domingo, 8 de junio de 2014

Padre

Por Carmen G.

Gran padre, te miro, pero no te veo;
te siento, pero no te tengo.
¡Ay… si! Es tu fortaleza la que no se fue con tu
 cansado cuerpo. Ella está acá, conmigo,
 querido abuelo!

¡Qué difícil me resulta! Su sencillez, su niñez sacrificada, su humildad, su generosidad, a veces su indiferencia, su amor, su tremendo dolor. Tan sencillo y, a la vez, tan polifacético.
Nació en la primavera de 1911. En la familia ya estaba, con apenas un año, mi tía Celina. Después, llegaron cuatro hermanos más, con la mala suerte de que con el último mi abuela se fuera de esta vida. Mi tía contaba trece y él solo doce.
Mi abuelo se aferró al trabajo, eran muchas bocas que alimentar. Jamás trajo otra mujer a la casa razón; por lo que la tía Celina y Salvador (mi papá) tuvieron que acomodar sus horarios para no abandonar la escuela y poder colaborar con la crianza de sus hermanos menores.
Cuando los más chicos pudieron defenderse solos, comenzó su vida de trabajo. Hizo cuanto le ofrecieron, no importaba qué, siempre que fuera honesto. El objetivo era aliviar en algo el esfuerzo de mi abuelo. De a poco, se fue arrimando al que lo acompañó hasta el final de su camino: mi padre era “pintor de autos” y ¡qué pintor de autos! Aprendió su oficio y se destacó al punto de que los clientes de los talleres en que trabajó (hasta tener el suyo propio, con mi hermano) solicitaban al dueño que el trabajo se los hiciera “el Salva”.
No sé cómo la conoció y ya nadie queda para contármelo, pero sí sé que se amaron infinitamente. María Julia, mi madre, tenía sus padres y seis hermanos. En la casa pasó a ser “el Flaco”, el “hermano mayor” de sus cuñados, y un hijo más para mis abuelos, a quienes acompañó por el resto de sus vidas.
Generoso hasta el punto de sacar de sus bolsillos el dinero, que en casa no sobraba, para socorrer a sus hermanos que, conociéndolo, se aprovechaban de él, y esto le valía un serio disgusto con mi madre.
—Salva, usted sabe, tendría que pintar el triciclo del nene…,  
—Salva, a mi juego de jardín le está haciendo falta una manito de pintura! A estos requerimientos y otros muchos por el estilo, mi padre siempre respondía lo mismo: “Traémelo que apenas pueda, te lo hago”. Jamás cobró un peso por esas changuitas, que según él solo le llevaban un tiempito y le hacía un favor al vecino.
Así siguió su vida. Él era feliz y nosotros también.
Cuando yo tenía doce años y Norberto, mi hermanito, solo siete, se oscureció todo. Mamá cayó enferma. Luchó con todas sus fuerzas, pero no pudo con su enfermedad y a los cuarenta y cuatro años se fue de nuestra vida. ¡El no pudo con su tremendo dolor! Desapareció de casa. Como su padre, se aferró al trabajo, partía muy temprano y cuando regresaba ya dormíamos. Los domingos eran para el cementerio. Transitamos largo tiempo sin su presencia. Mis abuelos, mis queridos abuelos se hicieron cargo.
Esa indiferencia nos lastimó mucho. Norberto abandonó la escuela secundaria y yo seguí estudiando, alentada desde mi interior por la voz de mi madre.
Se fue rehaciendo de a poco, pero sentía culpa por ese abandono. Yo ya trabajaba, pero mi hermano no encontraba su camino. Se aferró a él en el afán de ayudarlo. Lo logró. Yo pasé a ser la fuerte de la familia, la que tenía todo resuelto y no necesitaba nada de nadie. Nunca nada más lejos de mi realidad, pero tuve que asumir ese rol.
Fueron pasando los años. Mi hermano y yo nos casamos, le dimos cinco nietos. Cuando comenzaron sus nanas, que no fueron muchas ¿quién corría? Por supuesto, yo con alguna de mis hijas. En una de esas corridas, mientras esperábamos la ambulancia y le cebábamos unos matecitos con mi hija Ileana, murmuró con un dejo de sonrisa: “Ya les estoy dando demasiado trabajo”.
No nos gustó esa frase, sonaba a cansancio y a despedida.


6 comentarios:

  1. Leí tu historia y realmente me emocionó mucho. Yo creo que esa actitud de los hombres de aferrarse al trabajo es muy común en los momentos de crisis afectivas. El que hayas pasado a ser la fuerte, también lo comprendo, pero creo que es la realidad: Las mujeres somos más fuertes que los hombres frente a la adversidad. Nos vemos. Ana María.

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  2. Hermoso relato, lleno de afecto. Es un amor muy grande el de la hija hacia el padre, yo lo sé bien. Qué hermoso el epígrafe... me encantó.
    cariños
    Susana Olivera

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  3. Susana, ese epígrafe lo escribió Nadina, mi hija mayor, al poco tiempo de haber fallecido mi papi, su abuelo. Gracias. CARMEN G.

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  4. Amiga, tu escribes sentimientos que calan muy hondo, cada relato tuyo conserva esa poesía y decir muy propio.
    Me encantó...

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  5. Gracias Luis, a veces creo que tendría que ser un poco más divertida. Cariños CARMEN G.

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  6. ¡Qué hermoso relato! Cálido, tierno, muy emotivo y lleno de comprensión.

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