Noemí Peralta
Siempre
fui de baja presión sanguínea y supongo que es por eso es que no me gusta el
frío. Sufro el invierno en que debo vestirme muy abrigada y, aunque me gusta
ver la nieve, no creo que pudiera vivir en un lugar donde en invierno nieva.
De
joven, para esa estación del año, me salían sabañones en los dedos de las manos
y recuerdo que en época de la primaria en marzo ya hacía frío, cosa que con el
paso de los años ya no es así. El clima en Rosario ha cambiado mucho. Solo este
año nos ha castigado desde antes del comienzo del invierno, con bajas
temperaturas.
Siempre
quise ver nevar, pero los viajes vacacionales de mi familia siempre eran en
verano, quizás debido a los días de vacaciones que tenía mi padre. Por lo
general, íbamos a Mar del Plata o a Córdoba y en pleno verano.
Por
eso, a pesar de mi edad, estoy pronta a cumplir setenta y cinco años, mi
materia pendiente es ir a algún lugar en donde en ciertas épocas del año,
nieve.
Pero
recuerdo que en dos oportunidades nevó en Rosario, cuando tenía quince o dieciséis
años y después, de casada, cuando una de mis hijas, que nació en mil
novecientos setenta y tres, era un bebé de pocos meses.
En
las dos oportunidades fue al mediodía. Recuerdo que iba a la escuela secundaria
y mi padre acostumbraba irme a buscar con el auto. Apenas salimos de la escuela
camino a casa, comenzaron a caer copos de nieve, que al tocar el auto, se
derretían. Luego, miré hacia los árboles y noté que algo de nieve quedaba en
ellos. Si hubiéramos seguido hasta San Lorenzo, según nos dijeron, hubiéramos
visto que allí se había acumulado más y se pudo apreciar mejor. Pero nosotros
llegamos a casa y luego recién nos enteramos.
Pasaron
muchos años, ya me había casado e iba por mi tercer hijo, que resultó ser una
nena después de dos varones.
Era
una bebé de tres o cuatro meses, no recuerdo bien el mes en que volvió a nevar.
Estaba
cocinando y me quedé maravillada al ver por la ventana de la cocina hermosos
copos blancos, que se posaban sobre las plantas del jardín.
Abrigué
bien a mis dos hijos mayores, de seis y ocho años, y los insté a que salieran a
jugar con la nieve.
Intentaban
hacer bolas de nieve para tirárselas, pero en sus manitos se convertían en
verdaderos proyectiles, porque se transformaban en hielo macizo.
En
fin, disfrutaron el momento y fue la única vez para ellos, que vieron nevar
aquí en Rosario.
Luego,
cuando fueron adolescentes, con el viaje de graduación, se estilaba ir a
Bariloche, así que allí sí que pudieron disfrutar de los paisajes nevados.
Aún
me llama la atención que en las dos oportunidades que vi nevar, haya sido al
mediodía y que no hicieran muy bajas temperaturas.
Quién
sabe cuándo volverá a nevar nuevamente en nuestra hermosa ciudad.
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