Noemí
Peralta
Comenzaré por contarles mis primeros
recuerdos, que en realidad no sé si son tales por haberlos vivido o porque a
través del tiempo me fueron contando tanto mi madre, en menor medida mi padre y
tías, tías abuelas y primas de mi madre, que al ser más jóvenes que ella no tenían
mucha diferencia de edad conmigo.
Nací un 28 de junio de 1941, en el Sanatorio
IMCE, en Rosario. En realidad, no sé si se llamó así desde su formación, por un
grupo de médicos jóvenes con muchas ganas de trabajar y prosperar.
Entre sus socios fundadores figuraba mi
padre, gastroenterólogo y cirujano, aunque podía atender cualquier caso que se
le presentara. Recuerdo que él contaba que enviaron una paciente de un pueblo
con diagnóstico de fibroma. Antes no había ecografías, resultó ser un hermoso
bebé y sus padres tuvieron que salir apresurados a comprarle ropita. Ahora, en
ese lugar está el ICR y, cada vez que paso por allí, me recuerda a mi padre.
En ese entonces vivíamos en barrio Arroyito,
en calle Almafuerte a pocas cuadras de avenida Alberdi. Creo recordar o porque
me contaron, que el frente de la casa era un tapial con una puerta de metal
donde se pasaba a un patio. Era la famosa casa chorizo, con habitaciones una a
continuación de la otra y una galería cubierta que daba a ese patio, donde mamá
tenía macetones con plantas.
Luego de un tiempo, nació mi hermano y nos
mudamos a una casa más amplia y más céntrica en Alvear y Rioja, que aún está en
las mismas condiciones en que yo la recuerdo de aquella época.
En la zona, sobre bulevar Oroño, estaba una
escuela religiosa y allí me enviaba mi madre cuando tenía cuatro años.
Las religiosas eran muy amables y se
destacaba, para mí, una monjita que siempre me regalaba estampitas, una de
ellas del Ángel de la Guarda, ya media ajada que aún conservo. Cuando yo estaba
enferma, mi madre la colocaba debajo de la almohada y me decía que tenía que
rezarle por mi salud.
Nos enseñaban modales de señoritas como el
comportamiento en la mesa: cruzar nuestros pies, usar correctamente los
cubiertos, la servilleta y el vaso.
En aquel entonces, yo tenía un corte a lo
Cristóbal Colón. En mi cabello lacio, mi madre me hacía dos colitas con moño. Usábamos
delantal con tablas, guantes blancos y una capota, que era una especie de gorra
con una visera alrededor de la frente.
Aunque solo tenía cuatro años, recuerdo que
yo me sentía muy responsable y adulta, y quería ir sola al colegio. Mi madre me
cruzaba calle Rioja y hacía como que me dejaba ir. Yo me ponía muy contenta. Lo
que no sospechaba que ella se escondía y me seguía para ver qué hacía.
Me encantaba ir a la escuela e iba siempre
con mucho entusiasmo.
Hace unos tres años, me invitó una amiga a
una reunión para recaudar fondos para chicos que se recibían y tuve la
oportunidad de volver a verla por dentro. Mi emoción fue muy grande, aunque
había muchas zonas que habían cambiado.
Mi infancia fue muy bella y guardo hermosos
recuerdos de esos tiempos vividos.
Yo soy el hermano de Noemi Peralta (quien escribió esta nota), la leí por azar, ya que buscaba la historia de ese recordado Sanatorio I.M.C.E, pero lamentablemente no he logrado mi objetivo, es increible que no fuese escrito nada de él. En si comenzaron 22 jovenes profesionales, que venian sobre todo de la Cátedra de Cirugía del Hospital Centenario, se lo compraron (creo que era a una Clinica) al Dr. Abalos.
ResponderEliminarLos profesionales cirujanos -hay que saberlo- estaban ejerciendo durante la época pre-antibiótica (en sus comienzos), pero luego de la segunda guerra mundial, con la aparición de la penicilina, los ayudó a operar más respaldados.
Los socios si morian o querían retirarse, podían darle el lugar a su hijo pero que fuese médico, sinó el resto de los socios comprarian sus acciones.
El Sanatorio contaba con un plantel de médicos prestigiosos. En nuestro caso mi padre enfermó y vendió sus acciones. Como relató mi hermana, cada vez que pasábamos frente al edificio (ahora ICR ) nos viene la nostalgia de esa presencia que ahora no está.