domingo, 13 de agosto de 2017

De Liguria a Villa María

Haydee Sessarego

En 2012 recibo un mensaje privado en Facebook en el que una chica joven me comunicaba con mucho entusiasmo, que éramos primas en segundo grado.
Miro su foto de perfil y le respondo que podía ser mi hija menor, a la sazón de la misma edad de la mía, en esos años.
Anita, así se llama mi prima, me relata acerca de nuestro parentesco. Ahí comienzo a entender y entonces paso a relatarles un retazo de mis orígenes sessareguianos.
Desde que tuve uso de razón escuché hablar dentro de la familia de mi abuelo paterno: Juan Constate Sessarego, nacido en Nervi, Italia. Mi abuelo Juan falleció cuando yo tenía un año. Solo me quedaron de él fotos y relatos que transmitieron mi abuela, su esposa, y los demás miembros de la familia como mis padres y tíos.
Pero vuelvo a la historia que les quiero contar. Mis bisabuelos Francesco y su mujer Madalena Costa se embarcaron en el puerto de Génova, cercano a su ciudad natal, Bogliasco, comuna de Nervi, con rumbo a la Argentina a finales del siglo XIX. Repletos de baúles y enceres, traían consigo al menos a tres de ocho hijos que quedaron vivos hasta la adultez. Con honestidad no recuerdo cuántos hijos en total gestaron esos bisabuelos. Por la documentación que poseo, sé que una hermanita de mi abuelo, apodada Constanza, no llegó a la adultez ya que en los registros de entrada a la Argentina está escrito su nombre, creo que debajo del de mi abuelo, que era el mayor y jamás la nombraron como una tía de mi padre.
Previamente al contacto con Anita, en 2009 recibí un mensaje privado por Facebook y mediante email de Luca Sessarego, un joven de menos de 30 años en ese entonces. Convocaba a reunirnos a todos los “Sessarego nel mondo” en junio de 2011 en Bogliasco-Sessarego. Sí, en el pueblito de montaña mirando al mar donde se originó mi apellido paterno. Fue imposible viajar en ese momento por diversas causas.
Al comenzar a chatear con Anita, me explica que su abuelo Ítalo era un hermano mucho menor de mi abuelo Juan. Su padre Carlos era primo hermano de mi papá de igual modo, 20 años menor que el mío y que vivían en General Pacheco. No podría explicar con justas palabras la emoción y asombro que esta noticia provocó en mí. Ni en mis más remotos sueños hubiese pensado que había primos de papá vivos. Ni hablar del modo requete feliz con que inmediatamente se lo comuniqué a mi familia y especialmente a mis hermanos.
No termina aquí. Anita me cuenta que también tenemos otros dos tíos abuelos en segundo grado, hermanos entre sí, en la provincia de Córdoba, Marta en Córdoba capital y Roberto en Villa María.
Al llegar a nuestro país, Francesco se instaló junto a su familia en Bahía Blanca, ciudad tan portuaria como su querida Génova. ¿Cómo fueron a parar a Villa María? Es todavía un misterio. Ninguno de los que quedamos vivos lo sabemos con certeza. Francesco era arquitecto, lo que en realidad significaba ser maestro mayor de obras. En esa ciudad cordobesa fue donde definitivamente se instaló mi bisabuelo. Allí compró tierras que mandaba a cultivar por sus hijos varones, siendo niños ya que según contaba mi padre, era estilo padre padrone, es decir muy severo y malhumorado.
Mi abuelo era un ser buenazo, muy educado, un autodidacta de la época, muy inteligente y ávido lector. Él le relataba a mi mamá, su nuera: “Mira Elba, mis primeros explotadores fueron mis padres que me mandaban a sembrar con un pan y una cebolla para comer, con frío o calor, teniendo nueve años”. Su padre se quedaba sentado junto a una bordalesa de aceitunas, sin trabajar, pero… vigilando, mandando, ordenando. El abuelo Juan no concebía que se actuara así con los hijos. Más adelante Francesco, ya con hijos mayores y nietos, logró emprender una marmolería que fue y es muy mentada en Villa María. Hoy, hay varias placas firmadas por mi abuelo Juan y su hermano Virgilio en el cementerio local y otros lugares emblemáticos.
Como fue muy común en las familias de la época y máxime de inmigrantes, hubo distanciamientos intrafamiliares Esa vicisitud, agregada el fallecimiento prematuro de mi papá, se sumaron para que los bisnietos sepamos bastante poco de nuestros tíos abuelos.
Los nombres de los que vivieron, los recordé siempre: Virgilio, Ítalo, Enrique, Mario, Darío, Eugenia y Rodolfa. De las dos tías abuelas mujeres el rumor o afirmación familiar consistía en que ambas tenían caracteres fuertes y difíciles.
Darío fue el padrino de mi padre y uno de los primeros aviadores del país. Está denominado como uno de los héroes de la aviación civil en Argentina. Se mata a los 27 años, precisamente en un accidente piloteando su avión. Fue el bohemio de esa la familia. Mi padre, pese a que falleció siendo él muy chico, lo quiso mucho. En Villa María existe un monolito que lo conmemora. 
Mario fue corredor de autos y también es recordado en la historia de ese deporte. A él lo conocí personalmente en casa de mi abuela María, teniendo yo, aproximadamente, ocho o nueve años. Lo recuerdo muy bien. Era muy simpático, lo que se dice un tipo entrador.
