martes, 23 de agosto de 2016

Historias de la abuela

Susana Olivera

Juan Pablo

Abuela María. Sus manteles blancos, pacientemente bordados por sus manos hábiles, sus servilletas con iniciales entrelazadas AA, sus plantas de flores, el perfume de los jazmines, penetrante y exquisito, su huerta, el olor a tierra mojada, los aromas de sus comidas… Algunas, propias de la vieja España matizadas con platos criollos. Todos hechos en casa por sus manos amantes. Manos hacendosas, incansables… mazamorra, chuño, arroz con leche y canela, guisos de porotos y lentejas, pescado asado con salsa verde de ajos.
La abuela y sus historias repetidas tantas y tantas veces. Nos reíamos los jóvenes diciendo: “Eh abuela, ya lo contaste, ya lo contaste”. ¿Saben? Daría cualquier cosa por oírla otra vez, por verla con la aguja y el hilo largo prendidos en su pechera, los ojos grises mirando algún punto en la lejanía. Recordando, recordando.
La abuela…
Hoy la recuerdo viva, presente y se me pierden sus historias en los vericuetos de la memoria. Porque hoy yo soy la más vieja de la familia y la única que puedo recoger sus vivencias en estas páginas nostálgicas. Hoy me dicen a mí:
¿Tres páginas, mamá?
Te las leo. Es una historia de mi abuela. ¿Tenés un momentito?
No. Las leo otro día. Dejámelas por allí.

Otro día. Yo sé –aunque acepto y las dejo por allí–, que equivale a nunca. Es nunca.
 Tiburcia Antoñanzas y Teótimo (Teo) Rodríguez se habían casado muy jóvenes. Tiburcia era una pariente lejana de la abuela. Habían llegado a Rosario desde Tucumán en la misma caravana que Abuela. Y se habían enamorado de inmediato. Teo era un joven moreno de bigotito renegrido, ágil y musculoso, y a Tiburcia se le escapaba su juventud bajo la blusa oscura y la falda basta. Se amaban como solo pueden hacerlo los jóvenes incontaminados.
Yo los conocí a los dos, ya de mayores. Ella seguía siendo una mujer muy hermosa y él, alto, fornido, muy pero muy callado.
Poco después del matrimonio Teo fue llamado por un pariente que vivía en Misiones para ocuparse de la tala de bosques. Aceptó el trabajo. En Rosario se había perdido su sueño de fortuna fácil. El oro no se metía solo en la bolsa ni se recogía por los caminos… y ellos, los emigrantes, pasaban tanto hambre como en la España que habían dejado atrás.
Aceptó el trabajo. La vida allí era peligrosa. No iban las mujeres. Además, el viaje podía hacerse interminable. Por 1900 solo se utilizaban las carretas. De manera que Tiburcia (la tía Murcia como la llamaban todos) quedó en Rosario ocupándose de las tareas domésticas ayudando a su madre y a sus pequeños hermanos. Además, preparaba el ajuar para el bebé, que tan pronto como Teo llegara de Misiones y pudieran vivir juntos, seguramente tendrían.
La espera se hizo larga, larguísima. El joven pasó años como hachero. El jornal miserable le alcanzaba apenas para comprar comida en los almacenes del aserradero, único lugar donde invertir la magra ganancia. Almacenes que eran de los patrones: una forma de asegurarse que el jornalero no se fuera: allí quedaba su dinero. Dinero que por supuesto no alcanzaba para mandar al Rosario y mucho menos para enfrentar la aventura del regreso.
Grandes ya, cercanos a los cuarenta nació Juan Pablo. La alegría de la noticia del embarazo y el nacimiento duró muy poco. Juan Pablo tenía serios problemas neurológicos, probablemente consecuencia de un parto largo y mal atendido. Los dientes aparecieron recién después de los dos años. Hubo algunas piezas que faltaban y los incisivos tomaron un tamaño exagerado para su boca. Lo que junto a una lengua muy gruesa le daba el aspecto de “boca abierta” y muchas veces con caída de saliva por las comisuras.
Contaba abuela que alrededor de los cuatro años comenzó a desplazarse sin ayuda de sus padres bamboleándose y con las piernas abiertas, modo que conservó para siempre… Poco a poco logró adaptarse a la vida familiar. Pero exigía mucha paciencia. Hablaba frases cortas, que repetía incansablemente:
Tiro los cascotes a los vecinos…
Tuni (su apodo)… no se hace eso – le decía tía Murcia.
Tiro los cascotes a los vecinos… los vecinos me dan palos en la cabeza.
Basta Tuni.
Mamá… tiro los cascotes a los vecinos…
Y había días enteros en que repetía y repetía lo mismo. No podía conversar, solo frases sueltas que rondaban su cabeza.
— Quiero higos de los vecinos… quiero higos… Me trepo al árbol de los vecinos. Y corto los higos de los vecinos. Quiero comer higos de los vecinos.

