festejo
como para levantar el ánimo.
De
todas maneras, al otro día a las seis de la tarde, después de hacer la tarea,
regresar de la escuela, de inglés o lo que fuera, estábamos listos para empezar
nuestro acostumbrado picado de la calle Colón.
Picado
que era condimentado con algún vidrio roto o alguna pelota perdida en el patio
de algún vecino. Estas, a veces, volvían para seguir; a veces, volvían cortadas
prolijamente al medio por la vieja amargada, que no aceptada nuestras destrezas
con el balompié.
“Cajita ‘e recuerdos,
llena de momentos,
cartas amarillas, flores secas ya”, como dice la canción, “cuantas historias guardás”. Recuerdos de un pasado que está vivo en mi memoria.
cartas amarillas, flores secas ya”, como dice la canción, “cuantas historias guardás”. Recuerdos de un pasado que está vivo en mi memoria.
Recuerdo con tu relato los partidos del barrio de mi hermano, solo barriales, nunca en algún club. Mi padre era de Central, pero él era de Ñuls, cosa que nunca entendí. De todos modos no eran muy fanáticos, pero sí recuerdo haber ido de vez en cuando a la cancha con mi padre y mi hermano...Hermosos recuerdos...
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