martes, 16 de agosto de 2016

Recuerdo del pueblo

H. B. Carrozzo

Año 1952. Mes de diciembre.
Poliomielitis en Rosario. Epidemia.
Laly, el tío Laly, el doctor Nölter, recomendó que además de la bolsita de alcanfor colocada en nuestro cuello, nos fuéramos de la ciudad. Especialmente mi madre, que por entonces estaba embarazada de Jorge, su tercer hijo.
Así fue como nos mudamos a Pascanas, un pueblo a la vera de la ruta provincial 11, provincia de Córdoba; pero, fundamentalmente, a la vera de las vías del ferrocarril Mitre. Esos pueblos nacieron, crecieron y vivieron gracias al ferrocarril, al influjo de la corriente agro-exportadora del país. Las rutas eran de tierra, así que el tren era el único medio para salir en días de lluvia.
A Pascanas solíamos ir de vacaciones casi todos los veranos, aunque este viaje apuntaba a todo un año.
La casa de los tíos Boni y Elsa era simple, pero bastante amplia. Varios dormitorios, cocina, el consultorio y sala de espera (el tío era el odontólogo del pueblo y aledaños). Tenía un patio enorme donde había un aljibe, un pozo para extracción de agua de las napas (no apta para consumo). El aljibe se llenaba con agua de lluvia, que se colectaba por canaletas, previa limpieza de la misma. Era oro en esos lugares y por esa época.
También había un jardín con flores, huerta con bastante variedad de vegetales, un gallinero con una buena población avícola, anque algún conejo. A veces, a mi tío le pagaban las consultas con pollos conejos o verduras.
Recuerdo con cariño que mi tía me enseñó los primeros conocimientos sobre el cuidado de la quinta y el jardín, y la limpieza del gallinero para evitar los olores desagradables y transformarlos en un recuerdo olfativo recordable.
Recuerdo los olores del pan recién salido del horno. Los fondos de la casa coincidían con la cuadra de la panadería. El aroma a pan fresco y los biscochos de grasa aún perduran en mi memoria.
Recuerdo el sabor de comer granadas sacadas directamente del árbol de la casa de un vecino. (Subidos al techo de la corta-trilla).
Recuerdo la pileta de natación del Club Atlético y Biblioteca Pascanas a la que íbamos todas las tardes, con sus cuartitos para cambiarse (vestuarios), el trampolín (¿sería el único en 100 kilómetros a la redonda?).
Recuerdo la escuela primaria. Debido a la mudanza empezamos las clases allí e hicimos el primer semestre en esa escuela. (Hasta que nació mi hermano y desapareció el peligro de contagio).
Recuerdo el placer de ir al centro a comer un helado y caminar por la plaza con mi hermano y mis primos.
Recuerdo al cine del pueblo, que tenía función cada tanto. El cine era el salón de la Sociedad de Fomento del pueblo y tenía mesas y sillas como un bar y se podía tomar y comer mientras se veía una película.
Recuerdo los torneos de fútbol infantil en el club Independiente, donde fui goleador y estrella (yo era “el rosarino”).
Recuerdo ir con la hinchada de Atlético a alentar al equipo de la liga en los pueblos vecinos. Iba la familia, todos, en auto, sulky o lo que fuera.
Recuerdos.
Recuerdos.

Recuerdos.

1 comentario:

  1. Añoranzas de nuestra niñez. Recuerdo la pastilla con alcanfor que nos hacían poner nuestros padres y el temor al contagio.Muy buen relato.

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