De todas maneras, ya hombre, había que ayudarlo en su higiene personal, cuidado de dientes, pies y manos, cambio de ropa, especialmente la ropa interior. Llegó a una edad mental de aproximadamente seis años, tal vez menos, pero su desarrollo sexual fue completo. Difícil resultaba a sus padres manejar las apetencias del joven.
La lucha con este niño, a pesar del afecto, agrió el carácter de la pareja que vio frustrado su plan de una familia numerosa, bella, sana y alegre.
Teo sintió resentirse su salud. Sin dudas, los años de trabajo intenso, de calor agobiante, la mala alimentación, la soledad, hicieron su efecto. Partió antes que Tiburcia cuando Juan Pablo tenía veinticinco años.
Tía Murcia quedó desolada. Se esforzaba en no pensar quien cuidaría al joven discapacitado, quién lo vestiría y prepararía sus almuerzos cuando ella no estuviera.
Debía buscar una solución cuanto antes. Ella era ya mayor.
Pensó en casarlo. No tuvo suerte con las jóvenes de las familias con las cuales tenía trato en Rosario. Ellas no lo aceptaron.
Largas noches, cuando ya había acostado al joven, pensaba en el futuro que veía muy, pero muy turbio. Ella tenía un relativo buen pasar. Con Teo habían puesto un Bar en calle Catamarca y Rodríguez— si la memoria no me falla—, donde hoy funciona una tintorería. Pero ¿quién lo manejaría después de su partida? ¿Quién se ocuparía de todo?
Mantenía correspondencia con su comadre y otros familiares que vivían en España y a ellos escribió contándoles sus preocupaciones.
El tiempo pasaba y pasaba aguardando respuestas, respuestas que ella se sentía incapaz de hallar.
Como todo llega, también llegó carta de España y una propuesta que parecía ser una solución… Pero que tía Murcia demoró mucho en contestar.
Estaba llena de dudas y de preguntas… Pero había que tomar una decisión y así lo hizo. Finalmente, así lo hizo.

Rosina

—¡Qué vida tan triste, abuela! Pobre tía Murcia, tan hermosa pero cuánta soledad en su vida. De recién casada, años separada de Teo y ahora… Cuánta lucha.
—Estaba sola, sí. Nosotras sabíamos encontrarnos y hablar, las dos éramos mujeres solas, viudas, con nuestras pequeñas empresas. Yo, con mi costura; ella con el bar. Pero yo tenía la inmensa fortuna de mis siete hijos sanos y que, por entonces estaban, casi todos trabajando. Tía Murcia tenía unos primos y amigos aquí en Rosario; pero cada uno con su vida, siempre dura, sus trabajos, sus problemas…
—¿Qué le contestaron desde España? ¿La ayudó su familia?
 —La respuesta demoró en llegar. Cuando llegó Tía Murcia no pudo aceptarla de inmediato. Estaba llena de dudas, de inseguridad. No estaba segura de que iba a resultar bien.
—¿Qué le sugerían?
—Bueno, la comadre, que si mal no me acuerdo se llamaba Juanita, Juanita Burgos…
—Como la tía Juanita…
—Sí, pero de casualidad. No éramos parientes de ella. Yo debo haberla conocido cuando vivía en Castilla, antes de que viniéramos a Argentina; pero no, no me acuerdo… Tía Murcia guardó la correspondencia y las fotos que están ahora en mi poder. Las voy a buscar y después te las muestro.
—Contame, abuela.
—Bueno, Juanita le decía que habían estado visitándola familiares del marido que vivían en el Piamonte, la familia Bocca, Tenían mucho dinero y llevaron con ellos para que los ayudara con su numerosa prole una jovencita de unos dieciocho años, huérfana y sin familia en Italia. Ellos la habían recogido tiempo atrás, cuando murió la mamá. No hablaba una sola palabra de español. Era trabajadora, limpia y muy tímida. Se llamaba Rosina Cavalieri.
—No me digás que vino a la Argentina.
—Escuchá. Juanita había hablado con los Bocca, les había contado el problema de tía Murcia y les pareció que el matrimonio sería conveniente para la joven. Dejaría la servidumbre para tener su propio hogar y podría muy bien manejar el bar, porque era muy dispuesta. Claro, estaba de por medio la relación con Juan Pablo… eso no era fácil.
—Era terrible, Abuela. Era un discapacitado. Imposible amar a un hombre así.
—No se habló de amor sino de conveniencia para ambas partes. Sugerían matrimonio por poder, de manera que cuando llegara a Argentina, ella ya estaría casada y sería la señora de Rodríguez.
—Sin conocerse, Abuela.
—Se sabían hacer esos casamientos por poder, sin conocerse o conociéndose muy poco. Arreglados por la familia. Era conveniente, muchas veces, para las familias extranjeras. El caso es que intercambiaron fotos. Tía Murcia mandó un par. En una, Juan Pablo estaba en una reunión familiar, sentado a la mesa; y en la otra, trajeado, con sombrero… Era alto, como Teo, moreno… y la foto no mostraba lo que no tenía que mostrar… Tía Murcia debía mandar a Rosina dinero para el viaje, para ropa, y sus necesidades. Eso no era problema… Dinero tenía y estaba dispuesta.
—¿Y Rosina?
—Los Bocca mandaron fotos de Rosina. Eran fotos de su visita a Castilla, a casa de Juanita, fotos grupales, de toda la familia. Rosina era delgadita, de pelo muy claro y ojos grandes, asustados. Siempre rodeada de los niños que cuidaba. Nunca se habló de la discapacidad de Juan Pablo.
—Pero… la estaban engañando.
—Solamente en lo que se refiere a Juan Pablo. Omitieron detalles, no mintieron. Tampoco era falso lo referente al negocio que andaba muy bien y que sería de la joven.
—¡Detalles! Pero ¿aceptó Rosina el casamiento por poder o fue solo una idea de la comadre y de los Bocca?
—Su consentimiento tardaba mucho en llegar… Seguramente y por la edad, ella soñaría con amores románticos, con tener la posibilidad de elegir al amado. Claro que entiendo.
—Abuela, decime, decime por favor que no aceptó…
—Hijita, la vida es dura.

2 comentarios:

  1. Hermosa historia, y nos llenó de intriga. Qué pasó al final de esta historia de vida, muy complicada la decisión de Rosina, pero como dijo la abuela...la vida es a veces muy dura...Cariños, Mimí ( Noemí Peralta )

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  2. Terrible historia. Lamentablemente, verdadera. Gracias Noemí.

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