sábado, 7 de septiembre de 2024

Mi cabello y los peinados raros

 María Alejandra Furiase

 

 

Tenía alrededor de tres años en aquella foto, que algún fotógrafo me sacó en Rosario, corriendo con un peine en la mano, por la vereda ancha de la casa de mis abuelos paternos.

Sin colores esa fotografía, pero con mucha vida.

El empedrado en las calles.

Vestido rosa pastel tejido, zapatitos de charol, zoquetes blancos con puntillas. Casi lista para alguna salida familiar, solo me faltaba peinarme. Mi cabello se enredaba, y cada vez que mi mamá me quería peinar era mi deseo querer salir corriendo, cosa que a veces lograba hacer.

Mi cabello era castaño, fino, lacio y relativamente corto.

A medida que fui creciendo, ya en preescolar con cinco años, mi cabello también lo hacía, fue entonces cuando aparecieron las dos colitas, raya al medio tirantes, que jamás se desarmaban, invisibles para sujetar algún pirincho suelto, como decía mamá mientras me acomodaba el cabello y los moños de cinta de raso azul y siempre terminaba con un corte de tijera en diagonal, como dibujando una punta en cada extremo de los lazos, los días que teníamos Educación Física, y cintas de raso blanco para el resto de los días.

Con la adolescencia, recuerdo que me encantaba hacerme “la Toca”, que era un clásico método que se usaba en los años 70 y 80 para alisar el cabello. El procedimiento era, ya con el cabello limpio y seco, elegir del centro de la cabellera una cantidad reducida de cabello para enrollar en un rulero grande, el más grande de los comunes que mamá tenía en su neceser.

Para evitar los rulos, ella usaba los ruleros térmicos anaranjados opacos, que se ponían en agua a calentar; y, una vez que hervía, ya se podían colocar en la cabeza y se los sujetaba con un agarre color blanco de plástico rígido que se usaba a temperatura ambiente; y luego se lo fijaba con las pincitas, una de cada lado del rulero. Y luego, para finalizar, se giraba el cabello alrededor de la cabeza en el sentido de las agujas del reloj y se le iba colocando pincitas para que quede así y no se deslice. Si tenías red la usabas sobre la cabeza y era una forma de mantener asegurados los pirinchos.

Transcurridas varias horas, tenías que retirar todos los elementos con cuidado para que no se enganchen y te tire; y, después, peinar y, si así lo deseabas, te ponías fijador en spray Telnet de L’Oreal.

A los veinte me hice la permanente para no tener que atender tanto a mi cabello. No me sentí cómoda, así que me lo fui cortando hasta hacerla desaparecer, volviendo a la melena hasta los hombros, lacia, con flequillo.

Pude experimentar con varios colores: rubio, colorado, marrón chocolate, negro. Mientras tanto, me iba mirando cada vez más al espejo, más internamente, para descubrirme, para encontrarme, para dejar de correr con o sin peine, para verme verdaderamente y abrazarme, agradeciendo, entendiendo más los silencios, las miradas, mi mirada, mi silencio, mis palabras, mi voz, mis dudas y mis certezas, mis luces y mis sombras, mis tiempos, mis deseos, mis pasos, mi camino. Mis decisiones. Mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario