Haydée Sessarego
Hace tres años cuando
al fin me animé a abrirla nuevamente, quedaba muy poco…
Hay recuerdos que nos son contados, porque aún no
habíamos nacido o éramos demasiado pequeños para recordarlos.
Así, por ejemplo, mamá,
que era la Mejor Relatora de las Memorias Familiares, nos contaba que esa sombrerera
y los baúles habían pertenecido a nuestra bisabuela materna, Cata. Con ese
equipaje, viajó varias veces a su tierra natal: Paraguay. No era la tierra de
origen de sus ancestros italianos, pero allí no sé por qué razones se afincaron
mis bisabuelos, los padres de mi abuela materna.
Iba en “vapor” como se
les decía a los buques de pasajeros por el tipo de energía que utilizaban para
surcar mares y ríos.
El baúl más grande y la
sombrerera están en mi casa, luego del fallecimiento de mamá, en junio de 1983,
y de repartir lo que para cada hermano era significativo. Mis hermanos, no
quisieron saber nada con dichos recuerdos y dije: “Bueno entonces me los llevo
yo”
Me detengo en la
sombrerera. Cuando la traje de mi casa anterior a la actual, la abrí unos días
después. La encontré repleta de cartas de hijos a padres y viceversa. Fotos
familiares, pequeños recuerdos, como tarjetitas de nacimientos, de bautismo y
de comunión, participaciones de casamientos ,un número importante de objetos
muy significativos para tomar en cuenta.
El 12 de marzo de 1996
hubo una inusual inundación en mi zona de residencia. Fue el año en que se
inundó la cochera del subsuelo en el ya desaparecido Hipermercado “Mega”,
ubicado en Pueyrredón al 700. En esa mañana calurosísima, de pronto, todo el
cielo quedó negro y cayó un copioso aguacero duró cerca de dos horas.
La casa quedó
totalmente inundada. Solo estábamos en ella mi hijo del medio, el varón: Juan
Martín, la persona que ayudaba en casa y yo. En minutos todo quedó tapado bajo
entre, 40 y 50 centímetros de agua. Inmediatamente llamé a mi marido a su
trabajo para contarle lo sucedido. Apenas terminé se cortó el teléfono. La luz
se había cortado por suerte y para seguridad nuestra, poco antes.
Antes del corte del
teléfono fijo (no existían los celulares), mi hija mayor, July, llamó desde la
Escuela Superior de Comercio para decirme, que su facultad, la de Ciencias
Económicas, estaba inundada. Un ratito después llegaba con el agua a la altura
de la bombacha mi hija menor, que ese año, estaba en su segundo día de escuela
secundaria. A los pocos minutos, llegaba, mi marido, Juan sorteando con el
auto, ríos de agua en diferentes calles.
Todo era caótico en mi
zona: calles anegadas, colectivos mirando en dirección contraria a la mano de
calle Santa Fe, y autos flotando. En casa estábamos anonadados y muy tristes.
¡Los parquets de los pisos flotaban por el pasillo que conduce a mi hogar!
La única que disfrutaba
era nuestra perrita coker, “Sharon”, nombre puesto por los hombres de la casa
en homenaje a la actriz, Sharon Stone. Ella nadaba feliz en ese río aguas
sucias.
Cuando el agua bajó,
alrededor de 2 ó 3 horas después, yo miraba espantada todas nuestras
pertenencias, muebles, artefactos eléctricos arruinados. Quizás lo más doloroso
fue cuando encontré la sombrerera de la bisabuela debajo de la cama
matrimonial. La había puesto allí hacía un tiempo. No recuerdo por qué. Estaba
impregnada de agua barrosa.
Abrí la sombrera
ayudada por mi hija menor, Memi, que secaba paciente y rápidamente todo lo que
era papel. Yo le decía: “No sigas, ya está, perdí muchos recuerdos de los
abuelos”. Pero siguió, luego los guardamos semi-secos en bolsitas de celofán y
las pusimos al sol.
Ese recuerdo, como
tantos otros, es uno de los “recordados” por mí. Pero allí dentro, ¡había
tantos recuerdos “contados”! Fotos de bisabuelos y abuelos maternos y paternos,
tíos-abuelos, también de ambas partes. A casi todos los conocí a través de
relatos de mamá y también de papá. Solo conocí viva a mi abuela paterna y a una
tía abuela materna.
Muchas de esas fotos
están intactas y publicadas entre mis álbumes, medio desordenados, en Facebook.
Tampoco faltaron cartas
y tarjetas entre Juan, por entonces mi novio, y yo. Vuelven a mi memoria,
mientras escribo, las primeras tarjetas impresas y en relieve que me mandó mi novio
Juan, desde el exterior en 1971 y además tarjetas con imágenes de amorosas
parejas con una playa de fondo, que aquí, no existían. No faltaban los papeles
de cartas con dibujitos impresos en el mismo, que tampoco los había en
Argentina. ¡El agua dejó ininteligible, todo eso, muy querido por mí!
Dentro de la sombrerera
quedaron intactos, dos bellos cuadernos con tapas duras y rosas en relieve de
formato rectangular y alargaditos, que mami usó como diarios a partir del
fallecimiento de papá y en donde le escribía a él, contándole sus sentimientos,
relatándole acerca nuestras vidas y las de, hasta entonces, sus seis nietitos. A
esos cuadernos los leí muy someramente al poco tiempo de la muerte de mi madre.
Más cercano a estos tiempos, los releí muy detenidamente y noté con la
evidencia de las palabras plenas de amor, que
mamá decidió irse con su amado Chacho, muy pronto. Lo dejó escrito un día antes
de su fallecimiento. Lloré mucho y me entristecí.
Los conservo como un
tesoro en la misma sombrerera. Hace, relativamente poco tiempo, mi hermana
menor, Adriana, me los pidió para leerlos, en su caso, por primera vez. Aún no
se los he dado. Siento que me cuesta mucho tenerlos lejos.
En la susodicha sombrerera quedaron a salvo del agua
también,un bello alhajero de terciopelo azul y nácar que contenía anillos,
medallitas, alhajas plenas de historia, que conservo con inmenso cariño hasta
hoy, junto a una cajita con nuestros primeros dientes a los que seguramente, el
Ratón Pérez dejó algún “dinerillo” a cambio.
Como expresé al
comienzo y en otros párrafos, hace unos pocos años me animé a sacar y mirar
nuevamente la sombrera de cuero, guardada en un estante de mi placar, ¡bien
arriba! Las cartas, pese a estar protegidas, quedaron totalmente borrosas. Tuve
que deshacerme de esos restos tan valiosos con mucha congoja. Mucho se perdió
con la maldita inundación y con ella se fueron buena parte de mis recuerdos
contados y recordados.
Procedí a separar lo
que se salvó: álbumes de madera con fotos de la familia, mi álbum de escuela
primaria y secundaria, de infancia y adolescencia (otros ya estaban desde el ‘83
en manos de mis hermanos). Sólo quedó una porción bastante exigua de lo de allí
atesorado. Ahora, solo mi memoria puede dar cuenta de lo que se perdió para
siempre.
Muy triste tu relato, y nos muestra cuánto valoramos esos objetos guardados por nuestros padres, y qué pronto podemos perderlosNos duele, sí, pero ellos quedan guardados en nuestra mente memoriosa.
ResponderEliminarTriste historia de una pérdida. Duele que nos arrebaten los rcuerdos. Suerte que tenemos memoria y podemos escribir sobre ellos.
ResponderEliminarAbrazo
Susana Olivera