Marta Susana Elfman
Papá viajaba cada quince días a
Buenos Aires a comprar mercadería para el negocio: cueros, forrería –o sea
satén–, percalinas y entretelas.
Por lo general, tomaba el colectivo
de la empresa Chevallier, que por ese entonces tenía su terminal en Once; por
lo que lo dejaba a un paso de todos los mayoristas del ramo y, dentro de lo
posible, volvía en el mismo día.
En algunas ocasiones sabia
acompañarlo; pero viajábamos en tren, tomando “El Rosarino”, que salía de
Rosario Norte a las 7.30. Mi gusto era ir, a media mañana, al salón comedor a
tomar un café.
Esa semana papá preparó todo para
su viaje como de costumbre, tomando el Chevallier de siempre. A media tarde,
nos llamó por teléfono para avisar que volvería al día siguiente, lo que era
normal, dado que a veces el tiempo para comprar no le alcanzaba y debía pasar
la noche en Capital.
Llegó al día siguiente sobre el
mediodía, muy contento y pidiendo a mi mamá y a mí que saliéramos a la puerta,
pues nos tenía una sorpresa.
Estacionada bien frente a la puerta
de mi casa estaba la gran sorpresa.
Papá había comprado un auto. Era
nuestro primer auto. Calculen mi alegría: no podía emitir palabra alguna de la
emoción. En esa época, yo contaba con doce años y tener un auto era un lujo .
El móvil era un Bogward modelo 51
importado de Alemania. Era de color blanco, constaba de dos puertas y techo con
una lona especial.
Después que papá bajo todo lo
comprado para el negocio, quedamos que al día siguiente lo ayudaría a lavarlo y
dejarlo impecable.
Esa noche mi ansiedad no me dejo
dormir. A las ocho de la mañana estaba lista para tarea con todos los
elementos, que mi padre dijo que necesitaríamos para tal evento; porque sí,
para mí era un evento muy importante.
Lavamos y lustramos. Cada tanto
salía mi mama para ver cómo iba el trabajo. Lo dejamos impecable.
Ahora, había que salir, pues como
era de rigor teníamos que mostrarlo a la familia.
Como era sábado, se decidió que
después de almorzar y hacer una siesta saldríamos a pasear en nuestro primer
auto.
Eran las 19, estábamos todos
cambiados a tal fin salimos y nos acomodamos en el auto con los comentarios del
caso.
Pero cuando papa le dio arranque,
no pasó nada. El auto no respondía. Mi padre hizo todas las inspecciones
técnicas del caso, pero el auto no arrancaba. ¡Que decepción! No me quería
bajar y decía: “ ¿Y si lo empujamos un poquito?”
Calculen mi frustración.
En fin, la cuestión fue que nunca
más arrancó.
El lunes, grúa mediante, partió
remolcado hacia el taller mecánico y allí nos enteramos que el problema era una
pieza de arranque que había que cambiar; pero el tema no era tan fácil, el auto
era importado, el repuesto se tenía que pedir a Alemania y en esa época era
algo inalcanzable. Podía tardar de cuatro meses hasta un año, y no se sabía
cuál podía ser su costo.
Por
lo tanto, el auto quedó en el taller mecánico hasta que papá logro venderlo, no
sé a quién ni cómo; pero así terminó nuestro primer auto y mi ilusión.
Me encantó tu relato, aunque triste refleja tu alegría y tu desilución por el desenlace...Gracias por compartirlo.
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