martes, 26 de agosto de 2014

Encierro

Por María Victoria Steiger

¡Hola, acá Victoria!
Trato de contarles un poco y, de a pedacitos, recuerdos de mi infancia.
Ya les había contado que tengo una familia enorme y por suerte para esa época de encierro seguíamos en la casa grande.
¿Qué pasó? ¿Por qué encierro?
Yo no me podía acordar en qué año fue. Le pregunté a mi mamá que hoy tiene casi 87 años y con una seguridad increíble me dijo que fue en 1962.
No es una seguridad; pero, por ahí, éstas cosas le son más fáciles de recordar, que lo que hizo media hora antes.
Bueno, vuelvo al encierro.
Hacía un calor terrible. Calculo que era verano. Mi papá en esa época, aparte de su trabajo, retomó sus estudios de Medicina.
Supongo que estaría adelantado por que hacía prácticas en el hospital.
Un día llegó, se metió al baño se duchó otra vez y toda su ropa a lavar separada de la que ya estaba.
Pasó un rato hablando bajito con mi mamá.
Nosotras, como nunca, calladitas tratando de escuchar que pasaba.
¡Ya de chiquitas bien chusmitas!
Nos enteramos a la hora de comer. La mesa estaba cambiada.
En vez de soda, vino en jarra, había: vasos de los más grandes con leche fría para todos.
¡Qué feo! Ya a la mañana para el desayuno era una lucha terminar el tazón de café (poco) con leche.
Ahora, de un día para el otro: mañana, mediodía, merienda y noche ¡leche!
Por supuesto el diálogo, las quejas o los gustos no existían.
Eran órdenes y con papá no se discutía.
Resulta, nos explicó papá, que en Mendoza había un brote fuerte más que en otros lugares del país de Poliomielitis.
Nos contaron bastante por encima. A los chicos les atacaba las piernas o los pulmones y tenían que ponerles aparatos para poder caminar o a pulmotor por que no podían respirar.
Claro, quedamos todas calladas y un rato después preguntamos: ¿por qué tanta leche?
Mi papá dijo que era para reforzar el calcio. Además, no íbamos a poder juntarnos con ninguna amiga.
No era época de mucho teléfono y no existía celular.
El teléfono era para emergencias o para que mi papá se comunicara por operadora con su familia en Rosario. Mi mamá lo usaba para hablar con las otras mamás para saber cómo andaban.
Todo raro, mi madre salía para hacer compras y cuando volvía dejaba todo en la cocina; y a la ducha y cambio de ropa.
A misa, tampoco. Yo no era una fanática pero ¡era una salida!
Así, pasamos mucho tiempo. Según mi mamá, seis meses.
¡Salió la vacuna! Fuimos todas, para esa época ya éramos seis nenas y mi mamá esperaba otro hijo más.
Había muchísima gente. Todos los chicos esperaban bastante calmos.
Cuando nos tocó entrar al lugar (la cola era de una cuadra), en un rincón vimos los pulmotores. ¡Qué impresión! Lo único que se podría ver de la persona era la cabeza. Por supuesto, estaban fuera de uso en ese momento.
Bueno, llegamos a la vacuna.
Ya era la de las gotitas. Nos atendían una por una.
Te ponían las gotas en la boca y ahí no más un terrón de azúcar. Esperaban a que cada una se masticara el suyo y no escupiera nada.
Después de haber visto todo eso, aparte de decir que tenían un gusto horrible, ni se hablaba.
Lo peor: a la vuelta al colegio vimos la realidad. No era ningún cuento.
Una nena de otro grado volvió con los aparatos en las piernas. Pobre la tenían que ayudar para todo.
Las monjas nos dijeron que la tratemos como siempre; pero ¡qué difícil!
Esa fue una experiencia muy fuerte.
Lentamente, todo fue volviendo a la normalidad.
Mis padres más relajados, todas sanas y ¡terminó el tema de la leche!



8 comentarios:

  1. Victoria, sí que recuerdo esa época y aún hoy repiro el fuerte aroma de la pastilla de alcanfor, que dentro de una bolsita, sostenida con un alfiler de gancho, llevábamos todos los chicos, prendidas a la camiseta!

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  2. Coincido totalmente con Carmen, yo también para esa época estaba en Mendoza, y recuerdo que no nos dejaban salir a jugar y también de las pastillitas de alcanfor prendidas en las camisetas, hasta se suspendieron las clases por largo tiempo. Tu relato me retrotrajo a los tiempos infantiles. Muy bonito. Ana María.

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  3. ¡Qué época terrible! Mi hermano más chico cayó enfermó- creían que de poliomielitis- y nos separaron a los tres hermanos en casas diferentes para evitar el posible contagio. No era esa enfermedad lo que tenía, pero qué dolor sufrimos todos.
    Qué bueno tu relato, me llevó a mi infancia y me hiciste recorar montones de cosas que tenía olvidadas.
    Cariños
    Susana Olivera

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  4. Que época dura, recuerdo el miedo que había entonces, por suerte ya estaba crecidito y safé sin problemas. Gracias a Sabin hoy eso no pasa.
    Un abrazo.

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