domingo, 13 de agosto de 2017

Con el alma al sol

Lidia Cieri

Un mes. Un mes que no te veía y ya no te vería más. La casa parecía fría en pleno diciembre de 2011 No la recorrí. Fui derecho al patio. Las plantas mostraban tu ausencia.
La reposera. Mis manos sintieron la madera despintada y mis ojos se clavaron en la lona descolorida. Apreté los párpados cuando mi cuerpo se acomodó en la huella del tuyo. Por un momento sentí tu voz llamando a D’Artagnan, la tortuga, ofreciéndole pedacitos de zapallo. No, solo eran ruidos ajenos a la casa.
Sin pensarlo, tomé el bolso que había dejado en el piso de baldosas, apoyado en la reposera. Allí, estaba el cuadernillo del taller de lectura. Distraída leí los títulos de varios cuentos hermosos y me detuve, no sé por qué, en “Enroscado” de Antonio Di Benedetto. Casi sin darme cuenta empecé a leer. ¿Sin darme cuenta? En el primer párrafo las letras negras me dijeron: “La casa que ha quedado vacía de la madre”.

Miré a mi alrededor y me pregunté por qué este texto había caído en mis manos. Pensé que yo también soy madre, pero en ese momento sentí que allí, en ese patio y hecha un ovillo sobre la vieja lona, era solo hija. Sin derramar ni una lágrima llegué al final y leí: “La claridad radiante le choca: ‘Cómo puede haber tanto sol hoy’”. Y entonces, ahí sí, con los ojos nublados me encaminé hacia tu habitación. Debía sacar tu ropa de allí.

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