Juan José Mocciaro
Tenía que ir
a la ferretería de Alvear y 9 de Julio, me faltaban algunos clavos. Al llegar,
vi la silla vacía donde don Alcedo con su almohadón miraba cómo sus hijas
Silvia y Paula junto a su esposa Hilda atendían a sus clientes. Era raro que no
esté, me dije, habrá salido a caminar como la hacía todas las mañanas por Oroño
o estaría en su casa reposando.
Pero
enseguida me di cuenta de que algo pasaba. Las caras eran serias y
desencajadas, no me atrevía a preguntar, para no tener la respuesta que no
quería escuchar, pero una de sus hijas me dijo: “¿Vos no estás enterado? Mi
papá falleció”.
Quedé
paralizado, me olvidé qué tenía que comprar, quería preguntar y no me salía
palabra, mientras miraba una foto de él con su hija que colgaba entre los
tarros de pintura con su típico guardapolvo gris y su sonrisa que nunca se le
borraba.
Conversábamos
siempre de fútbol, tango y de las realidades del barrio, era respetuoso y no
elevaba la voz nunca, tenía una amabilidad y una experiencia que daba gusto
escucharlo. Era un gran tanguero y tenía mi mismo gusto por Osvaldo Pugliese.
Mi anécdota
que recuerdo fue una mañana que le digo en una charla que soy de Central y me
dice: “hable bajo que en este barrio hay muchos de Newell’s porque yo también
soy canalla”. Le prometí que le regalaría unos cuadernillos de Central y me
dijo: “Tráigamelo en un sobre marrón que no quiero tener problema en el barrio”.
No sé si la
ferretería va ser igual que antes, es un vacio que se nota cuando uno llega y
veo la silla vacía con el almohadón, lo voy a recordar siempre como a esas
personas que cuando nacen se rompe el molde.
Gracias Alcedo por su
amistad y consejos que me brindó.
Muy buen relato es tal cual lo contás!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Merecido HOmenaje
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