Susana Olivera
“… hay una pulsión de regreso,
tratar
de retrasar el paso del
tiempo,
frenar el deterioro…”
Alejandro Dolina
—Jake mate…
—Vos arreglaste el juego. Cuando Pepe empujó el
tablero, vos acomodaste las piezas como se te ocurrió… Como te convenía.
—¡Mentira! Sos mala perdedora
—Vos siempre hacés trampa. El alfil no estaba allí
frente a mi reina.
El cielo gris parecía bajar al patio, esconderse
tras los macetones y llenar de frío el día. Se escuchaba el sonido de la lluvia
que caía incesantemente sobre los mosaicos. Yo me asomaba desde atrás de las
cortinas para ver si mejoraba el tiempo. Pero no. No se iba ese olor a lluvia,
a tierra mojada. No había plaza. Julio, de vacaciones y semejante día…
Todos, los más chicos y los más grandes jugábamos
adentro. Peleas, corridas, enojos, griterío. De cuando en cuando se sentía el
estallido de un vaso o una taza que se estrellaba contra el piso. Y nadie fue.
Nunca aparecía el culpable, pero los pedazos en el piso delataban lo ocurrido.
Mamá había probado todos sus recursos para los días
de vacaciones con lluvia: vainillas mojadas en almíbar con crema chantilly, buñuelos
de manzana y de banana, tortas fritas. Todos en la cocina metiendo mano hasta
que la masa quedaba negra de dedos sucios antes de caer en la sartén. Eso era
un detalle, poco importaba. Debíamos estar muy atentos, porque una vez
terminada la fritura volaban de la fuente donde se escurrían. Y por ahí había
que esperar a la próxima tanda.
Y quedaba en la pileta una montaña de sartenes,
fuentes, cubiertos, platos, vasos, que había que lavar. Y nos envolvía ese olor
húmedo de frituras y encierro con los vidrios empañados en la cocina con la
puerta y ventana cerradas. De esa forma, teniéndonos ocupados allí, mamá
defendía el comedor y el living de depredaciones y roturas de adornos. Y
parecía no importarle lavar todo lo usado. Después de almorzar, habíamos ido al
comedor donde la pelota estaba terminantemente prohibida. Pero se la había
reemplazado por un pañal atado en forma de pelota y con patadas y patadas había
caído sobre un jarrón que mamá quería mucho porque era un regalo de casamiento.
Que se hizo mil pedazos obviamente. Había quedado el fondo casi entero y
pretendimos ponerlo en su lugar escondiendo los pedazos desparramados en el
suelo, debajo de los trinchantes. Pero mamá había oído todo. No se le escapaba
nada.
Mientras, se escuchaba a lo lejos el sordo retumbar
de los truenos y la lluvia incesante en el patio. Era uno de esos días grises,
tristes, de lluvia interminable. El atardecer caía sin pausa, sin remedio.
—Jueguen a “El Estanciero”. Además, hay que pegar las
figuritas nuevas en el álbum de “Blancanieves”. También hay que ordenar las repetidas
para cambiarlas en la escuela. Está también el libro para pintar que regaló la
tía Mecha. Está “La Oca”, “El Ludo”, la “Carrera de Caballos”. O jueguen a las
cartas, al “Chinchón” o a la “Casita robada”. Tienen un montón de cosas para
entretenerse. Dejen de pelear…
—A mí me gusta jugar al “Culo sucio”- se entusiasmó
Pepe.
—Yo no juego más, mamá. Carlitos siempre hace
trampas.
—Entonces, jugá con los chicos. Hacelos pintar.
—Ufa, siempre lo más aburrido para mí.
“Ma, ma… dejó de llover. ¿Podemos ir a la plaza?”,
gritó Pepe, mientras mamá hablaba y ella le respondió: “No. Sigue garuando. Hoy
no se sale. Además ya son más de las cinco. Pronto va a oscurecer. Y hace mucho
frío. Jueguen adentro”.
—Maaaa… Maaa.
