domingo, 19 de junio de 2022

Los comerciantes de mi barrio



Graciela Bazzana



Recuerdo con nostalgia algunos de los comercios de mi barrio, ya desaparecidos como, por ejemplo, “Textil Todo Once” (atendido por sus dueños, un matrimonio muy especial). Llegabas y salían al encuentro ofreciendo todo tipo de prendas.

Otro negocio que recuerdo era "Capobianco iluminación” (lámparas; veladores; arañas) de fabricación propia, con su dueño al frente y siempre muy amable, el cual brindaba todo tipo de soluciones.

Otros negocios son “disquería Bigotes", joyería "Marcovich", "Butti musical” (con sus discos de la época), kiosco de diarios y revistas “Don Lucio”, joyería y relojería “No me olvides” y tantos más.

Otro capítulo aparte se llevan los vendedores ambulantes como una camioneta verde oscura, que repartía vinos en damajuana “Galán"; y en un camioncito con forma de tanque, también verde oscuro, repartían kerosene “Don Ordiales".

Estaba el peluquero "Miguelito”, que iba a domicilio en moto y en 10 minutos te dejaba "pipí cucú"; y también el lechero, con sus tarros en una jardinera, que pasaba todas las mañanas y las mujeres se acercaban con una jarra o una botella a comprar el indispensable alimento.

Antes del amanecer, pasaba el diariero dejando bajo la puerta un ejemplar.

Todas las tardes de verano se sentía la típica musiquita del heladero “Laponia”.

Y, así pasaron, muchos comerciantes. Pero me quedó grabado en la memoria una tienda muy variada en la esquina de calle Córdoba y Larrea, que se llamaba "Casabal" y era atendida por sus dueños: don Juan Balbi y su esposa doña Rosa. Don Balbi, como todos lo llamaban, esperaba a los clientes en la puerta del negocio, los acompañaba hacia el interior, donde estaba doña Rosa, siempre con una sonrisa y tejiendo al crochet, y no te dejaba ir sin venderte algo. Así, mientras la clienta miraba la mercadería sobre un mostrador vidriado, sin que te des cuenta te saltaba en la mano tremenda tarántula y la clienta entraba en pánico, mientras él disfrutaba y no paraba de reír. Otras veces, era un sapo todo arrugado y feo o una larga víbora gruesa y áspera que salía del mostrador.

Siempre tenía un as bajo la manga. Eran estrategias que unidas al buen carácter (era un excelente humorista) le ayudaban a tener buenas ventas.

Tuvo el negocio muchísimos años hasta que él y su señora se jubilaron. Vivieron en el barrio un tiempo más y, luego, se mudaron a un pueblo cercano. Desde ese momento nunca más supimos de ellos, pero su recuerdo perdura en la memoria de los que éramos sus clientes y amigos.

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