lunes, 2 de septiembre de 2024

Almorzando con mis raíces

 Susana Dal Pastro

 

Mientras lavo muy bien las papas aparecen las narices arrugadas de siempre diciendo: “¿Eso vas a comer otra vez? Hum, ¿cómo te puede gustar esa comida?” No entienden que se trata de un alimento completo de sabor, de tradición y de entrañable compañía. Cada vez que preparo mi plato del alma siento acercarse a la mesa los seres queridos de mi niñez.

Las papas con su cáscara ya están hervidas; las dejo enfriar apenas, las pelo y las piso.

En los años cincuenta no hacía falta esperar el 29 de cada mes para comer ñoquis; cualquier día venía bien para reunirnos. Y juntos volver a escuchar las historias del lejano y añorado pueblo italiano de donde había venido la parentela.

Listo y salpimentado el puré; un puñado de harina, un huevo; mezclo y estiro la masa.

 Los relatos abarcan una amplia distancia de tiempo; los nonos paternos nacieron alrededor de 1878; se casaron a los veinte años de edad y tuvieron los hijos en los comienzos del 1900. Mi tío y mi papá estudiaban en escuelas de arte e industria cuando estalló la Gran Guerra. Para ese entonces el nono ya no estaba.

¡Ay! Me cuesta dar forma a los ñoquis. Pensar que la nona los hacía tan fácilmente.

Entre 1927 y 1928 mi papá y mi tío llegaron a Rosario con una valija de sueños y apenas lo puesto; ahí, bajo un cielo diáfano, estaban el río y la pujante ciudad prometiendo gratificar esfuerzos. Pronto, junto a otros paisanos lograron sentirse parte de estos lares. Los hermanos trabajaron y ahorraron para traer con ellos a la nona y a su sobrina casi hija, Elena.

 Mi papá se casó con la María, mi madre; el tío, con la prima Elena que, tras varios años sin verse, lo había deslumbrado. Ahora, había dos familias más establecidas en la turbulenta República de la Sexta. El barrio de entonces era un gran espacio de casas bajas, vivero, clubes, cines, heladerías, depósitos de maderas, industrias, talleres, fábricas. La fábrica de conservas de nuestros vecinos le daba un ritmo colorido a la zona cuando, a media mañana, las trabajadoras de delantal, cofia y botas iban a buscar bizcochos y facturas a la panadería.

Se destacaban los campanarios de las iglesias, instituciones como el Hospicio de Huérfanos, Instituto “El Buen Pastor”; hospitales y ferrocarril, completaban la geografía. Los pobladores de distintos orígenes eran todos sencillos y solidarios.

Los chicos teníamos varias escuelas cerca para asistir; jugábamos en la calle o en la plaza y también nos hamacábamos en las palmeras del bulevar. Bajo la mirada atenta de los vecinos andábamos por las veredas en bici, en Ferrari de lata o en sulkyciclo.

Todos los años aplaudíamos a nuestros hermanos, primos y amigos en los esperados conciertos de piano que organizaba Rosa en su gran casa de balcones abiertos para que todos pudieran oír y disfrutar del evento. Las madres sonreían emocionadas ante el talento de sus hijos.

Crecíamos sanos y contentos de tanto que teníamos.

Desde aquel entonces mantenemos todos los vínculos heredados. La ciudad, reconocida hija de su propio esfuerzo, sigue siendo abierta, cálida, hospitalaria.

Una vez, un viajero me dijo que Rosario es linda porque tiene nombre de mujer.

Hoy, 2024, la Sexta es la Cuarta que crece a lo alto y a lo ancho. Van surgiendo atractivos edificios en todas las cuadras. Nosotros no nos movimos de acá. Nuestro árbol tiene brotes nuevos; ahora cuidamos y paseamos nietos, y mi prima ya es bisabuela.

A lo largo del tiempo tuvimos grandes momentos y no tan grandes. Alegrías y tristezas, resignación y esperanza; siempre esperanza.

Los ñoquis ya están cocidos; los baño con un poco de manteca derretida; rocío con canela mezclada con un “fitin de zucchero” y listo.

 El aroma dulce del plato y los recuerdos me hacen agua la boca. 

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