miércoles, 31 de octubre de 2018

Angelita

José Mario Lombardo

No podíamos mantener en el pueblo el salón donde por más de sesenta años había funcionado la imprenta de mi suegro Humberto.
Se vendió el local y tuvimos que desmantelar todos esos años de trabajo.
Allí, había máquinas de la imprenta. Dos planas, una Minerva, una guillotina mecánica, papeles, tintas, miles de tipos de imprenta de plomo y de madera. Gran cantidad de muebles, vitrinas, mesas, escritorios, útiles escolares, mapas, formularios, etcétera.
Entre todas esas cosas, había una mesa de tablero de pino y patas torneadas, con dos cajones laterales como las mesas de las antiguas cocinas de campo.
Mi primo insistió en que me llevara esa mesa, que los cajones el los había visto en alguna parte y que era una picardía entregarla por unos pocos pesos.
La mesa terminó en el comedor de una casa que tenemos en Funes. La lijé, la ajusté y le di una mano de laca con color oscuro para taparle las raspaduras del tiempo.
Una tarde, estábamos alrededor de la mesa y precisamente hablando de ella, de la mesa, llegamos a la conclusión de que esa mesa no era de la imprenta. Tampoco había estado en la casa de mis suegros.
Al final me acordé: era la mesa donde mi madre enseñaba corte y confección en el pueblo.
Mi madre confeccionaba ropa a medida, también vestidos de novia y, por las tardes, tenía varios turnos donde enseñaba “costura”.
En aquellos años de mil novecientos cincuenta y tantos, yo tenía por costumbre ir a la matiné del Cine Teatro “Español”. Siempre los días miércoles. Las funciones comenzaban a eso de las seis de la tarde, de modo que para las ocho yo ya estaba de regreso en casa.
A esa hora, los miércoles estaban en casa las alumnas que aprovechaban el turno que les permitía, después de haber salido del trabajo o antes de cocinar para la cena, aprender algo de los secretos de la costura, por una parte; y, por la otra, desgranar oscuros secretos de la vida del barrio.
Cuando yo llegaba, a eso de las ocho, acostumbraba sentarme bajo la mesa y desde allí contaba la película de la matiné. Allí, el curso dejaba de lado los chismes y seguía atentamente el relato de las aventuras. Era como aprender costura mientras veían cine: “El prisionero de Zenda”, “El halcón y la Flecha”, “Los inconquistables”, “A la hora señalada”, “Que verde era mi valle”, “El halcón Maltés”.
Y Angelita era la maestra, la profesora de corte y confección. Y era mi madre.
Por el año 1958, Angelita fue nombrada directora de la “Casa del Niño”. Allí, desarrolló una tarea de varios años cuidando de niños y niñas que necesitaban un hogar. Fue muy feliz en ese lugar.
Después, en 1960, nos trasladamos a otro pueblo cercano donde mi padre pudo cumplir su sueño de tener una farmacia propia.
Ella, a pesar de todo, prosiguió con su cargo hasta que la nombraron inspectora. Tenía como tarea recorrer los pueblos y visitar hogares donde pudiera haber problemas con los niños o niñas. Aún conservo un cuaderno de notas de esas visitas, una de ellas dice:
“Renovar subsidio”. Núcleo familiar: Padre, Luís. Madre, Rita Ester. Tres hijos: Luis (6), Leonora (5), Daniel (3). Vivienda prestada. Una pieza y cocina, cama matrimonial, una cama chica, ropero, mesas de luz, baño negro, bomba de mano, luz eléctrica. Se casaron hace siete años. Entrevista al padre: correcto, buen aspecto, ojos pardos. Esposa ausente, salud regular, ropas regular y escasas… veo deseo de querer mejorar y educar a sus hijos…”
Informe como estos se ven en 9 de Julio, Alsina (partido de Lincoln) y varios pueblos más. A esos informes luego los llevaba a la Dirección de Menores en La Plata.
Además, nunca dejó de estar presente en casa. Yo no sé cómo hacía.
Después, decidió dejar ese trabajo y se dedicó completamente a la tarea de la farmacia, la casa y el nuevo pueblo que siempre recordaré con mucho cariño.
Cuando falleció mi padre, Angelita se vino a vivir con nosotros. Cuidó sus nietos y cuando decidió despedirse, lo hizo de la misma manera con que vivió. Suavemente. Silenciosamente.
Entre sus papeles encontré unos versos que seguramente una compañera de trabajo, allá en la “Casa del Niño”, le habrá entregado el día de su despedida. Termino con ellos:

A la Inspectora
¿Quién con destreza y ternura
Guisa carnes y verduras
Que su marido devora?
La Inspectora.
¿Quién las recetas expende
Aunque nunca las encuentre
Entre Champús y glostoras?
La Inspectora.
¿Quién a Cacho y a Bochita
Les entalca la colita
Desde chicos y hasta ahora?
La Inspectora.
¿Quién vacuna a los infantes
Diligente y elegante
Como alegre ave canora?
La Inspectora.
¿Quién a través de la ruta
Con calores de gran p…
Concurre al Hogar que Adora?
La Inspectora.
Ante tanta maravilla
Que les doy a conocer
Preciso es reconocer
Una cosa muy sencilla:
Dos cosas no puede ser
Y debo decir ahora
Te regalo la Inspectora
¡Me quedo con la mujer!

Y todo por una mesa.

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