lunes, 16 de junio de 2014

El poyete y después

Por Carmen G.

Atravesábamos la puerta de alambre y madera pegada al poyete, dos escalones más arriba que el patio y allí, justo allí, comenzaba el “fondo” de mi casa.
Parras pródigas en sombra y uvas. La chinche, la moscatel… Una vereda de ladrillos hacia la izquierda bordeaba el baño y la cocina. A la derecha, en línea recta hacia la pared del vecino, otra veredita, paralela al poyete, te llevaba a la frescura de la pileta donde se lavaba la ropa.
Para esa época, merodeando los años 50, se conmemoraba el “Centenario de la muerte del Gral. Don José de San Martín” y creo que en Rosario se había realizado un “Congreso Eucarístico” y la mayoría de las casas lucían en sus puertas, como una escarapela, una insignia que los distinguía como participantes de ese evento y como católicos. Esto afuera. Adentro, en mi casa, también ocurrían cosas que produjeron cambios en nuestras vidas.
Uno de mis tíos, hermano de mamá, Juan Manuel, contrajo tuberculosis. A tal punto fue grave su enfermedad que, por un lapso de dos años, más o menos, estuvo internado en el Hospital de Cosquín, en Córdoba. Mi tía Magdalena, su mujer, consiguió un trabajo por intermedio de Eva Perón, “Evita” en mi casa, y esa actividad no le permitía hacerse cargo de sus hijos como debía. Por lo tanto, “los chicos”, como les decíamos, fueron traídos a casa por mi abuela. Para entonces, ya vivía con nosotros mi tío Miguel con su familia, que había sido exiliado de la casa de su suegra por su carácter intempestivo y, por supuesto, recibido en casa por la Yta, su madre, actitud ésta que nos costó caro; pero por ahora es harina de otro costal.
Yo, la única niña y la más pequeña de los cuatro primos. Un año más arriba Miguelito, uno más arriba de él, “el Chiche” (José Antonio); y, casi dos más arriba de éste, “el Cachi” (Juan Carlos). “¡Qué cuarteto!”, diría mi abuela.
La calle no existía. Solo para ir a la escuela. A la vuelta, para nosotros, todo sucedía en el fondo. Cuando trasponías los dos escalones era como entrar en la galera de un mago. Miraba al oeste y, pasando los gallineros y el horno de barro, el fondo no tenía límites.
En mis oídos aún resuenan nuestras voces, nuestros gritos, nuestros susurros cómplices. El tintinear de la rueda de metal con que mis primos jugaban competencias llevándola con un alambre, con una especie de horquilla en la punta para sostenerla y permitirle rodar y que a mí no me prestaban jamás; pero que, a pesar de los coscorrones que yo sabía que coronarían mi travesura, se las robaba y la escondía.
¡No había mentirosa más grande que yo! Ahora, creo que era pura imaginación y fantasía. Pero ellos, mis primos, se creían todas mis historias, como por ejemplo la de contarles que esperaba la noche bien entrada para fugarme de la habitación, entrar al fondo, todo a oscuras y, ayudada por las leñas que mi abuelo apilaba contra el tapial lindante a un terreno baldío, donde solo había un gran galpón abandonado hacía ya mucho tiempo, treparme a ellas y saltar al otro lado, para luego, sigilosamente, entrar al galpón y salir corriendo espantada al enfrentarme con los fantasmas y los espíritus que allí habitaban. ¡A veces hasta yo me creía mis historias!
La casita de leñas, las tortitas hechas con masa, que la Yta nos daba y que nosotros “mejorábamos” con los huevos que robábamos del gallinero y cocinábamos en latitas, entre las cenizas calentitas que se juntaban en el fogón.
¡Ah! Y la “gata clueca”; pero eso me lo reservo para la próxima historia.


6 comentarios:

  1. Qué magnífico relato Carmen!!!!!! Cuánta ternura!
    Elena Risso

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  2. Como puedes de ese mundo tan pequeño narrar tantas historias? No cabe duda que era tu propio universo.
    Me encantó. Gracias por compartirlo.

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  3. Inagotable la imaginación de los chicos. Y de las nenas, ni hablar. Hermoso relato. Felicitaciones.

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  4. Gracias a todos son muy generosos! CARMEN G.

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  5. Me encantó tu historia y entiendo perfectamente ese mundo que nos creamos de niños porque mis fantasías no tenían límites.
    Gracias por compartirlo.

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  6. Hoy domingo a la mañana me dedico a leer relatos y me encuentro con el tuyo. Me trajo tantos recuerdos de mi niñez en la casa de mi abuela Rosa. Nosotros eramos varios primos y también, en otro lugar cocinábamos huevos de pajaritos y freíamos granos de sorgo o maíz. Que distinta a la niñez de nuestros nietos. A veces van al pueblo y no pueden entender la infancia y el hoy de los niños de su edad que andan libremente por las calles

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