miércoles, 6 de agosto de 2014

Mi vecino Lorenzo

Por Alberto Nicolorich

Tuve la dicha de nacer en un lindo barrio de mi pueblo, San Lorenzo, que queda sobre la ruta 11, a 30 km de Rosario, sobre la costa del majestuoso Paraná y en donde se gestara la batalla del mismo nombre.
Cerca de mi casa, que quedaba frente al colegio de la Misericordia y a una cuadra de la primera escuela de la Patria, el Colegio San Carlos, que vio su inicio a la sombra del Convento allá por el año 1810, como todo barrio tenía varios personajes; pero hoy me voy a ocupar de Don Lorenzo, como le decíamos de chicos. Era sin edad, vivía en una muy humilde casa en un terreno que daba a los fondos con la nuestra, con piso de tierra que tenía impecable. Lo barría con una escoba casera armada con ramas de sus árboles, atadas entre sí por alambre que sacaba de los cajones de madera. Lo recuerdo sentado en un banco de rama, construido por él, vaya a saber uno en qué tiempo, pero lo aguantaba y le servía para sentarse a tomar mate y armar unos cigarros de hoja, fuertísimos. Cuando lo pitaba, su rostro se transformaba y parecía que recordaba, quién sabe qué cosas.
Su rancho era de techo de chapa y alguna pared también, muy humilde. Siempre vivió solo o por lo menos desde que recuerdo. No tenía luz y a la noche se alumbraba con un candil a kerosene, que le solíamos traer de un almacén en la esquina de casa
Tenía un pequeño gallinero que le servía para tener huevos y algún pollo para comer o venderle a los vecinos, que siempre estaban dispuestos a ayudarle, lo mismo cuando criaba algún lechón para las fiesta.
Nosotros jugábamos en su patio grande de tierra y nos juntábamos a la salida de la escuela a disfrutar de unos picados o carrera de autitos o a jugar a la bolita, que siempre alguno traía un acerito de algún ruleman perdido en los talleres de amigos de nuestros padres. Y él estaba presente participando desde su asiento y, de vez en cuando, nos convidaba con algún verde amargo.
Su estampa era delgada, con la piel gastada por el sol y los años de trabajos duros, con una gorra, alpargatas negras y sus bombachas batarazas. No era muy conversador, pero siempre tenía alguna historia que contar y en algún descanso de los juegos escuchábamos. Ojos profundos oscuros como el cielo de noche, pero que irradiaban una paz que nos llenaba.

Pasaron los años, me casé y mude de barrio, mis padres también cambiaron la querencia, el progreso avanzo sobre el terreno y con el paso de los años perdí todo contacto. Nunca supe qué fue de Don Lorenzo, como siempre lo llamábamos con cariño. El solo recuerdo me llena de tristeza y de alegría por la dicha de haber podido conocer un personaje humilde, pero de un corazón trasparente.

6 comentarios:

  1. Muy buena la descripción de un personaje misterioso, que nos lleva a imaginarnos cuál fue su vida antes de conocerlo. Qué motivos lo llevaron a vivir en esa soledad y humildad. Se le podría inventar una historia, no? Me encantó. Ana María.

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  2. Y Don Lorenzo fue sin duda un mojón en nuestro camino, algo de él ha quedado por siempre, en los años de niñez no entendíamos que, pero hoy la vida nos enseñó que lo poco o mucho que nos aportó sirvió para que hoy fuéramos hombres íntegros.
    Todos tenemos un Lorenzo en nuestras vidas.
    Hermoso relato Alberto.
    Un abrazo.

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  3. Qué personaje ese Lorenzo, qué bien hacés su descripción-
    Felicitaciones
    Susana Olivera

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  4. Me encanto este personaje, tan parecido a los de mi pueblo, donde podíamos compartir mates y charla con ellos.Hoy nuestros nietos por la inseguridad no pueden,

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  5. Me encanto este personaje, tan parecido a los de mi pueblo, donde podíamos compartir mates y charla con ellos.Hoy nuestros nietos por la inseguridad no pueden,

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  6. Veremos si sale el comentario.El texto me hizo recordar mi recorrido seguido desde la Avda. hasta el viejo Colegio Nacional, frente al Campo de la Gloria.Qué época!Recuerdos adolescentes.

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