José Mario Lombardo
A mediados del año 1971, en General Villegas se
quemó la “Farmacia Bas”.
Diez años antes
se había quemado la tienda “El Barato Argentino”.
“El Barato”,
como se la conocía comunmente, ocupaba casi media cuadra de una de las arterias
más céntricas. Tenía grandes vidrieras que prácticamente ponían los productos
en la vereda y ofrecía una gran variedad de secciones para el buen vestir:
telas, mantas, trajes, tejidos, mercería, zapatería, en secciones muy prolijas
atendidas por empleados que habían crecido con el establecimiento.
Y se quemó todo.
En unas pocas horas de aquella noche, el fuego arrasó con telas, mantas, trajes,
tejidos y el techo de chapa que, desplomándose sobre las llamas, dejó solo unos
muros medianeros teñidos de negro rodeando una montaña de cenizas.
Por aquella
época, íbamos a jugar al fútbol al embarcadero. El embarcadero estaba formado
por dos potreros y una manga para subir el ganado a los vagones jaulas para su
traslado.
Los potreros, de
piso de tierra, eran una buena opción para jugar al futbol todas las tardes,
pero también eran una especie de atalaya desde donde podíamos ver todo el
barrio.
Veíamos cruzar
las vías a Blanca, que era la directora de la “Escuela 2”. A las seis de la
tarde, con el sonido de la sirena salían los empleados del Molino “Fenix”.
También por la tardecita, solíamos ver al “Tincho” cruzar las vías tranqueando
el camino como si lo midiera con sus grandes zancadas, dirigiéndose al cine
donde cortaba las entradas de la función noche.
Desde nuestro observatorio podíamos ver quien
entraba o salía del boliche de la esquina, del almacén de Don Raúl, las chicas
de “la costura”, esto es las que iban a aprender corte y confección. También el
recorrido diario del lechero, del hielero, del querosenero, del afilador. Es
decir: frente a nosotros pasaba la vida del barrio.
Sobre la calle
que daba a la “Villa Gómez” y bien frente al embarcadero, vivía “El Gringo”,
que era nuestro infaltable puntero izquierdo, muy petiso y muy hábil. Su vecino
a la izquierda era “El Flaco Miguel”, pintor de oficio y delantero centro en la
“segunda” de Atlético. “El Flaco” con nosotros no jugaba, porque trabajaba todo
el día para parar la olla.
Un día, corrió
la noticia de que “El Flaco Miguel” había desaparecido. Primero, se pensó que
se había ido de parranda con algunos y que ya volvería. O que después del
partido del domingo se había ido a dormir a la casa de algún amigo. O bien que
se había quedado en la chacra donde estaba haciendo trabajos de pintura.
Lo buscaron en
todos lados. Fueron a la chacra. Revisaron el camino. Al “Flaco” se lo había
tragado la tierra.
Al final,
alguien recordó que en esos días el “Tincho” lo estaba ayudando en los trabajos
de pintura en la chacra.
El “Tincho”, que
cortaba las entradas en la función nocturna del cine, se había quedado sin
trabajo cuando se quemó “El Barato”. Entonces, se dedicó a hacer changas y por
fin consiguió ese trabajito de peón ayudando al “Flaco Miguel”. Parece que
cuando lo interrogaron, luego de expresar algunas incoherencias, se lo llevaron
para la chacra.
“El Flaco”
estaba en el fondo del aljibe. Tenía un golpe en la nuca. Un solo golpe: Había
sido “El Tincho”.
Después, “El
Tincho” contó: que se había quedado sin trabajo con el incendio de la tienda,
que había conseguido la changa del cine y que después el Miguel lo llevó de
ayudante a la chacra, que le había vendido la bicicleta al Miguel porque
necesitaba dinero, que el Miguel no se la quería pagar, que entonces, ese día,
cuando el Miguel estaba subiendo la escalera, le dio en la nuca con el filo de
una brocha y que lo arrastró hasta el aljibe y se fue.
Pero “El Tincho”
no paró: que él no soportaba el trabajo en el “Barato”, que para colmo le
ordenaron que se ocupara de cerrar la tienda y, de paso, a eso de la diez de la
noche debía apagar las luces de las vidrieras. Por eso, ese día, juntó unos
papeles en la vidriera, encendió la fogata, cerró las persianas y se fue.
Era un
observatorio el embarcadero. Realmente veíamos pasar la vida del barrio.
Y algunas cosas más.
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