Liliana Galli
A
comienzos de 2017 retornamos a nuestras raíces,
Asumimos
cambios, nada sigue igual, nos seguimos moviendo, experimentando, ha sido un
año muy rico, con vivencias multicolores, enriquecedoras y siempre me sorprendo
con cada paso que doy.
Mi
vida desde niña ha sido en casas hasta este año, siempre con vecinos
increíbles, con quienes logramos entablar amistades muy profundas, como si
fueran familia. Pasan los años y seguimos en contacto.
Ahora,
por primera vez, estoy viviendo en un edificio. ¡Toda una novedad! Son
apartamentos monoambientes y de un dormitorio, donde predomina gente joven,
fundamentalmente estudiantes. Los únicos viejitos somos nosotros. ¡Y estamos en
una época que existen los WhatsApps! Por lo tanto, no puede faltar el WhatsApp
del edificio. Este tiene sus ventajas y desventajas. Por suerte, no existe
ningún tipo de reenvíos y solo se tratan temas referentes a la convivencia
dentro del mismo.
Los
temas tratados son muy variados: “Hoy encontramos pupú de perro dentro del ascensor,
de acuerdo al estudio fotográfico del mismo, nos hace llegar a la conclusión se
trata de un perrito pequeño”. El tema termina siendo detectivesco. Hay que
saber quién es el dueño Por supuesto, nadie es y siempre sale el más pendejo a
limpiarlo
Así
siguen los días con distintos temas. Tales como: “Encontramos un moco o un
chicle o una escupida, pegado en el espejo del ascensor”, “dejaron la puerta
del frente abierta”, “se trancó la de Blindex”. En fin, los mensajes tienen
casi siempre la misma tónica.
A
pesar de esta temática aparece la contrapartida y la solidaridad se hace
presente. “¿Quién necesita un colchón? lo voy a regalar”, “¿a quién le sirve un
televisor, unas cornetas, un teclado? los regalo”. “Necesito una pinza”, “¿quién
tiene un destornillador, un inflador de bicicleta, una sierra?”. “¿Alguien
conoce quien instale aires?”. “¿Qué servicio de internet funciona mejor?”. “¿Cómo
hago para instalar un lavarropas?”. “¿Quién tiene un cargador de celu, ¡el mío lo deje en lo de mi viejo!”.
“¿Quién
tiene una balancita para pesar una torta?”. “¿Alguien puede ayudarme a subir
una cuna?”. “Invité a almorzar a mi novio y solo tengo un cuchillo, ¿quién me
presta uno por un ratito? “¿Tengo visitas y solo cuatro sillas, alguien tiene
un par de banquitos que me preste por hoy. A las 10 pm?”. “¿Quién puede
socorrerme?”, “invité amigos a comer pastas y se me olvido comprar el pan”. “Estoy
antojada de torta de chocolate y me faltan tres huevos, ¿quién me presta, hasta
que abran el súper, por fa?”. “¿Quién sabe pasar a la computadora una
información de un pent drive?” “¿Quién me puede buscar una leche del bebé que dejé
en el ascensor y llevársela a mi hermana?”. O a las 23, “¿quién tiene un pisa
papa?”. Por supuesto, siempre aparece la mano solidaria, alguien sale a ayudar
al necesitado. ¡Parece la vecindad del Chavo!
En
una oportunidad, alguien notifica: “Por favor, si prenden el ventilador del
ascensor, apáguenlo!”. Y, allí, surge toda una conversación. “¿Para qué lo
prendieron?” Pues olía feo y salta otra, con voz asustada y pregunta: “¿A qué
olía? No estoy en mi casa y me asusto”. Le responden: “¡Olía a peo!”. Ah,
bueno; y, así, siguieron un buen rato con ese tema, parte en chiste parte en
serio.
Más
tarde el del sexto piso lanza la siguiente pregunta: “¿Quién vive en el 7 D?”
No responde nadie y el del sexto acota: “¡Se me voló la cortina y me quedo
enganchadísima!. Creo si trato desde el 8 puedo solucionarlo!”.
