Cuando se piensa ahora en Navidad, se imagina un árbol lleno de
relucientes bochas de color, una gran estrella en la punta, luces y al pie del
árbol los paquetes preciosamente envueltos en papeles navideños con anchas cintas
de vivos colores. Pero, qué diferente eran las navidades hace sesenta o setenta
años atrás.
Recuerdo que en casa comenzaban a principios de diciembre. Elena, la
amiga de mamá de Cruz Alta, todos los años mandaba dos pavos que había que
alimentar para el 24 y para fin de año.
Un año, los pavos llegaron perfectamente con el comisionista, y a los
pocos días empezaron con diarrea. Mamá consultó con un médico amigo y este le
dijo que les diera pastillas de carbón, que mamá les mezclaba con la comida. Pero
los pavos no eran tontos, ellos comían la mezcla de pan, leche y algunas nueces
y dejaban las pastillas. Por lo tanto, mamá se sentaba en un banquito y yo le
alcanzaba los pavos. Todo era muy cómico, ver a mamá sujetando al pavo entre
las piernas, apretándole el cogote para que abriera el pico, y metiéndole la
pastilla hasta que la tragara. Al fin, después de unos días, se repusieron y
todo fue bastante normal. Digo bastante normal, porque algunos vecinos no
sabían de dónde venían los graznidos, mi hermana y yo no decíamos nada, pero la
vecina de al lado los vio y para que no alborotara al barrio, mi madre le dijo
que le iba a dar uno. Realmente no recuerdo si se lo dio. Lo que sí recuerdo es
que en casa comieron pavo por varios días.
El 8 de diciembre armábamos el árbol. Era pequeño. Aún conservo una
bolita de vidrio azul pintada a mano. Las ramas de alambre estaban cubiertas
con plumas verdes y al final de cada una se podía adosar una velita que se
prendía en la noche del 24. Además, armábamos el pesebre en una esquina del
comedor; con papel marrón de estraza, hacíamos las montañas levantando el papel
y poniéndole debajo floreros o jarros para que se mantuvieran erguidas,
poníamos ovejas, burros y bueyes, además de pastores con sus rebaños. Con
pedacitos de ramas armábamos el establo y en el medio la cunita donde iba a
estar el Niño Jesús.
El 24 poníamos a la Virgen y a
José y a la medianoche al Niñito. También nos llegábamos a la iglesia San José
para la Misa de Gallo.
La cena de Navidad estaba presidida por el pavo, tomates y huevos
rellenos. Yo me había encariñado con los pavos, así que no podía comerlo. Mis
tíos y mis padres lo acompañaban con vino Nebiolo y nosotros con Trinaranjus o
Granadina. Me gustaba más el Trinaranjus pero la Granadina me encantaba por el
color rojo.
Después de la Misa, encendíamos algunas velitas del árbol y poníamos al
Niño en la cuna.
Y, luego, cada cual se iba a dormir; pero antes lavábamos los platos con
mi hermana; así, por un día mamá descansaba de esa tarea.
Recuerdo una Navidad en especial, hacía muchísimo calor y prendimos el
ventilador, con tan mala suerte que algunas velitas se apagaron; pero otras
prendieron fuego a las plumas del árbol y nos quedamos sin él. Lo apagamos
enseguida, pero estaba todo quemado y de los adornos solo se salvó la bolita
azul que aún conservo, pues se había caído. En esa época no se acostumbraba
hacer regalos para Navidad, solo para los Reyes.
Con la inocencia de un niño, yo les escribía a los Reyes Magos y además
llevaba la carta a una sucursal del correo, que había en calle Ituzaingo entre
Maipú y San Martín. Nunca respondieron a mi pedido, yo quería una bicicleta; pero
siempre me traían alguna muñeca, una Marilú con los brazos y piernas
articuladas, muy linda con ojos azules y cabello oscuro, o rubia o pelirroja. Me
encantaban, pues siempre me gustaba jugar con ellas. Una vez nos trajeron un
par de patines para las dos. Se imaginan las peleas entre nosotras para
usarlos, siempre ganaba mi hermana, porque era la mayor. Habíamos dispuesto
horarios, pero ella no los cumplía y, entonces, allí ardía Troya. Eso se
repetía todos los días y tanto la cansamos a mamá, que terminó confiscando los
patines.
Cómo me gustaría volver a ese tiempo, aúnque fuera tan
solo por unos minutos y sentir el calor de esas navidades.
Era otra la impronta de la época donde la familia y las costumbres eran muy fuertes. Hoy todo cambió y se ha vuelto muy comercial.
ResponderEliminarHermoso recuerdo.
Un abrazo.
¡Cuánta ternura amiguita! Hermoso recuerdo tan parecido a los que yo guardo de las navidades de mi infancia.
ResponderEliminarUn abrazo
Susana
Hola Ana María Rugari... Releo tu texto y vi que no le pusiste nombre. Pero con nombre o sin nombre está hermoso.
ResponderEliminarSusana Olivera
Gracias Susana por notificar la autora de ese escrito, lo estuve buscando y no lo conseguia, Me encanto, Ana Maria recordar lo que eran antes las navidades, donde la creatividad, la participacion de toda la familia significaba un ritual, la vida cambia y quedan los bellos recuerdos abrazos
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