Noemí Peralta
Los libros me superan. A lo largo de mi vida y desde muy
chica me gustó leer, comenzando con el “Billiken”, que mi padre nos compraba
los domingos y que yo leía apenas aprendí a hacerlo.
Como siempre leo por las noches, antes de dormir, los
volúmenes leídos se acumulan, y solo tengo una biblioteca. En este departamento
donde vivimos ahora, no tengo espacio; así que a los ya leídos, y que no caben
en la biblioteca, los protejo y guardo en cajas que coloco en unas estanterías
o placares que instalamos a altura en el garaje, desde hace dieciséis años.
Cuando nos mudamos a la zona sur, desde la zona norte donde
vivíamos, tuvimos que desprendernos de muchas cosas que no podíamos ubicar por
falta de espacio.
La situación económica del país nos perjudicó y perdimos la
casa y el auto, y nos tuvimos que adaptar a otra zona y a un departamento que,
aunque amplio, nunca es como vivir en una casa.
Por supuesto, que entre tantas cosas de las que nos debíamos
desprender, estaban los libros que llevé como donación a la biblioteca del
barrio, donde fueron bien recibidos.
Claro que me costó seleccionar cuales dejaría y cuales
llevaría a nuestro nuevo hogar.
Ese garaje hace unas semanas se nos incendió o, por lo menos,
parte de él. El fuego se extendió rápidamente, pero pudimos detenerlo con la
ayuda solidaria de los vecinos, que acudieron apenas vieron salir humo, y con
la ayuda circunstancial de un bombero voluntario que estaba de visita en lo de
un familiar.
Fueron momentos de caos, puesto que nunca nos había sucedido
algo así, y uno no sabe cómo proceder ni qué cosa hacer primero.
Mi hijo menor corrió a buscar las llaves del auto e
inmediatamente abrió el portón y lo sacó a la calle.
El bombero entró y presentándose para que supiéramos quién
era, comenzó a dar órdenes: “¡No tiren agua! ¡Tiren arena!”. Por suerte, un
vecino estaba construyendo y los baldes iban y venían con arena, y también
tirábamos agua.
Era todo un caos, miedo y confusión.
No fue pérdida total ni hubo desgracias personales, pero se
quemaron muchas cosas útiles que allí teníamos guardadas, como un motor de la
lancha de mi hijo mayor, un generador de electricidad para los cortes de luz,
ventiladores, cajas y cajones con otras cosas.
Y, lo peor, parte del techo, que está hecho de vigas y
listones de madera por dentro y cubierto con tejas por fuera. Los frentes de
los placares de puertas corredizas, también comenzaron a incendiarse, los
cuales contenían los libros tan queridos y algunas otras cosas.
La instalación eléctrica se derritió dentro de sus caños de
metal que estaban instalados por fuera de la pared.
No nos habíamos dado cuenta de cortar el paso de la
electricidad, hasta que un nieto me dijo que tocando algo de metal, le había
dado como un choque y que se asustó mucho.
Quedó todo lleno de agua y arena.
Este bombero se subió a una escalera y con un palo de escoba,
rompió los frentes de los placares y tiró el contenido hacia el suelo; y,
cuando los vació, con ayuda de los vecinos los sacó hacia el piso; por supuesto,
no sirvieron más. Los bomberos no vinieron, aunque sé que algunos vecinos los
llamaron. Sí vinieron unos policías a constatar qué había sucedido, pues
vivimos sobre bulevar Oroño y siempre pasan patrulleros por ahí.
Grande fue el susto, pero los libros se salvaron. Ahora no sé
dónde ponerlos. Por el momento, quedarán protegidos por bolsas y veré dónde
ubicarlos. Tendré que deshacerme de algunos de ellos. Unos pocos se estropearon.
Por suerte el garaje está separado de nuestro departamento.
Fue una reunión familiar de domingo, con complicaciones.
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