martes, 26 de agosto de 2014

Murió Evita

Por Ana María Miquel

Cuando salía de la escuela Nº 1 de Miramar “Gral. José de San Martín”, por la tarde, siempre estaba esperándome mi hermano Miguel en su pequeña bicicleta de un color parduzco entre el marrón y el rojo, ya gastada y vieja, pero todavía en condiciones de ser usada. Él asistía a la misma escuela pero en el turno mañana. Tendríamos seis y nueve años respectivamente.
Yo salía corriendo y me sentaba en el caño de la bicicleta y allí él pedaleaba de piernas abiertas hasta llegar a casa, a tomar un tazón de café con leche, lleno de pan cortado en trozos y una cucharada de manteca, todo junto adentro de la taza blanca, grandota y sin asas. Lo llamábamos “el sopón”. Después de esa merienda y aún con la gorrita de lana puesta en la cabeza para proteger mis oídos, mi mamá me metía en cama y me rodeaba de las muñecas a las cuales adoraba y todos los útiles escolares.
Ese era mi lugar hasta el mediodía siguiente en que me levantaba, almorzaba e iba a la escuela. Siempre estaba en cama por los inviernos tan crudos y mi fragilidad de salud. Que mi mamá atribuía al capricho de mi viejo de no dejarme cortar el pelo desde el momento en que nací. Decía que la fuerza se me iba por el pelo y que hasta los 15 años, como mi viejo pretendía, ya me iba a llegar hasta los pies. Además, el trabajo era de ella, tanto para lavarlo, sin el confort de hoy en día y también secarlo. Optó por pararme frente al lavarropas y usarlo como pileta, ya que de esa manera había buen espacio para enjuagarlo y no teníamos que estar de rodillas en la bañera. ¡Por supuesto que no lo ponía en funcionamiento! Y después venía el trenzado diario. Toda una ceremonia, que tanto la podía realizar mi mamá, como mi papá.
Un atardecer estando en la cama y con la radio encendida, mi mamá escuchaba todas las novelas mientras cosía y los “Pérez García” y el “Glostora Tango Club” y los noticieros, salió una voz muy grave que dijo:
“A las veinte y veinticinco Eva Duarte pasó a la inmortalidad”.
“¡Ay! Pobrecita, se murió Evita!”, dijo mi mamá.
Ahí nomás, corrió al baño y le golpeó la pared a la vecina, que eran grandes amigas, no solo por la edad y las cosas en común, sino también por la soledad en que vivían ambas durante los inviernos. Ida, la amiga de mi mamá, criaba una hermana que había quedado a su cargo cuando su mamá murió en el parto. Esta hermanita, tenía la edad de mi hermano mayor, unos 12 años.
Se comunicaron por las ventanas y no sé qué se habrán dicho, pero yo sabía que, a partir de entonces, habría algunos cambios en nuestra rutina.
Se decretaron varios días de duelo nacional, las banderas a media asta y se imitaban capillas ardientes en todas las municipalidades para que la gente fuera a presentar sus respetos. Todos los edificios públicos estaban con moños o crespones negros. Los hombres debían lucir el brazalete negro en señal de luto sobre sus trajes al igual que una cintita negra en las solapas. Todos los alumnos de las escuelas cuando volvieran a clases también debían llevar sobre sus guardapolvos la cinta negra en el pecho. La radio solo transmitía música sacra. No se podían hacer fiestas, ni reuniones. Desde nuestra edad, mirábamos todo con mucho asombro, ya no estaría la señora que pasó una vez rauda y veloz tirando juguetes desde un tren, ni tampoco las colas en el correo, para que los chicos recibiéramos algún juguete que nos había dejado para el día de Reyes o Navidad. Cosa que mamá nos prohibía hacer, no teníamos por qué recibir dádivas, no necesitábamos nada. Había que dejar eso para los chicos pobres. Ja… Ja… no era su generosidad la que la hacía actuar así. Era que no estaba de acuerdo con los peronistas. Pero en esa época ya la gente empezaba a callar opiniones.
La cuestión fue que tuvimos que volver a la escuela y los tres necesitábamos la cintita negra en el guardapolvo. Fue a la mercería y compró unos cuantos metros y nos hizo los moñitos y nos multó a que los perdiéramos, porque no iba a estar comprando cinta negra cada dos por tres, como hacíamos con las escarapelas. Fue así como siempre alguno volvía sin la cintita. Cuando se gastó la que había comprado, probó con trapitos negros de su costura, pero no era lo mismo.
En el departamento en que vivíamos, también había una oficina pública que no sé a qué repartición pertenecía. En la puerta, lucía un gran moño de seda negra, con dos lazos que colgaban largos como alas de murciélagos o colas de tijeretas. Entonces, cuando alguno de nosotros había perdido su cintita, mamá se arrimaba disimuladamente con la tijera en el bolsillo del delantal de cocina y cortaba un pedacito. Así, fue reduciéndose el largo del moño y un día uno de los empleados se le arrimó a la “señora que cantaba tan lindos tangos todas las mañanas”, y le dijo: “Vio señora, cada vez se achica más el moño, a lo mejor hay algunas señoras que cortan la cinta, porque es muy bonita”; a lo que mi mamá muy suelta de cuerpo le respondió: “Sabe señor, pueden pasar dos cosas: una que la humedad del ambiente haga que se encoja la tela y otra que hay muchos niños en el edificio y pasan y la tocan o la ensucian y alguna de las vecinas le corta la parte dañada para que quede más bonito el moño y luzca como debe ser”. Con una sonrisa se despidió del caballero y se metió en su casa. Se apoyó en la puerta de entrada para poder reírse mejor de la cara del hombre, que no había sabido qué contestar y daba por cierto lo que mi mamá había dicho.




5 comentarios:

  1. Esa cintita negra... Como si el dolor se manifstara con esa cinta. Me gustó mucho tu relato... una época que recuerdo con mucho dolor porque tofa mi familia tenía temor por lo que pudiera acarrear la desobediencia...
    Excelente relato...
    Cariños
    Susana

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  2. En aquel momento no lo entendí, solo tenía cuatro años, pero me pasó lo mismo en cuanto a los juguetes, ellos pasaban arrojando juguetes desde el tren, mi madre no me permitía ir a recoger alguno, radical acérrima no aceptaba nada de ese gobierno totalitario.
    Muy buen relato.
    Un abrazo

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  3. Cuando leo los relatos me sorprende que todos hicimos casi las mismas cosas: Ej. el tazón con pan y manteca, escuchar los "Perez García" y el Glostora Tango Club por la radio y luego ir a dormir, (sería lo único que había) Así "el obligado luto" por Evita. Mi madre tenía que ponérselo a mi padre porque estaba al frente de un negocio y se sentían muy observados por la jefa de manzana peronista; pero, me parece que a nosotras ,para ir a la escuela, se negó. Muy detallados tus relatos.

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  4. El relato anterior es de NORA NICOLAU. Me olvidé de poner el nombre. Algún día me acostumbraré. Saludos. NORA

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