Daniel O. Jobbel
Desde hace tiempo llevo mi libreta
de anotaciones y un lápiz. “Quien escribe, teje. Al fin y al cabo, con hilos de
palabras vamos diciendo, con hilos de tiempo vamos viviendo: los textos son,
como nosotros, tejidos que andan”, dijo Eduardo Galeano.
—¡Oh viejo loco que quieres desafiar el alambique de la tecnología!, me
dijo alguien con cara rara, intransigente.
—¡Jamás! Lo simple y necesario para mí, es tener un lápiz o birome y
realizar el viaje, respondí.
Tejo historias, relatos. En un
tiempo no muy lejos, cuando escribes hay en el papel un ruido del lápiz o la
birome. Un suave roce, apenas imperceptible. Un equilibrio raro entre el
codo, ese brazo izquierdo, la mano y el lápiz que en un teclado no se conoce.
Me gustaba disfrutar del tacto de las hojas con las yemas de los dedos; y la
sintaxis es un juego. Allí, las letras maduran como frutas.
¿Qué hace un futuro jubilado en pos
pandemia, septiembre 2021?, mirando hacia la ventana del tiempo, en ese barrio
Domingo Matheu... Obvio, cuidarse, vacunas, barbijos de todos los colores
y cuál es el mejor, finalizado el aislamiento. Ese exilio interno.
¿Qué significa madurar, eso que
parece ir hacia el final?, se diría que, en secreto, se envejece con tanta
lentitud, ¿y en realidad marcha hacia su esplendor? Creo que sí. Amar es
siempre el te amo, verbo presente y no el te aman..., es amor por la escritura.
Quise probar qué pasaría conmigo, me
atreví, y conjugué el verbo amar en todos sus tiempos y pretéritos, y así, en
la impronta supe exhalar un suspiro escribiendo.
En el amor, “Puedes dispararme con
tus palabras, puedes herirme con tus ojos, puedes matarme con tu odio, y, aun
así, como el aire, me levanto”, escribía Maya Angelou, una poeta norteamericana
desconocida para nosotros. Y es darse ánimo, una especie de pulsión. Como el
ruidito, esa pulsión es como aprietas el lápiz mismo sobre el papel y como
dibujas las letras y el sentido de las mismas.
Hace mucho que no me miraba al
espejo y en verdad, esta vez él fue tierno conmigo. Usted lector, ¿nunca se vio
al espejo?
A todo esto, sigo disfrazado de mí
mismo, ignoro qué significa en realidad porque no soy lo que soy, ¿a qué se
parece el disfraz de mí mismo?, no encuentro figura alguna en el mirarme. Suelo
ser dos en uno. El escribiente, el que piensa y el otro que dice lo que no
hace. Entonces, ¿usted qué piensa? Miradas. Se sabe. Solo miradas. Escribiendo,
garabateando, dibujando, haciendo.
Agarro una foto cualquiera. La de
ella, quizás mi madre. La mía. Otras. Las
de mis parientes, aquellas fotos sepias de algún viaje, ese mocoso con la
pelota de trapo, o esa de mi padre en la colimba. Son marcas del disfraz en el
espejo. Escribo deshilachadas letras. Tengo mal trazo. Poco importa. Y hago que
mires o escuche lo que dice la memoria. Miro, digo, pienso. Observo esa mirada.
¿Qué querrás? ¿Quién es ese tipo? ¿Qué piden aquellos ojos? De seguro sé, que
son historias por contar. Así consumo en espera la respuesta, como un
cigarrillo que se apoya en el cenicero y se acaba sin haber sido pitado. Luego
abro más de un libro por día, Artaud, Pizarnick, Cortázar, algunos que se me
viene en mente; busco frases que tengan la llave maestra; o una melodía justa y
esa letra a medida, esa de Aute quizás, que me diga por dónde carajo, por
dónde. Una posible salida.
¿Y dónde pongo lo hallado? Mi lápiz,
la goma de borrar, esas trinchetas, el sacapuntas, las fotos, y mi escritura;
lo reescrito o eso por escribir. Lo suyo y lo mío, el de ellos, esos personajes
que ya quizás existen en algún relato. Nunca juego bien esta historia del buen
escribiente. ¿Qué explicación merece? ¿Nada, ni una musa? Demasiadas comas,
punto y coma, tal vez, alguna incoherencia. Sí, es satisfacción por lo vivido.
Entonces. ¿Qué haríamos con un
posible jubilado, barbudo y sucio, en la mitad de la calle, haciendo cola en un
banco, recitando poemas a la carta, o silbando una loca canción? O quizás, ¿qué
pasará si suponemos a ese personaje con una bata y barba larga fuera Gandalf?
Ese de Ian McKellen que interpreta al ilusionista más famoso de la trilogía de
Peter Jackson basada en la obra de Tolkien. "El Señor de los
Anillos". Como buen mago que se precie, confiere ese aire imponente, tan
palpable en su poderoso personaje. ¿Sería propenso a risas o penas de un audaz
jubilado escribiente? Lo digo así a boca de jarro. No lo tomes tan a la ligera,
porque yo río como si tuviera minas de oro en una cloaca.
No es rechazo tampoco. El caracol no
rechaza el dedo que le roza, se encoge, y es su manera de defenderse de algo. A
simple vista, aunque no seas un caracol; sin embargo, pienso que nos parecemos.
Mi coraza es escribir.
Así que, por lo tanto, voy a
rezongar menos por lo bajo y digo con solo respirar satisfecho, cansado,
tozudo, divertido, he vivido a mi modo, sigo escribiendo algo a mano con mi
lápiz e ir sacándole punta como si fuera una flecha 'comanche' y mi apuntes
ajados, emparchados, tachados, dispersos, pero lleno de honor para mí.
A lo capaz de ser cumplido no apuro
las agujas del reloj; me aferro a lo real; escribo y transcribo. Mal o bien.
Todavía hay luz para alumbrar ese encuentro. Y sobre todo tiempo.
Mientras tanto. Envejeces, paseas
por los alrededores de los parques, contemplas el ombligo y algo más de las
mocosas de la ciudad, que a veces te fue hostil. A cuenta del 'haber', tengo mi
lápiz y mi cuaderno de bitácora, digo, soy inmensamente dichoso de ver el sol y
guardar una media luna en mis bolsillos. De una cosa convencido: ¡La felicidad
existe, pero no es mi culpa! Es debido a ese ruido a lápiz sobre la hoja.
*(A mi otro yo).
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