martes, 30 de octubre de 2018

Nuestro sufrido profe de Física y Química


Patricia Pérez

Y cuando nos reunimos nos acordamos de aquella anécdota.
El colegio “Nuestra Señora del Huerto” fue evolucionando con el paso del tiempo; pero a fines de los 60, cuando yo hice la secundaria, todavía el uniforme consistía en una pollera plisada bien larga –medias tres cuarto o cancanes–, una camisa con corbata y un sombrero bombé de paño que parecía una pelela.
Con los años nos modernizamos y pasamos a usar una pollera más corta y de otro modelo. También nos permitieron llevar pantalones.
Los tiempos habían cambiado, al punto de que, tiempo después, una de las monjas dejó los hábitos y se casó.
Pero, por aquel entonces, estábamos en tercer año y teníamos el alboroto propio de los quince: los asaltos, los chicos del colegio de varones y los primeros noviazgos
Hasta ese momento nuestras profesoras eran todas mujeres. Pero, ¡oh, sorpresa!, en Física y Química nombraron a un hombre.
Todas las travesuras juntas se hicieron ese año.
El profe, así lo llamábamos, era bajo, no muy flaco y de grandes ojos azules. Para nosotras, Alain Delon. Claro, era el único hombre para todo un alumnado femenino y, pese a que no lo demostraba, seguramente lo intimidaba esa situación.
Ahora, a lo lejos, pienso cuánto habrá padecido ese pobre hombre por las cosas que le hicimos. Nosotras éramos terribles.
Nuestro salón estaba en la planta alta y el laboratorio quedaba en la baja. Para llegar, teníamos que atravesar el patio con ese hermoso pino, que hoy ya no está y supo de nuestros secretos
Allí, todo era diversión y siempre sucedía algo. Desaparecía algún tubo de ensayo o no se encontraban materiales. Y si bien la evocación de nuestro “Alain Delon” es lo que nos ocupa, también recuerdo algún que otro incidente con ranas disecadas. Por supuesto, todo provocado por nosotras.
Un buen día nuestro “Alain Delon” nos anunció que iba a tomar la prueba: fórmulas y fórmulas, que había que memorizar. Muy difícil.
Nuestro curso estaba compuesto por mujeres de catorce y quince años; pero también había un grupito de chicas mayores, repetidoras que venían de otra escuela y que estaban más avivadas que nosotras.
Una de las más grandes tuvo la original idea de hacer un machete y ponérselo bajo su media cancán.
Todas sabíamos lo que ella había hecho y nos intrigaba pensar cómo iba a reaccionar el profe, si la descubría.
El asunto era que solo la podía descubrir, si nuestra compañera se levantaba la pollera; y si eso ocurría, era porque él le estaba mirando las piernas.
Así, transcurrió el examen.
Pendientes de ese momento, todas pensábamos en las gotas de sudor derramadas por el profe de Física, ya que podía estar siendo cómplice de una trampa que no podía evitar.
Nuestra compañera “se copió” en las narices del profe, que nada pudo hacer.
Han pasado muchos años ya. Cuando nos reunimos, nos acordamos de esa anécdota y nos sentimos jóvenes otra vez.

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