Mónica Mancini
Esos minutos… esos minutos que se ubican entre el momento de abrir los
ojos y tomar la decisión de levantarte. Ese paréntesis es glorioso. Es justo el
tiempo en el que florecen todas las ideas maravillosas, creo que ese es
exactamente el tiempo en el que se han gestado las grandes revoluciones.
Seguramente que, mientras fruncía el entrecejo y aun la palabra no era
la mejor forma de comunicarse, el cavernícola, asumiendo que el día empezaba
cuando aparecía el primer rayito de sol, se dio cuenta de que se podía quedar
quietito en un lugar y cultivar las semillas, hacer su casita y dejar esa vida
de locos de andar de acá para allá; y así fue como nació la revolución
neolítica.
Pienso en Robespierre, que modorrando en su camita seguramente habrá
empezado a pergeñar la manera de moverle el trono a uno de los Luisitos… Cualquiera
venía bien.
¿Qué me cuentan de los muchachos que se reunían en lo de Vieytes, copados
de inquietudes para que el virrey agarrara la carretera al puerto, se embarcara
y no volviera ningún gallego a hacerse el dueño de estas pampas? Y, así, nace
la revolución de mayo.
Cuantos de los obreros que usaban sus manos y su esfuerzo cotidiano en
el trabajo diario, al abrir sus ojos… se habrán puesto a pensar en un método para
alivianar la faena… y así… contundente, nace la revolución industrial.
Ni hablar del pequeño rosarino, exiliado en los aires cordobeses, que seguramente
en su ensoñación serrana fantaseaba con la revolución cubana.
También recuerdo la de los hippies, paz y amor. La de la alegría, la del
feminismo y tantas otra que hacen que la vida cambie y vuelva a su lugar, cual
péndulo.
Y aquí yo… perezosa… pensando en cuál será la mía. Casi todas están
hechas.
En este ratito de éxtasis, mientras me estiro y suspiro, pienso en qué
cambio puedo incluir en esta mañana que pinta medio gris y calurosa. No aspiro
a compararme con los emblemáticos revolucionarios ya enumerados.
Entonces, enciendo la luz, me reencuentro en el espejo y tomo la gran
decisión: ¡Hoy, peluquería!
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