Por María Victoria Steiger
¡Hola!
Soy Victoria, la que contó una
historia de cuando era chiquita.
Esa que tenia una pila de hermanas y… ¡no
eran tan tranquilitas!
El de ahora es un tramo de mi escolaridad
hasta, quizás, el primer año de la secundaria.
Te cuento:
Seguimos en la casa enorme en Mendoza.
Llevamos una vida de familia grande.
Las visitas eran pocas y con otras familias
de tres o cuatro chicos, que venían a jugar a casa o íbamos a casa de ellos.
Otra salida era ir los sábados al cine del
colegio. ¡Había dos películas con recreo para comprar caramelos!
A mi me gustaban. Ahora, de grande. creo que
las monjas ayudaban a que un día mis padres pudieran dormir la siestita ¡sin
ruidos ni griterío!
Las monjas no me “encantaban”, pero me hice más
amiga de la de Música, que no era de un carácter ideal, pero tampoco una
“bruja”.
Ella siempre tenía ideas: el coro del colegio,
los títeres, el conjunto de folklore.
Mi hermana mayor aprendía piano con ella. En
casa no teníamos piano y practicaba en el cole, en la sala de música.
Era un salón no muy grande que tenia
cuartitos con pianos separados. Yo daba vueltas y miraba como la monja hacia
los títeres y las marionetas.
Después, entré al coro, aprendí cómo manejar
los títeres y con otras chicas presentábamos “grandes obras”.
Esto era buenísimo. Inventábamos cuentos y
nadie veía nuestras caras ni cómo nos moríamos de risa con los cambios en las
letras de “Caperucita y el lobo” y tantos otros relatos de la época.
Estas actividades eran “muy convenientes”.
¿Por qué? Es que como en todas las escuelas,
se preparan los actos patrios. Las que estábamos en el coro teníamos que
ensayar y perdíamos algunas clases.
¡Era buenísimo!
Como ven no era una alumna “de 10”.
Mis notas no eran para el “cuadro de honor”. ¿Qué
era esto?
Por cada grado o curso ponían los nombres de
las mejores alumnas.
Siempre lo leía pero… ya sabía que el mío no
figuraba.
¡Nunca me hice gran problema! Lo mío era más manejarme
con lo que podía.
Al colegio llegó un órgano de tubos
impresionante. Sor Elena sabía tocar el piano; pero órgano no y menos ese.
Le pusieron un profesor y ella estudiaba casi
todo el día.
El coro lo seguía; pero el resto lo dejó
hasta que ella aprendió a tocar ese instrumento.
Mientras preparaba y estudiaba, nos enseñaba
cómo sonaban las teclas chiquitas, los botones que cambiaban los sonidos y lo
más “increíble” para nosotras era la pedalera que hacía los sonidos más graves.
Las del coro teníamos que ir a escuchar la
música que estudiaba –creo que para que la pobre se sacara el miedo al público–
y llegó el día de la inauguración con su concierto!
Claro todo estaba bárbaro, pero ¡tanto órgano
y música de iglesia daban un sueño terrible!
Llegó el día del concierto, fue mucha gente,
y la monja muy orgullosa y contenta volvió a su normalidad: su sala de música y
a emprender otra actividad.
¡Quería aprender a tocar la guitarra criolla
para formar un conjunto!
Cuando me enteré ya había otras chicas con
guitarra y que sabían algo, así que a buscar una porque yo también quería
aprender.
No fue fácil, pero en casa no me decían que
no. ¡Pero tenían que encontrar una barata!
Al fin encontraron una y empecé primero con
un profesor que iba los sábados a la biblioteca que quedaba a una cuadra de
casa.
Había muchísimos alumnos todos tocando a la
vez y no se aprendía mucho.
Mi mamá se quedaba a esperar que terminara la
clase y se dio cuenta que así no iba a hacer nada.
Al final, terminé en lo de la monja Elena y
mis compañeras con guitarra que me enseñaron a “rascar” mis primeros acordes
En ese tiempoyo tendría unos 11 o 12 años. Iba
y venía con las cosas del colegio y la guitarra “a cuestas”.
¡Al fin pude tocar unos acordes y entré en el
conjunto!
Mis actividades seguían bien, pero pasaba el
tiempo y la monja del último grado de la primaria la llamó a mi mamá. ¿Qué pasa
con esta nena que no estudia nada?
Era claro, en casa éramos muchas y, si más o
menos la libreta estaba bien no pasaba nada, pero deben haber tomado alguna
lección y yo estaba en la “luna” y no sabría que poner y decidió llamarla.
Realmente no me acuerdo mucho, pero algo
mejoré y no tuve problemas para pasar a primer año de la secundaria.
Yo quería aprender más de la guitarra y me
mandaron a un conservatorio. Tenía instrumento una vez por semana y teoría y
solfeo.
Con la guitarra, bárbaro; pero lo otro me
resultaba terrible de aburrido, pero era obligatorio.
Mi aplicación a la secundaria no cambió mucho
y mi fin de año fueron cuatro materias para rendir. Un desastre para todos en
casa.
Bueno no había otra que estudiar.
Así fue mi primera etapa de escuela y mis
comienzos con la música.
Tendría muchas más cosas para contarles pero
terminarían aburridísimos.
María Victoria, eras una chica normal, buenísimo. Imagino que hoy tocas la guitarra.
ResponderEliminarMe encantó.
Si ahora estoy retirada de conciertos y clases pero es como parte mia sigo tocando!!
EliminarGracias por tu comentario
El 1º de julio tendríamos que escucharte, por qué no? Cariños. Ana.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Ahora me dedico al taller entre tantas cosas que no pude hacer antes!!!
EliminarMaria Victoria muy divertido tu relato
ResponderEliminarMaria Rosa Fraerman
Gracias por tu comentario!
EliminarViky tu relato te pinta de cuerpo y alma. Es la sensación que tengo después de haber trabajado juntas un largo tiempo. Por supuesto que lo de la guitarra pasó por otro lado, porque lo hacés rebien. Espero que algún día nos regales algunos acordes. CARMEN G.
ResponderEliminarGracias!!!
ResponderEliminarMuy linda!
ResponderEliminarGracias B
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