Voy y vuelvo en el tiempo pero es lo que me sale espontáneamente.
Facebook mediante comencé, a contactarme y chatear con quién llamo tía Martita, una mujer apenas unos años mayor que yo. Es una amante del arte en todas sus manifestaciones. Nuestra alegría era del tamaño de un mar. Fue en mayo de 2013 que pergeñé la idea de juntarnos todos los que pudiésemos aquí, en Rosario.
Un tema a tener en cuenta fue ¿dónde para tanta gente? Después de barajar múltiples posibilidades, elegí la Casa del Graduado de Ciencias Económicas, de calle Laprida entre Zeballos y Montevideo, un lugar muy cálido.
Convoqué a mis hermanos y familias y a mis primos hermanos junto a los suyos tanto al que vive aquí, Albertito, como a los que viven en distintas ciudades de Córdoba.
En días y noches previas me pasé buscando entre fotos antiguas que escanée para regalar a mis tres tíos abuelos, deleite de tíos, que llegaron desde otros puntos del país.
El broche de oro fue la presencia de Luca Sessarego, que estaba en Argentina y aportó mucha documentación y un libro escrito por él con una investigación en diferentes países adonde emigraron los Sessarego, digno de un cronista historiador. Pesquisó como detective en casas de familias, bibliotecas y parroquias. Su obra, que regaló a cada familia, escrita en italiano, español e inglés se llama “Sessarego si raccontta. Il paese e i suoi emigrante”. Su presencia supuso un lujo que todos valoramos con infinita gratitud.
Y llegó el ¡gran día! El 8 de junio de 2013, un azul y frío sábado soleado, me desperté temprano, desayuné e inmediatamente me dirigí a la plantería. La tarde anterior había encargado algunas flores especiales para adornar la larga mesa.
Me decidí por violetas de los Alpes de colores blanco y rojo e hice envolver cada macetita con papel crepe de color verde. De esa manera, imaginé se formaba la bandera italiana. Sobre el final, las regalé a las mujeres de la familia. Los manteles también fueron de los tres colores.
El menú: antipasto, ravioles caseros con tuco, regados con buen vino. Tampoco faltaron, gaseosas y soda. De postre helados, masas y bombones con el café.
En esa mesa tendida para el familión convergían tantos olores, colores, sabores que retrotraían a tiempos en los que estábamos todos. Pese a esa remembranza que suena a tristeza, sentí algo así como un atadito colmado de buenos momentos que estuvieron presentes hace años y seguían de igual modo, ese día en ese lugar.
Cerca de las 13 estábamos todos y comenzó el intercambio de recuerdos: las fotos con mi abuelo en mi bautismo en la que estaban retratados además papá, su madre, mi madre, las tías demás familiares; fotos de papá estudiando Medicina en su escritorio con una calavera al lado, de su casamiento con mi madre, etcétera. Se armó un álbum de bellas postales, ya que los demás también aportaron lo suyo. Mi hermano Charlie regaló, a cada tío, monedas italianas que coleccionaba nuestro abuelo y que le fueran legadas a él, el nieto primogénito de la familia.
A esta juntada plena de significados la denominé en el álbum de fotos que armé luego en Facebook: “Sessaregueada”. Luego del almuerzo, sobremesa y fotos, la seguimos en casa. Luca se alojó en nuestro hogar por varios días para continuar con sus investigaciones. Fue un día maravilloso y cargado de felicidad y emociones.
Hoy, Luca con 30 años es arquitecto. Se especializa en la puesta en valor de diferentes viviendas y sitios históricos del pueblo Bogliasco-Sessarego. En septiembre de 2014, con su tenaz y prolífera labor de joven muy entusiasta, logró hermanar a la ciudad argentina de Chivilcoy con la suya. La ciudad bonaerense es la que posee más personas con nuestro apellido. Este febrero volvió a casa y nos contó que está en pareja con una chica Sessarego, precisamente de Chivilcoy, de la que no es pariente consanguíneo y viven en el pueblo genovés.
Cuando muchos años antes en septiembre del 2000 recorrí Liguria, bellísima por su geografía, me sumergí entre rocas en el mar que bordea a Nervi, miré al cielo y le dije con mis pensamientos a papá: “Estoy en el lugar donde nos contaban que el abuelo Juan recordaba tirarse junto a su madre desde una roca, a los siete años”. Mis padres habían planificado un viaje a Europa para junio de 1981 y papi deseaba ir donde sus orígenes. No pudo ser. Precisamente en junio, hoy hace, 36 años, le diagnosticaban la maldita enfermedad que lo llevó para siempre.
La “Sessaregueada” fue profundamente charlada, colmada de risas, complicidades y anécdotas. Pero resalto que fue, sobre todo, muy muy disfrutada por toda la familia. Ahora solo falta otra similar, pero en Villa María, la cuna argentina de esta familia de origen tano.

Estos hitos muy importantes en la configuración de mi identidad más la colaboración con la fecha muy significativa, despertaron mis sentimientos para a escribir este relato.

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