Ana María Rugari
¡Querida Plaza López de mi infancia! ¡Qué hermosos recuerdos tengo de
ella!
Vivía en calle Pasco al 800 y la plaza ocupa media manzana. Está situada
en calle Laprida entre avenida Pellegrini y el pasaje Alfonsina Storni, y hacia
el este por calle Buenos Aires.
Me sitúo en 1950. Cuando los rayos del sol empezaban a calentar, es
decir en septiembre u octubre, la plaza cobraba una nueva vida, sobre todo los
domingos, que se escuchaban los distintos ritmos interpretado por la Banda
Municipal. Por la mañana más temprano, alrededor de las diez, había concurso de
dibujo y pintura. Nos entregaban hojas de papel blanco a cada uno de los chicos
que interveníamos. Debíamos llevar nuestros lápices, gomas y pinturitas, y algo
donde apoyar el papel. Nos daban dos horas para dibujar sobre la plaza, tanto
podían ser árboles, la fuente grandiosa, el bebedero o los juegos. Las edades eran
de entre cuatro a doce años. Luego, cuando terminábamos nuestros “cuadros”, los
colgaban de una soguita que iba de árbol en árbol alrededor de la fuente y se
los mantenía con palitos de la ropa. Lo que no recuerdo es si había premios,
pero los cuadros se mantenían hasta bien entrada la tarde. Luego, cada uno
retiraba el suyo.
En los días de semana, no bien terminadas las tareas, mamá nos llevaba a
la plaza. Jugábamos con nuestros vecinos y nunca había discordia ni gritos.
Recuerdo que los varones llevaban la lanchita Popof, que era de lata y de
colores muy brillantes; y hacían carreras en la fuente. La lanchita se movía a
vapor, pues se le prendía una velita que estaba dentro. Esta calentaba un
cañito y hacía el ruidito po-pof po-pof y avanzaba. Algunas veces la velita se
apagaba y se paraba en mitad de la fuente con gran decepción de su dueño. Con
una rama la traían hasta el borde, volvían a prender la velita y aunque la
carrera estaba perdida, la diversión seguía.
A la noche encendían la fuente y de las gargantas donde salía el agua. Esta
era coloreada por las luces que tenían dentro. Los colores eran vivaces: rojo,
azul y algunas quedaban blancas. El chorro del cáliz central era altísimo o a
mí me lo parecía. ¡Era realmente hermoso!
En las noches de verano también tocaba la Banda Municipal. La plaza
estaba iluminada con lámparas de un color amarillento. que no daba mucha luz y
los filitos tenían un lugar acogedor.
Muchas veces rompían con piedras las lámparas. Durante el día había dos
guardianes, que caminaban o descansaban en los bancos, pero a la noche la plaza
se quedaba sola, sin vigilancia.
Pasaron los años y he llevado a mis hijos a jugar al arenero o a la
calesita, que antes no estaban. Recorrían con sus bicicletas por las veredas
anchas y sin peligro.
Cuando camino por
esas veredas bordeadas de árboles, añoro mi infancia y lo feliz que fui en mi
Plaza López.
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