Noemí Vizzica
Cuando mi familia
y yo llegamos al “ansiado barrio”, como comenté en el anterior relato, la alegría y
las expectativas eran muchas pero nos faltaba “algo”, que para aquel entonces era
muy importante: el teléfono fijo.
Ese aparato era
indispensable en los hogares y, cuando alguien se mudaba de barrio, la espera para
obtenerlo nuevamente era interminable. Se aguardaba meses y hasta años.
Por suerte, mi
hermano Luis de once años conoció a un vecino de su edad. Comenzaron a compartir
juegos y ese niño, sabiendo de nuestra carencia, nos ofreció el teléfono familiar.
Vivía enfrente de casa con sus padres y abuelos. Ante esa posibilidad, yo empecé
a concurrir a su casa. Solo pedía el teléfono para llamadas muy importantes y en
esas visitas mantenía conversaciones con el abuelo, Ecio Rossi, un hombre mayor,
amble, afectuoso, dedicado a escribir poesías.
Ese señor, al
saber que ese año al finalizar el secundario yo seguiría el profesorado de Letras,
me aportaba sus conocimientos literarios y en especial me narraba anécdotas que
le habían contado sobre Alfonsina Storni, quien había vivido en ese barrio.
Al venir de Suiza, la
poetisa con sus padres y hermanos se habían instalado primero en San Juan y luego
en Rosario, en calle Laprida entre Pasco e Ituzaingó. En la actualidad, un edificio
horizontal lleva su nombre.
Pasó el tiempo, Alfonsina
quedó un poco en el olvido. Solo la recordaba en mis clases de Lengua, tratando
de que los alumnos se interesaran por la temática de sus poesías y comprendieran
su azarosa vida.
Pero... un hecho
inesperado en mi vida me volvió a conectar con ella y transformarme en una ferviente
admiradora.
En 1991, me fui
a vivir a Mar del Plata y reinicié mi carrera docente en la Escuela Técnica
“Alfonsina Storni”.
Al poco tiempo
de trabajar allí, llegó una invitación para participar en un concurso literario
de poesías que llevaba como nombre “Alfonsina Storni” y la asociación que lo organizaba
S.E.M. Con prontitud entusiasmé a mis compañeras de la misma asignatura a intervenir
en el certamen e incentivar a los alumnos, que poseían condiciones, a escribir poemas
de diferente temática, aunque en general prevalecían los de amor. Ese concurso se
transformó en un clásico de todos los años y en varias ocasiones los adolescentes
obtuvieron premios.
Otro momento
inolvidable era asistir el 25 de octubre, fecha del fallecimiento de la poetisa,
con la abanderada y escoltas de la escuela, al acto en homenaje en la Plaza San
Martín, donde estaban los bustos de las tres escritoras de América.
Pero... todavía faltaba lo mejor
para mí. En uno de los actos, que se realizaban en la importante plaza, asistió
el hijo, Alejandro Storni, amigo de los integrantes de la Asociación que organizaba
los concursos.
Nos presentaron y sentí
que todo lo que me había impactado de ella se hacía realidad y estaba más cerca
de Alfonsina.
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