Por Ana María Miquel
Una vez leí un chiste, donde un señor
mayor, pero muy, muy mayor, todo vestido de negro y con bastón decía: “Yo no me
voy a morir, sin hacerme un test vocacional, para saber en qué desperdicié mi
vida”. Y hay veces en que me siento identificada con la broma.
Y, por momentos, se me ocurre pensar que
una vida no me alcanza para todo lo que quiero hacer y no me alcanzó el tiempo:
me hubiera gustado aprender a pintar, me hubiera gustado aprender a coser, me
hubiera gustado aprender a escribir, me hubiera gustado aprender a cocinar pero
cocina de alto vuelo, me hubiera gustado dedicarme a transformar casas, me
hubiera gustado conocer el mundo, distintas culturas.
De todo lo anterior hice un poquito y en
la mayoría de las veces como autodidacta, muchas cosas no me salieron tan mal
como podía esperarse; pero en ningún caso fue el trabajo “genial” o
“perfectamente acabado”.
De estas cavilaciones surge la pregunta: ¿para
qué nací?, ¿cuál es o fue mi función en esta vida? Entonces, como todo mortal,
me conformo o justifico diciendo: “Hice mucho con mi vida: trabajé siempre,
tuve hijos, tuve maridos, tuve familia, tuve amores y desengaños, dolores y
alegría. Todo lo que hice, lo hice con el alma y el corazón”.
Si miro hacia el futuro, aunque nadie sepa
cuál es su momento final, pienso que una vida no alcanza. Pero si miro hacia
atrás, me doy cuenta de las cosas buenas que hice, por ejemplo tres hijos
maravillosos, con sus defectos y virtudes, pero son personas de bien, honestas,
trabajadoras, estudiosas, buenos padres y madres de familia. No me puedo
quejar. También y aunque con críticas, me he considerado siempre una muy buena
maestra y qué sería de los niños si no hubieran maestras, ¿verdad? Es más o
menos como preguntarse en estos tiempos, ¿qué sería de las madres, si no
hubieran obstetras?
En los momentos de crisis económica supe
hacer con un “hacha un puchero”, porque servir una mesa cuando abunda la
materia prima no tiene gracia. Intenté embadurnarme de óleos y acrílicos y
aunque mis pinturas fueran ingenuas, logré verlas colgadas en una vinoteca.
Escribí cuadernillos de actividades para mis alumnos y otros, tanto de Lengua
como de Matemática. Remendé y transformé prendas de ropa. Tejí hasta que la
artrosis en las manos me impidió seguir haciéndolo. Tampoco me puedo quejar de
mis viajes, ya sean sola o acompañada.
Pero por sobre todas las cosas AMÉ.¡ Con
una entrega total! Ya sea a mis hijos, mis alumnos, mi familia, mis maridos.
AMÉ los amaneceres, cuando todo está por estrenarse y vemos salir el sol. AMÉ
las montañas nevadas, las viñas, las llanuras, el mar, las playas, la
inmensidad del cielo arriba de un avión. Sí, AMË así con mayúsculas.
Y soy tan fundamentalista que quisiera otra vida
para seguir amando y volviendo a ser todo lo que soy.
Ana si te hicieras el test vocacional, el resultado te hubiera limitado. Solo con AMOR se puede hacer tanto. Sólo con AMOR se le encuentra sentido a la vida "que te alcanza", como dice la canción. Muy Bello tu relato!
ResponderEliminarHermosos tus textos, tan sentidos, emotivos y humanos. Te felicito... quisiera apoder escribir así
ResponderEliminarCariños
Susana Olivera
Ana María, pensé que podía responder a tu escrito y tras mucho cavilar solo se me ocurre decir: "Viviste"
ResponderEliminarUn abrazo.