María
Victoria Steiger
Un
programa “chino” como le suelo llamar yo a algunos acontecimientos, que acepto
pero que me sacan de mis rutinas. Resulta que una de nuestras hijas tenía un casamiento y nos propuso
dejar a los chicos en casa.
El mayor
tiene casi cinco años
ya se había
quedado en otra oportunidad y todo bien, la nena es un “pegote” de su mamá especialmente. Ya ahora con sus
tres añitos se queda en casa juega y no
tiene problemas, el tema era si a la noche dormiría bien o llamaría a su mamá.
Durante
la semana ya habíamos
conversado con ellos y estaban muy entusiasmados. ¡Llegó el día! Vinieron cerca de las ocho y
algo, traía
cada uno su mochila con la ropita de dormir, y un bolso de chiches y cuentos
para que les contáramos
cuando ya estuviesen listos para dormir. Cenaron muy bien y querían ver una película en televisión que traían elegida. Empezaron los
problemas la página
no andaba, la buscamos en otra y la nena no quería ver esa. Con un poco de charla,
mi marido los convenció
de que primero elegía
una corta ella y después
la película que habían escogido.
Ya era
hora de terminar e ir a la cama y la peli
no terminaba. Disimuladamente mi marido la adelantó un poco, cosa que el pibito
Manuel se avivó
enseguida y protestó
un poco. Nos pareció
que la cosa no le gustaba tanto pero quería llegar al final. Ya en una
parte se cortó
unos segundos la luz y por suerte todo siguió normal.
Ya la
nena, Mora, no daba más
de cansada, así
que le puse el pijama y a Manu se lo puse al terminar la película. Muy contentos a subir al
dormitorio, les preparé
a los dos juntos y para ellos era como estar de vacaciones. Ahí Manu se acordó de sus “Cien cuentos para ir a dormir”,
que habían quedado abajo. Yo no llegué a pedirle a mi marido que los
subiera y… ¡se
cortó la luz!
Pensé: “Acá se arma feo”. Por suerte no se
asustaron y esperaron el “auxilio” de la linterna que el abuelo estaba buscando
abajo. Obviamente no estaba en su lugar, pero la encontró bastante rápido.
Bueno,
llegó linterna en mano y… “¿ahora qué hacemos?”, me preguntó? “Nada, lo principal es que no
se asustaron”, respondí.
Bajó, hizo el reclamo a la compañía de luz que fue automático, porque sábado y a la noche no logró hablar con ningún “ser humano”. Ya no se podía hacer nada, él también se preparó para dormir.
Los
chicos me decían:
“Abu ¡leé con la linterna!” Yo ya a esa
altura estaba cansada y sin anteojos no veo nada, les respondí: “No, te cuento
uno que me sé
de memoria. ¡Déjenme recordarlo!”.
Esperaron
un minuto y empecé
a contarles.
En
realidad, yo he leído
muchos cuentos de chica. En casa para Navidad nos regalaban libros, era como
obligatorio para mis padres. No a todas les gustaban, pero a mí me encantaba y leía los de todas. Además, papá se trajo de la casa de él una colección de varios tomos que se llamaban
“El tesoro de la Juventud”. Era muy antigua e incluía muchos temas. En principio, yo
me dedicaba a los cuentos de “Las mil y una noches”, que según el tiempo de lectura que tenía alternaba con las fábulas de Esopo.
Bueno,
el tema era el cuento, me acordé
en segundos de lo que leía
pero… ¡Que les cuento! Ahí, me acordé de que cuando estábamos enfermas, mi papá nos contaba cuentos de su “producción”. El que más pedíamos era el del “avestruz”. Después de bastante tiempo me di cuenta
que se refería
a la propaganda de las píldoras
“Radicura”, que eran para la digestión y claro el relato era que este animalito se comía todas las cosas de metal y no
le hacían mal.
La
cuestión era cómo contarlo o adaptarlo
para que no se imaginaran que comer algo así, no les hace mal, sobre todo a Mora,
que es chiquita y se cree todo lo que le cuentan.
La
verdad es que me fue muy bien con el cuento, al ratito se durmieron y no hubo
problemas en toda la noche.
Al día siguiente, seguíamos sin luz y ellos se despertaron
muy temprano para domingo, porque tienen incorporado el horario del jardín y no el de los fines de semana.
Creí que como se fueron a dormir
tarde, el despertar sería
tarde pero… no fue así.
Seguíamos sin luz, por suerte era un día frío pero con sol. Abrí las persianas de la habitación y a cambiarse. Uno acostumbrado
a los beneficios de la electricidad piensa en cómo habrá sido en otra época. La gran ayuda del
microondas, la tostadora etcétera ¡había que usar otros elementos!
El
desayuno salió
más o menos bien y ellos contentos
se acordaban del cuento que les había contado a la noche y decidí que en los días siguientes lo escribiría para que se lo contaran a mis
otros nietos.
Lo hice
y la más chiquita, Nina, con dos añitos lo repetía muy contenta y contaba lo que
hacía Pipo (el avestruz del cuentito)
y los premios que recibía
por portarse bien.
Para mí fue un lindo recuerdo de
los cuentos que me contaba mi papá cuando era chiquita. Se lo
leí a mi mamá y se acordó de esa época tan lejana y linda.
He pasado por situaciones similares, así que me siento identificada. Tengo nueve nietos...por ahora...y me siento muy a gusto con cada uno de ellos . Algunos ya son adolescentes o más grandes, pero siempre hay alguno chiquito que entretener...
ResponderEliminarNoemí Peralta