domingo, 13 de agosto de 2017

Otra costumbres IV. Las visitas

Ana María Miquel

Nadie nos despertó. Cada uno se fue levantando a la hora que quiso y el punto de reunión, esta vez, era la cocina en la parte vieja de la casa. Allí, sentada a la cabecera de la mesa estaba Vera preparando panes con manteca. En la mesa había huevos duros, fiambres, frutas, tortas, café, té, leche. Guillermo trajo su equipo de mate y, por supuesto, fueron todas las explicaciones sobre la costumbre argentina y lo probaron, aunque creo que no fue del agrado de ello. Preferían beberlo como mate cocido, más parecido a un té.
Todos habían pedido permiso en sus trabajos para estar con las visitas; es decir, nosotros. Hasta las mellicitas faltaron a la escuela. Apareció Vladimir hijo, que venía de su trabajo y se integró a la mesa; mientras que Ira seguía agregando cosas, sobre todo frutas cortadas y peladas. La reunión se prestaba para seguir con las charlas, el ambiente era confortable, no hacía frío. A cada uno que llegaba se le hacía un lugarcito y era como que la mesa se seguía estirando.
Fue el momento de entregar los regalos que llevábamos y decirle a Vera que ella los distribuyera como mejor le pareciera.
Mientras me fumaba mi cigarrillo mañanero, Vladimir (padre), me llevó a ver los corrales y gallineros. Pensaba qué feliz sería mi nieta menor en este lugar. Había conejos de todo tipo, tamaño y color. Hermosas gallinas y un poderoso gallo. La vaca, aparte, en una habitación de la casa vieja. Un cerdo que estaban esperando a Semana Santa para hacer la matanza. Había un sector rodeado de alambres como si fuera un cobertizo, donde se almacenaban troncos y leña, que no era usada en la casa sino para calentar los corrales. Rodeando como en una plaza un monumento, estaba en el centro del lugar un cuadrilátero de cemento con una especie de chimenea y, allí, el fuego no se apagaba nunca. Día y noche se mantiene encendido para dar calor a los animales.
Salimos a caminar un rato por la zona y los integrantes de la familia se paraban con cuento vecino se encontraban para contarles quiénes éramos. Podíamos pasar desapercibidos en una ciudad, pero no en una aldea como esa en que todos conocían hasta el nombre de los animales del amigo.
Cuando volvimos de la caminata, nos dijeron que ya era hora de ir a casa de Marika, la hermana de Vera, quien también quería homenajearnos. Y esa era la casa donde habían vivido Pedro y su esposa; es decir, el hogar familiar. Hacia allá partimos todos juntos nuevamente, subiendo y bajando lomadas.
Era una construcción parecida a la de Vera, con una mesa puesta como la noche anterior y casi con las mismas comidas; pero me dio la impresión que había más soltura económica. También había venido Anika, la otra hermana de Vera, que vive en otro lugar con sus hijas.
Los dueños de casa, Marika y Boris, tenían algo que me llamó mucho la atención y nuevamente llevó mi mente a la guerra. A todas las personas mayores les faltaba algún diente; pero a este matrimonio no, porque los tenían de oro y los lucían con amplias sonrisas. También nos tuvimos que sacar los zapatos. Y ya manejábamos un poco las costumbres del lugar, sobre todo el tema de las bebidas. El almuerzo se extendió hasta las ocho de la noche. Todo el tiempo bajando botellas; pero aquí, gracias a Dios, nos sirvieron abundante café.
Lo diferente fue poder ver fotos de la familia. Por ejemplo conocimos a Vavrech Romaniw. Enseguida, buscaron parecidos con Guillermo, pero creo que no encontraron ninguno.
Se armó un picadito de futbol en el patio, se habló de quién sería el matador del cerdo para la semana siguiente, de las técnicas de pesca y de cómo en los hogares se hacía y fabricaba todo lo que llevaban a la boca. Realmente es toda comida orgánica. Encima, conservada por el frío del lugar. Por ejemplo, en la casa de Vera, en una galería frente a una ventana abierta y con tela mosquitera, se extendía una mesa llena de fuentes de comida tapados con manteles. Ni siquiera la manteca la ponían en la heladera. Y habían cocinado varios días, para no tener que hacer nada cuando nosotros llegáramos.

Pregunté cuál era la temperatura en el invierno y me dijeron que el que acaba de pasar había sido muy benigno, solo veinte grados bajo cero; pero el anterior había sido de treinta grados bajo cero y, por supuesto, todo cubierto de nieve.

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