—¿Qué pasa ahora?
—Tengo ganas de gomitar, ¡gomito, gomito!
—No, acá no. Vamos al baño. Te dije que acá no
vomitaras. ¿Cuántos buñuelos te comiste?
—
—¡Mmmmm… qué asco...qué olor!
—Ma, no se puede estar acá adentro con todo cerrado.
Es insoportable.
Todos salimos al patio. Casi casi no llovía. Y no se
escuchaban los truenos. Además en la galería no nos mojaríamos, seguro. Se
podía jugar en la galería.
—Dale, busquemos las bicis, andamos acá.
—Pero en la galería no se puede doblar. Vamos a tener
que pasar fuera de la galería al patio y está mojado- dije yo. Pero estaba
bastante entusiasmada.
—No. No salimos al patio. Abrimos las puertas del
baño, pasamos por el dormitorio de mamá, por el comedor, salimos al vestíbulo y
volvemos a la galería.
—Buenísimo. Yo voy en remociclo- dije.
—Yo, en la bicicleta colorada.
—Y yo en los patines.
Casa chorizo. Una habitación tras la otra y todas
abriendo a la galería. Volvió la alegría. Dimos un montón de vueltas. Cada vez
íbamos a mayor velocidad. No dejábamos de reír y de insultarnos. Pepe en los
patines se sujetaba del asiento de la bicicleta y yo remaba entusiasmadísima.
—¡Qué nos importa que llueva! Esto es más divertido que
la plaza.
—Sí. ¿Cómo no se nos ocurrió antes?
—Es que cuando llovía fuerte el agua mojaba toda la
galería. No se podía estar acá.
Pepe se cayó en el vestíbulo porque la vuelta de la
bicicleta fue muy cerrada, se pegó en la cabeza contra el borde de la puerta y
empezó a llorar a los gritos. Un hilito de sangre caía de su frente. Estábamos
espantados. Mamá lo alzó, limpió la herida y lo consoló.
Nosotros sabíamos que enseguida vendría el reto y la
penitencia para nosotros. Los mayores. Guardamos nuestros vehículos y vimos con
horror que todo el parqué estaba embarrado y, lo que era peor, las rueditas de
metal de los patines lo habían rayado profundamente.
—Vos limpiá el comedor y yo trato de sacar el barro
del baño y del dormitorio- dije en voz baja.
—Se rayó la pared del vestíbulo. Fue con el manubrio
de la bicicleta cuando Pepe se cayó.
—Ocupate de secar el comedor. Después vemos de tapar
el rayón.
—Vamos a hablar nosotros tres, dijo mamá muy seria.
No puedo creer que sean tan irresponsables… Vamos a la cocina.
Un día cualquiera. Un día como tantos otros de
lluvia y frío en la casona. Nuestros juegos, nuestro aburrimiento compartido, nuestra
niñez. La vida compartida.
“No se puede regresar sesenta años atrás porque,
nosotros no somos los mismos y tampoco el lugar al que queremos volver es el
mismo”, dice Alejandro Dolina. Claro que no soy la misma y la casa con la
galería por la que hoy suelo pasar con mucha frecuencia pretendiendo ahogar la
nostalgia, tiene las puertas cerradas por manos ajenas; pero regreso a esos
momentos y a ese lugar y me lleno de voces e imágenes, ternura que se me junta
apretada en algún lugar, en cualquier lugar.
La ternura desborda tu corazón, aquellos días de una niñez poblada de risas y juegos donde nunca dejamos de ser niños que no se aburrían a pesar del tiempo.
ResponderEliminarMe encantó, un abrazo.
Gracias Luis.
ResponderEliminarCariños
Susana
Cómo me hubiera gustado verlos en patines, bicicleta y remociclo, andando en zig zag por toda la casa! Precioso recuerdo, Susy, guardalo bien cerquita de tu corazón. Un beso enorme Ana
ResponderEliminarMe transportaste a compartir tus diabluras tan tipicas de la niñez, te vi gozar de esos momentos. abrazos
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