Graciela Cucurella
Un domingo
después de almorzar con mi esposo y mis hijos decidimos visitar a mis tíos que
vivían muy cerca de la cancha de Rosario Central, en el barrio Arroyito, en
calle Olive 1360.
Nuestro interés
era saber cómo se encontraban. Llegamos y nos recibió mi tía Rubia, quien nos
puso al tanto del estado de salud de mi tío Nelo. Él se encontraba muy grave.
Nos quedamos
conversando haciéndole compañía a mi tía. Luego de un largo rato, ella nos sugirió
que nos fuéramos antes de que finalice el partido de Rosario Central y Unión de
Santa Fe.
Como el tránsito
se ponía un poco complicado después de cada partido aceptamos la sugerencia y
decidimos volver a casa.
El partido
finalizó justo cuando estábamos saliendo, tuvimos que dar varias vueltas para
poder llegar al bulevar Avellaneda. Luego, doblamos a la izquierda por una
callecita para poder llegar a la Rawson.
Apenas hicimos
unos metros sobre esa calle nuestro auto se detuvo. Quedó muerto.
Mi esposo se
bajó del auto y levantó el capó para ver si podía hacer algo. En realidad, no
entiende mucho de motores, pero lo intentó para ver si estaba todo en orden.
En ese momento
pasaba un micro con los policías, que venían de custodiar el partido en la
cancha.
Pasaron unos
minutos y escuchamos una terrible explosión, que sacudió el auto y el
pavimento. No entendíamos nada y nos asustamos mucho. Los vecinos del lugar
salían de sus casas para saber qué había pasado. Era una época difícil en
nuestro país.
Fue un momento
muy desagradable y feo, la Policía, las ambulancias y los autos comenzaron a
pasar por la vereda, porque nuestro auto que seguía sin arrancar. Obstaculizaba
la calle.
No sabíamos qué
era lo que había sucedido, nunca nadie nos preguntó que hacíamos arriba del
auto en el medio de la calle. Pasaban al lado de nosotros como si nada.
Luego de un rato
mi marido intentó poner en marcha el auto y arrancó. Nos miramos y sin decir
una palabra seguimos camino para no asustar a mis hijos más de lo que estaban.
Ellos eran muy chicos. En ese momento, Silvina tenía cinco años y Alejandro
tres.
Cuando llegamos
a la esquina un policía nos desvió hacia otra calle. No sé cuál era. Seguimos
la caravana de autos que se había formado. Llegamos al túnel de la estación
Rosario Norte; luego, seguimos por Ovidio Lagos, cruzamos el parque
Independencia y, así, en silencio total, desviamos hasta llegar a casa.
Imaginábamos lo
que había sucedido, no con exactitud, pero en el fondo lo sabíamos. No éramos
ajenos a la realidad que se vivía en ese momento.
Lo primero que
hicimos cuando entramos a casa fue prender la tele para ver si pasaban la noticia; pero ni la tele ni la radio informaron sobre ese
hecho en particular.
Al día siguiente,
con diario en mano nos enteramos de lo que había sucedido con el micro que
transportaba a los policías.
Dice el diario “La
Capital” del 12 de septiembre de 1976: "El micro que transportaba a 32
policías que venían de cumplir tareas adicionales en la cancha de Rosario
Central sufrió un atentado explosivo, en las esquinas de Junín y Rawson”. Según
las crónicas de la época, “una bomba instalada en el interior de un automóvil
Citroën 2CV fue detonada a distancia en el instante en que el ómnibus pasaba a
su lado, en la esquina de las calles Junín y Rawson”.
“La onda
expansiva y las esquirlas impactaron de lleno en el transporte policial
causando la muerte de 9 efectivos y heridas de diversas consideraciones a los
restantes miembros de la comitiva. También fallecieron dos civiles que
transitaban en su automóvil y tres personas que circulaban por el lugar
resultaron heridas”.
Después de leer
las noticias una gran tristeza nos invadió a mi esposo y a mí. Pensábamos que
nos podría haber pasado a nosotros, si el auto no se hubiese detenido.
Hasta
el día de hoy, cuando lo recuerdo, corre por mi cuerpo ese temblor; pero a la
vez no dejo de pensar en ese extraño fenómeno que hizo que se detuviera el
auto.
El recuerdo de un día muy triste donde perdí un amigo de mi edad que era parte de la comitiva policial.
ResponderEliminarLa locura de unos pocos segando vidas jóvenes en busca del poder.
Imposible olvidar...
si Luis ya lo creo que fué un día muy triste.Y mucho más para vos.
ResponderEliminar¡Qué terrible, Graciela! ¡Qué experiencia les tocó vivir! Y eran comunes en esa época los atentados y las muertes. No quiero pensar que habría pasado si el auto no se detenía. Hay veces que uno siente la presencia de Dios como si nos llevara de la mano. Aparte qué bien escrito. Lo devoré porque me parecía estar allí con los hijitos pequeños y el temor por el peligro que corrían.
ResponderEliminarFelicitaciones!!!!
Que triste experiencia!, definitivamente cuando no te toca no te toca, y la mano de Dios esta alli, para lograr situaciones que a veces en su momento no tienen explicacion,y recien al tiempo encuentras el sentido. muy buen relato
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