domingo, 21 de agosto de 2016

La nieve

Noemí Peralta

Siempre fui de baja presión sanguínea y supongo que es por eso es que no me gusta el frío. Sufro el invierno en que debo vestirme muy abrigada y, aunque me gusta ver la nieve, no creo que pudiera vivir en un lugar donde en invierno nieva.
De joven, para esa estación del año, me salían sabañones en los dedos de las manos y recuerdo que en época de la primaria en marzo ya hacía frío, cosa que con el paso de los años ya no es así. El clima en Rosario ha cambiado mucho. Solo este año nos ha castigado desde antes del comienzo del invierno, con bajas temperaturas.
Siempre quise ver nevar, pero los viajes vacacionales de mi familia siempre eran en verano, quizás debido a los días de vacaciones que tenía mi padre. Por lo general, íbamos a Mar del Plata o a Córdoba y en pleno verano.
Por eso, a pesar de mi edad, estoy pronta a cumplir setenta y cinco años, mi materia pendiente es ir a algún lugar en donde en ciertas épocas del año, nieve.
Pero recuerdo que en dos oportunidades nevó en Rosario, cuando tenía quince o dieciséis años y después, de casada, cuando una de mis hijas, que nació en mil novecientos setenta y tres, era un bebé de pocos meses.
En las dos oportunidades fue al mediodía. Recuerdo que iba a la escuela secundaria y mi padre acostumbraba irme a buscar con el auto. Apenas salimos de la escuela camino a casa, comenzaron a caer copos de nieve, que al tocar el auto, se derretían. Luego, miré hacia los árboles y noté que algo de nieve quedaba en ellos. Si hubiéramos seguido hasta San Lorenzo, según nos dijeron, hubiéramos visto que allí se había acumulado más y se pudo apreciar mejor. Pero nosotros llegamos a casa y luego recién nos enteramos.
Pasaron muchos años, ya me había casado e iba por mi tercer hijo, que resultó ser una nena después de dos varones.
Era una bebé de tres o cuatro meses, no recuerdo bien el mes en que volvió a nevar.
Estaba cocinando y me quedé maravillada al ver por la ventana de la cocina hermosos copos blancos, que se posaban sobre las plantas del jardín.
Abrigué bien a mis dos hijos mayores, de seis y ocho años, y los insté a que salieran a jugar con la nieve.
Intentaban hacer bolas de nieve para tirárselas, pero en sus manitos se convertían en verdaderos proyectiles, porque se transformaban en hielo macizo.
En fin, disfrutaron el momento y fue la única vez para ellos, que vieron nevar aquí en Rosario.
Luego, cuando fueron adolescentes, con el viaje de graduación, se estilaba ir a Bariloche, así que allí sí que pudieron disfrutar de los paisajes nevados.
Aún me llama la atención que en las dos oportunidades que vi nevar, haya sido al mediodía y que no hicieran muy bajas temperaturas.
Quién sabe cuándo volverá a nevar nuevamente en nuestra hermosa ciudad.

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