Noemí J. Vizzica
Mamá ya llegué y no me pasó nada.
Mamá ya llegué y no me pasó nada.
Menos mal que regresaste. Hasta que no te veo, mi
preocupación y angustia es muy grande.
Este diálogo se repetía todos los sábados a la mañana, en
nuestro hogar, durante 1966.
Ese año mi hermano Luis debía ser sorteado para cumplir con
el servicio militar obligatorio.
Las conversaciones sobre el tema eran habituales ante la
proximidad del acontecimiento.
MI madre insistía en que hiciera un curso de tiro, que en
aquel momento permitía que con el certificado de aprobación se presentara en el
distrito y su ventaja consistía en que el joven, si obtenía un número alto, que
pertenecía a “La Marina, se salvaba por haber completado dicho requisito
Pero ese decreto tenía una desventaja, si el joven en el
sorteo sacaba un número bajo, con ese certificado de tiro, sí o sí, debía
cumplir con la patria y realizarlo en el Ejército.
Mi hermano se enfrentó a una gran encrucijada. Al principio,
se preocupó y después optó por el camino más fácil “no hacer nada” y confiar en
la buena suerte.
El esperado día del sorteo llegó y obtuvo el número 960; es
decir, cumplir con la Marina, que significaba perder dos años de estudio o
trabajo.
El pronóstico de mi madre se había cumplido: él debió
soportar sus reproches y acrecentó en el ella el apodo que ya le habíamos
puesto de “bruja”.
Cierto día, mi hermano se enteró que realizando un curso de
piloto, con 40 horas de vuelo, se podía presentar el certificado a las
autoridades del distrito y con ese requisito pasar de la Mariana a la
Aeronáutica.
La solución parecía llegar, aunque surgió otro
inconveniente: el curso requerido era pago y mi familia no podía afrontarlo. La
única persona que podía ayudarlo era mi abuelo materno, que poseía una buena
posición económica, pero su carácter autoritario y poco comprensivo hacía
difícil la petición. Mamá, su hija, se animó a solicitar su ayuda.
El nono Lelo se condolió de mi hermano y le dio el dinero
para pagar el curso.
Todos los sábados partía a Alvear, pueblo cercano a Rosario,
y regresaba contento por vivir otra experiencia inesperada: saber volar; pero
para mí y mi madre, ambas miedosas y trágicas, la espera era interminable.
Sufríamos pensando que le hubiera ocurrido algún accidente.
En febrero de 1967, mi hermano se incorporó a la Fuerza
Aérea y su destino fue Morón. Su gran responsabilidad y respetuosidad fueron
una gran ventaja para que lograra obtener la baja en el servicio a los seis
meses.
Regresó con más experiencia, muchas anécdotas y más maduro
aunque debió seguir soportando las quejas de mamá que le decía: “Si me hubieras
hecho caso…”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario