martes, 17 de septiembre de 2024

Viaje. Parte 1

Hugo Longhi

 

Sabido es que existe un imaginario punto cronológico marcado tras la caída del Muro de Berlín, a partir del cual el mundo cambió. Desapareció –aunque solo en apariencias– la división Occidente-Oriente y todo se globalizó.

Nuestro país no escapó al ingreso a esa nueva etapa e iniciamos la controvertida década de los 90, donde todo lucía perfecto, creíamos que mejorábamos el estándar de vida y marchábamos hacia el bienestar definitivo.

Por aquellos tiempos se me ocurrió incursionar en un pasatiempo simple, pero a la vez extraño para la mayoría. Para no profundizar en detalles que no sean objeto de este relato diré que se trataba de escuchar emisoras de radio internacionales que transmitían en español.

Estas radios, que dependían directamente de sus respectivos gobiernos, también cayeron en la lógica de que manejaban presupuestos holgados. En ese contexto fue que comenzaron a organizar concursos de diversos tipos y con variados premios que iban desde un simple llaverito con el logotipo hasta objetos artesanales que representaban a la cultura ancestral de su pueblo.

Y hasta en algunos casos dieron un paso mucho más gigantesco recompensando a sus oyentes con viajes para conocer el país. Y aquí, finalmente, arranca la historia que deseo compartir.

Los ubico en una medianoche de finales de mayo de 1996. Regresaba a casa con mi entonces esposa tras una cena con amigos. Ni bien entramos sonó el teléfono a esa extraña hora. Era un colega, también oyente, que casi al borde de la desesperación nos avisa que Lilian, mi mujer, se había ganado un viaje y que la emisora estaba tratando de ubicarla sin éxito, porque no estábamos en casa. La cosa no comenzaba del todo bien.

El viaje en cuestión era, ni más menos, a Corea del Sur. Entre los diexistas, que así nos denominamos los que practicamos el hobby, diríamos la Corea “buena” a diferencia de Corea del Norte, cerradamente comunista. Por supuesto, todo esto último dicho en un tono informal.

Bueno, la Corea que fuere significaba un trayecto hasta el otro lado del mundo, sitio insospechado y que prometía ser apasionante. Aparte con todos los gastos pagos. Aventura ideal.

Pero, y siempre hay un “pero”, el camino hacia Seúl no sería nada llano. Resumo a la gran carrera los innumerables inconvenientes que se presentaron a cada instante.

Luego de los primeros contactos con Radio Corea Internacional y ya sabiendo que la fecha del viaje sería a mediados de junio, mi mujer se plantó y no quiso viajar sola.

“Si no venís conmigo, yo no voy”, me sentenció. A mí, ir me entusiasmaba, pero tendría que pedir permisos en el trabajo y, sobre todo, pagarme los enormes costos de tarifa aérea y demás. De nada valió discutir. Cuando la flaca se plantaba era inflexible.

Así que tuve que armar una planificación para ir con ella. Primero, que la radio me lo autorizara, no hubo problemas; en mi trabajo conseguí vacaciones anticipadas y el dinero… apareció de algún lado.

Como no tenía mucha experiencia en viajes y encima el destino no era nada tradicional, opté por gestionar mi pasaje a través de una conocida agencia de turismo local. Internet recién empezaba a dar sus primeros pasitos y ayudaría bastante.

La ruta hacia el Oriente se iniciaría en San Pablo, Brasil, por lo que tuvimos que hacernos cargo del trayecto hasta allí. Los problemas fueron tratar de conseguir un billete aéreo en el mismo vuelo que iría Lilian a Seúl, que ya había recibido el suyo por correo.

Korean Air tenía una oficina en Buenos Aires atendida por un tal Antonio, nombre de fantasía ya que luego descubrí que era coreano. Tipo difícil si los hay. Con su pasmosa tranquilidad oriental nada resolvía en el acto.

Los días iban transcurriendo y mi pasaje no aparecía, al tiempo que mi angustia se iba convirtiendo en desesperación. Con la chica de la agencia y este tal Antonio estábamos en contacto todos los días y a cada rato, pero sin mayores resultados. Hasta me propusieron que llamara a Seúl. ¿A qué hora? ¿En qué idioma? Una locura.

Finalmente, un día antes del vuelo. el billete estuvo y nos dispusimos a viajar. Ella fue directamente a Ezeiza, mientras que yo debería pasar por Korean en el centro porteño a retirar el pasaje que, dicho sea de paso, no estaba allí, sino que debía traerlo un delivery desde algún lugar. También los dos lugares para el tramo hasta San Pablo.

Yo miraba el reloj y consultaba a Antonio que nunca tenía respuestas para nada. Cuando la película ya casi terminaba en desastre apareció un chico en moto y final feliz. ¿Final feliz, dije? Ya veremos.

Me tomé un colectivo urbano hasta el aeropuerto que tardó más de lo previsto. Para completar la serie de penurias al llegar no encontré a mi esposa. La busqué por toda la estación aérea y nada. Llegó al rato, también retrasado su transporte.

Casi con el horario de partida encima logramos embarcar hasta la escala brasileña. El viaje se desarrolló sin inconvenientes hasta arribar al mostrador de embarque de Korean y allí arrancaría otro de los capítulos dramáticos de esta historia. 

Eso se los contaré otro día.

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