lunes, 19 de agosto de 2019

La sala de espera


Nora Rotger

Acá estoy, sentada en la sala de espera de un consultorio, lugar que durante los últimos quince años de mi vida se ha hecha cotidiano, diría que casi es mi segunda casa. Es que cuatro veces por semana paso mis tardes esperando a Clara de sus sesiones de fonoaudiología, terapia ocupacional, psicología y alguna más que siempre se agregan.
A veces tejo, a veces leo y hoy escribo. Escribo, por supuesto, sobre mi hija, mi hija y su condición; y esta penitencia de estar horas y horas que, para mí, son improductivas; pero que para ella son vitales y eso hace la diferencia.
Alguien alguna vez me dijo: “El autismo no duele”. Y yo reflexiono: “¡Sí que duele!”. Duelen las miradas vacías, duelen los silencios profundos, duele el no saber si está triste o contenta; y, ahí, me empiezo a poner triste yo; pero de pronto siento una ruidosa carcajada y aparece Clara por la puerta y, con su mejor y más luminosa sonrisa, me regala un mandala que acaba de pintar para mí; y, entonces, me olvido de todo porque me doy cuenta que todo vale la pena.

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