Cristina
Vogel
La foto, amarillenta en su blanco y negro, al lado de
mi computadora, remonta mis pensamientos a vívidas y felices construcciones de
mi infancia y adolescencia. Siempre esos mismos doce personajes: primos y
amigos viviendo en un mismo edificio estilo inglés, cuyo diseño posibilitó el
sinfín de divertimentos y creaciones, todos imborrables y gasoleros que no precisaron más que nuestra imaginación. Tan consolidado
se fue gestando el grupo que ha ido resistiendo cualquier tempestad, lógica o
muy disparatada, ocurrida en cada uno de nosotros a lo largo de tantos años.
Vale aclarar que la vida hizo que fuéramos contando, dentro del grupo, con dos
abogados, un médico, un ingeniero, un juez, una dueña de local de imprenta y una
enfermera, quienes, con sus intervenciones, zafaron, de más de un problema y en
más de una ocasión, a dos o tres de los doce personajes.
El edificio en cuestión, ubicado en pleno centro de la
ciudad de Rosario, tiene la forma de una letra U (mucho tiempo después lo
asociaría al abrazo, a una pinza de cangrejo). ¿Por qué? Por tanto que
significó en mi formación desde la amistad, la creatividad, la sana diversión
sin límites.
En el medio de
esta construcción, un gran patio común, con jardín y un banco largo a cada uno
de sus costados.
Las casitas son ocho ubicadas en la planta baja y
otras tantas en la alta. Por encima, la gran terraza para todas, repitiendo la
letra U y a la que se accede por cuatro escaleras a través de cada uno de sus
ángulos.
Este estilo de edificación, con su extenso patio
jardín, comunicaba libremente al exterior. Mucho tiempo después, ya cuando
ninguno de nosotros vivíamos allí, le fueron agregadas unas malditas altas
rejas con portero eléctrico –ya las salidas y entradas necesitarían avisos,
permisos–. Y nuestra historia no fue así.
A medida que llegábamos desde las diferentes escuelas
primarias, unos a mediodía, otros por la tarde, siempre apurando el paso para llegar
–más de uno ya esperaba en el jardín– y, a través de sonidos llamadores, que
fueron códigos entre nosotros, ahí nos íbamos reuniendo.
Y decidíamos: o al escondite, a la popa, al ladrón y
policía, juegos que, sin preveer la mínima intención, ya incluían un abrazo, un
correr con las manos unidas, un esconderse juntos, acurrucados y en silencio.
Charlas sí, muchas, de preguntas, dudas, de ideas para
abordar también entretenimientos por fuera del jardín, hacia la calle. Sobre
cada plan, un tomo merecería su descripción. Solo voy a retrotraerme a uno en
especial, en nuestros diez a doce años promedio: asaltos en la terraza. Algunas tardecitas, través de una radio “Spica”
y un largo cable para enchufar en una de nuestras casas, contábamos con el
elemento fundamental: la música.
Sobre una
mínima parte de bordes de la terraza, ubicábamos platitos que llenábamos con lo
que cada uno conseguía de su heladera. Además, subíamos algunas botellas de
agua, y ya teníamos armada nuestra fiesta.
“Pity, pity, pity,
amor de mi amor” y, a continuación, propagandas varias. Entonces, había que esperar
para la siguiente canción. Aprovechábamos ese rato obligado para comer algo o para
seguir enganchados de la cintura o de
las manos, hablando como si no nos enteráramos de lo que disfrutábamos en esos momentos
de algún mínimo contacto. Volvía la música. Máximo un roce que no sé si fue… tampoco
sé si era que ocurría en cada canción de cada asalto ese acercamiento de mejillas, ese temblequeo de rodillas,
la luna alumbrando la plenitud de lo máximo, eso sé que sí, eso estaba allí. La
perturbación remitía a mí, cálida, por las noches.
Tantísimo tiempo transcurrí con y a partir de esas
sensaciones. Es que fueron maravillosamente tatuadas por el calor que
irradiábamos a través de nuestras mejillas, no por el contacto, tan solo por el
muy cerca.
Desarmábamos y
bajábamos, dando por terminada la fiesta, pero ya con las imágenes y sensaciones
sostenidas hasta el próximo asalto en
la terraza.
Los años felices...
ResponderEliminarDonde disfrutábamos la amistad real y los amigos eran compañeros.
¡Que lindo recuerdo!
Hermoso relato que plasma esos sentires de infancia vivida con intensidad, y camaraderia!
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