Mónica Mancini
Después de treinta y cinco años de trabajar en la
docencia, los últimos quince, en triple turno, parar… ju-bi-lar-se era una
situación que me llenaba de pánico. Había proyectado miles de cosas que iba a
hacer cuando llegara ese momento tan ambicionado, en periodos de exceso de
actividades… Pero cuando se hizo realidad y tuve que ir al correo a mandar el
telegrama, escribiendo con claridad la palabra “renuncia”, se me aflojaron las
piernas, entendiendo lo definitivo de la cuestión.
No duro mucho la pasividad, enseguida, en enero del
dos mil trece me inscribí en un Taller Literario de verano, en la librería
Buchin, dando lugar al deseo postergado por falta de tiempo. Era los sábados
por la mañana, me encantaba ir y cumplir con las consignas…pero, claro, era una
fracción de tiempo muy pequeña, comparado con la envión que yo venía de mi vida
de activa.
La señora que dictaba ese taller, escritora y
fonoaudióloga, se convirtió rápidamente en mi amiga y ambas descubrimos que
teníamos una inquietud coincidente desde hacía tiempo, queríamos hacer un
programa de radio. Lo que en un principio pintaba como una utopía, se convirtió
en realidad.
Conseguimos un espacio en una FM de Fisherton 106.5 y,
a partir de ahí, comenzamos a diseñar nuestro programa, que sería semanal y
duraría una hora. El eje se basaría en temas relacionados con las mujeres, pero
no apuntando a la de “Utilísima” sino, a aspectos emocionales, profesionales. También
nos interesaba mucho la evolución de las mujeres en las distintas etapas de la
historia, en los diversos aspectos, arte, deporte, etcétera.
Mi experiencia era solo haber organizado la radio
escolar, que transmitía en los recreos y los periodistas tenían entre nueve y
doce años; entonces, tuve la necesidad de inscribirme en un curso de Producción
Radial, que supervisaba Roberto Lara y lo dictaba Marcela Cesar Fierro, donde
aprendí bastante. También en la Universidad de Adultos Mayores hice el curso de
Radio y me sirvió mucho.
Y así fue como de nuevo busque mi portafolio y mis
carpetitas y comenzamos a armar el programa. Primer paso, ¿cómo lo llamaríamos?
Justo había llegado a mis manos un libro de Rosa Montero, “La loca de la casa”,
quien, aludiendo a Santa Teresa de Jesús, expresaba “La imaginación es la loca
de la casa”. Fue inspirador y ese fue su nombre.
Conseguimos un
par de anunciantes (con sangre, sudor y lágrimas), grabamos una intro del
programa con la canción de Edith Piaf “No me arrepiento de nada”. También
tuvimos un melómano que nos seleccionaba la música acorde a los temas que
tratábamos y arrancamos.
En el primer programa hablamos de Lilith, tema
provocador que abrió una polémica con los escasos oyentes que teníamos (familia
y amigos).
(Según el folclore judío Lilith fue la primera esposa
de Adán, expulsada del Edén, negándose a ser sumisa.)
Desarrollamos temas sobre el rol de la mujer en la
prehistoria, basándonos en varios autores, especialmente en Jean Auel (“Los
hijos de la tierra”); y, así, sucesivamente, fuimos avanzando con la temática.
Entrevistamos a personas de muy diversas profesiones
y situaciones, hablamos con mujeres privadas de la libertad, con la secretaria
del sindicato de meretrices, con pastoras, con religiosas, con representantes
del LGBT. Todo muy interesante.
El programa duro todo el año dos mil trece, mi primer año de jubilada, y me mantuvo bastante ocupada. No pudimos continuarlo, porque en realidad era un gusto que nos dimos, pero nos ocasionaba muchos gastos y no pudimos sostenerlo.
De todas formas, la loca de la casa sigue activa, imaginando como pasar mejor este tiempo tan deseado como temido, en espacios creativos con personas que disfrutan de escuchar, de aprender y sobre todo de divertirse.
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