Hace
unos días un muchacho puso: “Necesito por dos minutos a un hombre del edificio”.
¿Para qué un hombre? Bueno. Se develó el misterio: tenía dos sillas apiladas en
la entrada del edificio y necesitaba ayuda para llevarlas al carro que lo tenía
en la esquina. Allí mismo salió el Chapulín Colorado, alias el Rubencito, mi
maridito, y le dio una mano.
Otro
día surge una pregunta insólita: “¿Quién me puede prestar un baño un momentito?”.
“¿Qué?. Tengo obreros trabajando en el mío.
Es
interesante descubrir a través de WhatsApp la personalidad de los distintos
integrantes del edificio. La verdad es fascinante, están los colgados, los que
se enguerrinchan fácil, los que se creen conquistan el mundo y piensan liderar
al grupo, los antiparabólicos, los tildados y finalmente los desocupados; y, de
acuerdo a las distintas horas, encuentran un tema al que le dan vueltas y
vueltas. Al fin, terminan apareciendo ciento veinte mensajes diciendo lo mismo
de distintas maneras, porque la cuestión es opinar. Parece como si fuera un
ovillo enroscado que no logra desenredarse, es como una maraña de opiniones
vacías e inconclusas, y llega un punto que ni siquiera entienden lo que quiso
decir el otro, y salen con una patada.
Allí,
aparecen los que llegaron cansados y descargan con discusiones tontas, para
luego terminar diciendo que “somos un grupo genial”. “¡Jejeje, nos queremos mucho!”.
“¡Somos una gran familia!”. Jejeje, definitivamente es una nueva experiencia de
convivencia. Seguimos aprendiendo,,,,,
Reconozco
que en algunas oportunidades las discusiones se tornan tan intensas y sin
sentido, lo que provoca salir corriendo. Muchos pueden pensar: “Apaga el
celular. “. Mas tengo familia y amigos fuera, y es mi forma de estar
conectados.
Por
suerte aprendí una manera diferente de hacer callar al whatsapps del edificio,
no se trata de ponerlo en silencio, ni apagarlo. Simplemente, cuando la
situación se pone espesa, decido, usar el micrófono de manera contundente. ¡Lo
puse a prueba un par de veces y funciono! Se cambió la tónica general.
Tengo
días observando existen algunos personajes que son el detonante, el disparador
de un ida y vuelta de no parar. Cuando esto sucede, comienzo a sentir dentro de
mí una cosquilleo que va creciendo, las burbujas van juntando presión y ellas
me hablan y me dicen: “¡Liliana, quédate quieta!, no hables, simplemente
observa, detalla cómo se desarrollan los acontecimientos”. Mas, sin embargo,
estas burbujas se vuelven locas… siguen su curso hacia arriba cada vez con
mayor fuerza…me siento como si fuera una pava a punto de ebullición y la tapa
comienza a brincar queriendo desbordarse. ¡Y es precisamente allí!, en ese
instante, donde mi dedo se apodera del micrófono del WhatsApp, pidiendo
disculpas, con tono diplomático, golpeadito, moderado, pero contundente zumbo
cuatro cosas y, zazzzzz, se produce el silencio total, nadie más se anima a
responder... ni opinar. ¡Bingo! Se estaba desvirtuando el sentido del grupo y
la gente decidía retirarse, hacía falta ponerle el cascabel al gato y evitar un
desmembramiento grupal. La verdad es que bien usado es práctico y se logran
muchas soluciones.
A
medida nos vamos conociendo, se va transformando también la tónica del grupo,
sabemos con quién podemos contar para determinadas cosas y nos comunicamos de
manera personal para los tópicos específicos. De esa manera descongestionamos
el whatsapp grupal. Es cómico, a quien más recurren cuando necesitan algo, es a
esta viejita loca que los pone en vereda cuando se apodera de un micrófono.
El modernismo te ha copado y te luces con un relato actual y risueño.
ResponderEliminarMuy bueno Liliana.
Gracias Luis por tus elogios! abrazos
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