Por Ana Inés Otaegui
Estación Rosario Norte. Barrio
Pichincha: lleno de bodegones, mujeres muy maquilladas y hoteles de
alojamiento, calles empedradas, luces pálidas, sonidos de todo tipo (campanas,
silbatos, carcajadas…). Era la postal de esos tiempos, la década del 60.
Sobre el andén, estábamos con mi
familia esperando el tren “Estrella del Norte”, que nos llevaría a Tucumán. La
campana anunciaba la llegada y todos estábamos preparados para subir al vagón,
que mi papá, ya lo identificaba por las indicaciones de los boletos, unos cartoncitos
amarillentos de forma rectangular, que luego el guarda pasaría a controlar,
perforándolos con algún punzón filoso.
Las valijas de cuero pesaban
muchísimo y solo con la ayuda de un changarín podíamos acomodarlas en el
portaequipajes. Los asientos, enfrentados entre sí permitían que nos viéramos
permanentemente.
Sorteábamos, con mis hermanos,
quién iba del lado de la ventanilla; ése era el lugar preferido por todos. Por
supuesto que después, durante el viaje, que duraba unas 14 horas, rotábamos.
En cada estación, el tren se
detenía, ya que eran varios los destinos, y algunos pasajeros descendían y
otros subían. Y, allí, se producía un festival de vendedores que ofrecían de
todo: queso de cabra, salames caseros, gallinas vivas, cotorritas de un verde
intenso, ponchos muy vistosos, mantas prolijamente diseñadas y toda clase de
adornos hechos por ellos.
Recuerdo a esas mujeres de piel
oscura quemada por el sol norteño, con grietas muy marcadas, como si hubieran
bebido de golpe todo el tiempo… Un pañuelo en la cabeza y, sobre sus brazos, un
canasto lleno de alimentos y otros objetos, que ofrecían a los pasajeros.
El silbato del guarda anunciaba
nuevamente la partida. El pito del tren sonaba intensamente y la locomotora
iniciaba la marcha, como una reina de acero, majestuosamente abriendo paso.
Era muy colorido y muy divertido
viajar en tren, donde se producía una mezcla rara, pero tan real como en las
películas: personas de campo, de la ciudad, loros, cotorras, gallinas
cacareando encerradas en cajas de zapatos con perforaciones a los costados para
que pudieran respirar… y, por allá, perdida al final del vagón, se escuchaba la
melodía de una guitarra y el repicar de unos bombos, y a medida que nos
acercábamos, el canto de una chacarera entonada por unos hombres vestidos de
gaucho.
Recuerdo también que, cuando era
más pequeña, íbamos en camarote, ya que para mi mamá era más seguro. Camas
cuchetas y al costado, una manija dorada que al tirarla salía una piletita con
sus brillosas canillas.
El olor al alcohol de quemar
nunca faltaba, pues mi madre preparaba algo calentito en su termo de mecha, que
al encenderla emanaba ese olor, que nos encantaba.
El compás rítmico de las ruedas
del tren, sobre las vías, nos inspiraba a recitar, a mis hermanos y a mí,
improvisadas frases, que nos provocaban muchísima risa.
Estación Rosario Norte: hoy te
veo y son solo recuerdos. Silenciosa de rieles y locomotoras. Todo está
dormido.
¡Pronto despertarán!
Me encantó y más cuando lo leíste en clase. Parecían imágenes de pinturas. Muy lindo. Felicitaciones. Ana María.
ResponderEliminarLleno de imágenes tu texto. Bellísimo, me hace revivir mis experiencias pasadas...
ResponderEliminarCariños
Susana Olivera
Muy lindo tu relato!!!
ResponderEliminarme encantó la historia.............los ferroviarios guardamos lindos recuerdos y anecdotas ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminarMe encanto. Me trajo recuerdos cuando viajábamos a Buenos Aires en el Cuyano que tomábamos en Rufino. Venia de Mendoza o San Juan. Yo lo veía super lujoso en mi corta edad. Teniamos otro que pasaba por Cañada Seca que se llamaba Sanrafaelino. De Retiro a San Rafael. Ese era común pero ¡QUE SERVICIO NOS DABA! Teníamos el "Gringuero" de Rufino a Huinca Renanco, pasaba de lunes a viernes, si no recuerdo mal, iba y venia. ¡Cuánto se perdio1
ResponderEliminarMe encantó tu texto. Muy buenas las descripciones. Cuántos recuerdos hay en tu memoria sobre la niñez que en parte compartimos. Felicitaciones. Besitos. Chela
ResponderEliminarYo viví todo lo que contás tan bien en tu relato. A veces, nuestro paseo (el de mi familia) era ir a esperar la llegada de los trenes. Eso a mí, apenas una niña, me producía una exitación tremenda (ahora decimos "mucha adrenalina")
ResponderEliminarHermoso recuerdos amiga, me retrotrae a aquellos años donde cada verano El Serrano nos llevaba a Cordoba, y mi sufrimiento era ver llegar aquel monstruo negro que bufaba entre nubes de vapor acercándose a nosotros, no tenía donde esconderme, nadie le temía, solo yo...
ResponderEliminarDespués ver pasar el paisaje por la ventanilla, disfrutar las sierras. A la vuelta un viejo mateo nos llevaba a casa, pero el tiempo no perdona, el anden vacío, y el mateo que se perdió en el tiempo...
Gracias ...
Un abrazo.
Recuerdos de infancia de una niñez feliz momentos que impactaron en nuestras vidas quedaron grabados a fuego momentos que el paso del tiempo no pudo borrar, olores y colores que se diluyen, imágenes difusas y veladas que se mezclan sin ningún marco que las contenga, recordarlos hoy nos regalan un instante de felicidad. Un bello relato
ResponderEliminarE.F