María
Elena Molina
Tendría
que empezar a contarles, casi un secreto.
Con
mis amigos, frecuentábamos los bares, donde se escuchaba blues, hace más de 20
años.
Estàbamos
unidos por la fascinación de los acordes de la armónica, del bajo, la guitarra,
el saxo, el piano… por las voces.
La música nos convocaba.
El
blues siempre vuelve, viene de lejos, nos unía, era un afecto, una pertenencia.
El
Blues, una música tan sencilla, desde los algodonales, se fue al mundo y se
hizo universal. .
Para
nosotros, la ceremonia era en los bares.
Alguien
dijo, que el blues vendió su alma al diablo, en un cruce de caminos donde conviven
la vida y la muerte. Esos maestros fueron irreverentes, sin preceptos de la
iglesia, de la religión, sin miedo al alcohol.
Mis amigos me dicen que ahora tenemos poco tiempo.
Como los bluseros, quizá también dejamos el alma en un cruce. Y no es cierto, que no tengamos tiempo, sólo tenemos escondidos otros secretos.
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