Mónica Mancini*
Era junio de mil
novecientos cincuenta y seis, una joven de unos veintisiete años, con un
embarazo avanzado, comenzó a sentir que había llegado la hora de recibir a su
hijo; sus manos, trémulas jugaban con su vientre, yendo y viniendo, tratando de
adivinar que donde el piecito, o la cabecita…Cuando se precipito el momento
preciso, con su bolso de cuero gastado, cargado de ropa y de ilusiones, fue a
la casa de la partera del barrio.
Mi madre me contó
esta historia montones de veces, tal como la imagino lo repito y lo comparto.
No se por qué motivos estaban solo ella y la partera, quien tenía un evento
próximo y en el momento en que las contracciones se hicieron más frecuentes, se
fue a la panadería a comprar masas finas. Ella solita y con dolores la pasó
realmente muy mal. Y así fue que cuando al fin llegó y la ayudó a que naciera,
mi aspecto era bastante patético, muy morada y más feíta que lo que acostumbran
a ser los recién nacidos. ¡Y encima de todo… era nena, rompiéndole el sueño a
mi padre que soñaba con el varoncito que lo replique!
En casa me esperaba una cuna de madera, pintada de amarillo, con figuritas infantiles, pañales de tela, bombacha de goma y la presencia de mi hermana, la mayor desilusionada con mi aspecto y con mi pasividad. Ella había escuchado muchas veces que tendría una hermanita o hermanito para jugar y eso que veía en la cuna no reaccionaba a su presencia. Tuvo que armarse de paciencia para que podamos convertirnos en las dos compinches que íbamos a ser en un futuro cercano.
“Se le hinchan los pies.
El cuarto mes
le pesa en el vientre
a esa muchacha en flor
por la que anduvo el
amor
regalando simiente”.
Llega octubre de
mil novecientos setenta y seis, en esta instancia soy yo la embarazada. Ya los
bebes no se tenían en la casa de la partera, se acudía a instituciones
sanitarias, donde la atención era más completa y se trabajaba mucho con la
prevención y la preparación de las madres, especialmente de las primerizas.
Al séptimo mes se
comenzaba a hacer una gimnasia preparto, en la que enseñaban a respirar, a
jadear, también te daban charlas profilácticas sobre los cuidados que debías
tener. Visitaba al medico todos los meses y te exigía una dieta bastante dura,
para el hambre y los antojos de la situación.
La preparación
también consistía en comprar una caja forrada, muy paqueta y una canastita,
para poner la ropa y los cosméticos del bebe respectivamente, todo con
puntillas y bordados. Los pañales eran de tela, chiripa, bombacha de látex.
Llegado el momento,
acudí al sanatorio, con mucho miedo y todos los enseres necesarios,
sosteniéndome del brazo del futuro padre, más nervioso que yo. Muy rápido me
llevaron a la sala de partos y fue la primera y mas extraordinaria experiencia
que transite, con mucha excitación y ya sin una pizca de temor.
Los que estaban
afuera esperando, vieron con ansiedad que se encendió la luz rosa, esa era la
manera inmediata de anunciar el género del bebe.
Una vez en la sala
y en casa las visitas eran frecuentes y todos la alzaban y besaban sin reparo,
compartía espacios comunes y creció sanita y bella.
“Y a su manera
volvió al caballo y al
carro,
al muñeco de cartón
y los pucheros de barro”.
Junio de dos mil cinco,
mi niña cursa los últimos días de embarazo. La emoción de ser abuela no se
compara con la de la de ser madre, son dos los corazones que laten en un mismo
cuerpo, que se suman al tuyo, que vibra por ellos.
A los tres meses ya
sabíamos que era varón, a los seis lo vimos, nadando en el vientre de su madre,
descubriendo sus incipientes extremidades, observando su rostro y hasta pudimos
tener un CD, para repetir la experiencia todas las veces que se nos ocurra.
Llegado el momento, los
preparativos eran más específicos. bolso alegórico con diseños de bebe, bolsas
de pañales descartables, ropita de colores variados. Y muchos limites en las
visitas y en el cuidado de que el bebe no este en contacto en lugares con
muchas personas.
“Si la viese usted
frente al café
jugando rayuela
al atardecer,
es que, a las cinco, su
ayer
vuelve de la escuela”.
Todas estas ideas
entrelazan mis pensamientos cuando pienso en la línea de la vida, como se
transmite generación a generación el cambio y la continuidad. Cambian las
circunstancias, pero esta firme la emoción, el prodigio que otro ser aparezca
en tu vida para llenarla de una manera casi absoluta. Nos vamos repitiendo,
abuela, madre, hija, en un remolino vertiginoso, que nos hace entender que todo
no empieza y termina en uno.
En suma, el milagro de la vida.
“Corre Lagarto...
Pon otra cama en el
cuarto.
A empapelarlo de azul
y en agosto de parto”.
* Con ayuda de Joan Manuel Serrat.
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