domingo, 19 de junio de 2022

Los proveedores del barrio. Los habituales



Héctor B. Carrozzo



En esta búsqueda de recuerdos en mi “hard disk” me vienen a la memoria aquellos vendedores ambulantes que por los años 50 y 60 pululaban por las calles de la ciudad. Muchos de estas actividades han desaparecido, ya que fueron absorbidas por los grandes complejos comerciales; otros se han reciclado, cambiando para sobrevivir.

Me acuerdo de algunos como el peluquero, el lechero, el hielero, el “ruso” que vendía telas, el afilador, el pescador, el verdulero, los norteños, etcétera. Algunos eran habituales y otros circulaban de manera esporádica.

Empecemos por los habituales, aquellos que proveían en forma cotidiana.

Don Narciso era nuestro lechero habitual que, con su jardinera, que era tirada por un matungo mañero y más viejo que Matusalén, recorría diariamente el barrio con sus tarros cargados con el preciado elemento. El matungo era tan conocedor del barrio que ya sabía las paradas obligadas de los clientes y se detenía y arrancaba solo con el silbido de Don Narciso. Y allí venía don Narciso y con su medidor de volumen, una jarra de un litro (o más o menos), y medía la cantidad solicitada. A veces cuando algún vecino se quedaba corto con el pedido había que ir a la casa de Don Narciso para conseguir más, una especie de “take away”. Era muy interesante entrar esquivando las deposiciones de los caballos, ya que estos convivían en el depósito de los tarros de leche. ¡Ni hablar del olor! ¡Ni pensar que podrían haber caído en la leche!

El hielero nos proveía de las barras de hielo trozadas en cuartos, que eran necesarias para la conservación de los alimentos y eran imprescindibles; ya que la mayoría de los vecinos no teníamos heladeras eléctricas. Estas eran unos gabinetes cúbicos, que tenían una puerta en la parte superior que era el lugar para el hielo, “el congelador” y dos puertas en el frente. El hielero se movilizaba en una jardinera y, ya más avanzado los años 60, en un camioncito carrozado para proteger la mercadería del sol, y que estaba además cubierta por una capa de bolsas de arpillera húmedas. Este comerciante pasaba tres veces por semana y los trozos de hielo había que “envolverlos” el papel de diario para que duraran más. Después, el lujo, vinieron las heladeras eléctricas: aquellas memorables Siam, Villber y otras.

Otro de los oficios que han pasado casi a la historia, aunque sobreviven en otra versión es el cartero. Recorría las cuadras que les tenían asignadas distribuyendo la correspondencia. Ya se acercaba y antes de entregar las mismas le avisaba al destinatario: “Buen día doña Marta, carta de la mami desde Córdoba”.

Creo que Don Cabrera (si no me equivoco, ese era su nombre) sabía la historia de todo el barrio y después que se jubiló siguió recorriendo el barrio saludando a sus amigos.

El verdulero era otro de los habituales. En un carro que era generalmente impulsado por la fuerza humana, ofrecía todo tipo de verduras, frutas y afines. Pasaba un par de días a la semana ofreciendo las verduras y frutas de estación. En el verano se exhibían bajo el sol radiante y con el calorón que hacía, estaban remaduras. Tenían una balanza de platillo que pesaba “al paso” y lo que menos hacía era dar el peso exacto.

En las tardes de verano se solía oír: “Laponia, helados. ¡Heladero!”. Y con la misma corneta que hoy aún se usa. En una bicicleta carrozada pasaba el heladero. Recuerdo que algunos se preparaban en el momento, dos obleas y en el centro un trozo de helado. Un sándwich de helado. Hoy sobrevive en una versión más moderna.

Algunos de estos fueron reemplazados por efecto de la vida moderna, más preocupada por el estado sanitario, aunque otros cambiaron por la concentración de las actividades en grandes emprendimientos.

Recuerdos, recuerdos, recuerdos.




(1) Se trata de una nueva versión de un texto ya publicado, y es parte de una propuesta hecha por los coordinadores del curso de revisión y posible reescritura de relatos.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho tu descripción de los vendedores de antaño. Yo también los recuerdo, vivía en Santa Fe. También disfruté de esos helados. Y el afilador? Qué necesario era!

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