martes, 16 de agosto de 2016

Nuestro primer auto

Marta Susana Elfman

Papá viajaba cada quince días a Buenos Aires a comprar mercadería para el negocio: cueros, forrería –o sea satén–, percalinas y entretelas.
Por lo general, tomaba el colectivo de la empresa Chevallier, que por ese entonces tenía su terminal en Once; por lo que lo dejaba a un paso de todos los mayoristas del ramo y, dentro de lo posible, volvía en el mismo día.
En algunas ocasiones sabia acompañarlo; pero viajábamos en tren, tomando “El Rosarino”, que salía de Rosario Norte a las 7.30. Mi gusto era ir, a media mañana, al salón comedor a tomar un café.
Esa semana papá preparó todo para su viaje como de costumbre, tomando el Chevallier de siempre. A media tarde, nos llamó por teléfono para avisar que volvería al día siguiente, lo que era normal, dado que a veces el tiempo para comprar no le alcanzaba y debía pasar la noche en Capital.
Llegó al día siguiente sobre el mediodía, muy contento y pidiendo a mi mamá y a mí que saliéramos a la puerta, pues nos tenía una sorpresa.
Estacionada bien frente a la puerta de mi casa estaba la gran sorpresa.
Papá había comprado un auto. Era nuestro primer auto. Calculen mi alegría: no podía emitir palabra alguna de la emoción. En esa época, yo contaba con doce años y tener un auto era un lujo .
El móvil era un Bogward modelo 51 importado de Alemania. Era de color blanco, constaba de dos puertas y techo con una lona especial.
Después que papá bajo todo lo comprado para el negocio, quedamos que al día siguiente lo ayudaría a lavarlo y dejarlo impecable.
Esa noche mi ansiedad no me dejo dormir. A las ocho de la mañana estaba lista para tarea con todos los elementos, que mi padre dijo que necesitaríamos para tal evento; porque sí, para mí era un evento muy importante.
Lavamos y lustramos. Cada tanto salía mi mama para ver cómo iba el trabajo. Lo dejamos impecable.
Ahora, había que salir, pues como era de rigor teníamos que mostrarlo a la familia.
Como era sábado, se decidió que después de almorzar y hacer una siesta saldríamos a pasear en nuestro primer auto.
Eran las 19, estábamos todos cambiados a tal fin salimos y nos acomodamos en el auto con los comentarios del caso.
Pero cuando papa le dio arranque, no pasó nada. El auto no respondía. Mi padre hizo todas las inspecciones técnicas del caso, pero el auto no arrancaba. ¡Que decepción! No me quería bajar y decía: “ ¿Y si lo empujamos un poquito?”
Calculen mi frustración.
En fin, la cuestión fue que nunca más arrancó.
El lunes, grúa mediante, partió remolcado hacia el taller mecánico y allí nos enteramos que el problema era una pieza de arranque que había que cambiar; pero el tema no era tan fácil, el auto era importado, el repuesto se tenía que pedir a Alemania y en esa época era algo inalcanzable. Podía tardar de cuatro meses hasta un año, y no se sabía cuál podía ser su costo.
Por lo tanto, el auto quedó en el taller mecánico hasta que papá logro venderlo, no sé a quién ni cómo; pero así terminó nuestro primer auto y mi ilusión.

1 comentario:

  1. Me encantó tu relato, aunque triste refleja tu alegría y tu desilución por el desenlace...Gracias por compartirlo.

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