Ana María Miquel
Todavía el sol estaba alto, serían como las seis de la
tarde y propusieron que nos sentáramos a cenar. Le dije a Guillermo que quería
ir al baño a lavarme aunque sea las manos y con una sonrisa me comenta: “¿Preferís
el baño del Siglo XVIII o el moderno?”. Lo miré extrañada y le respondí: “El
moderno, por supuesto”.
Me acompañó a la parte vieja de la casa, previo cambio de
chinelas y zapatillas, y me indicó el baño, pegado a la cocina. Era una sala de
baño de cinco por cinco metros, con bañera, una cortina grande que separaba el
lavabo de la bañera y el inodoro. Por supuesto que no tenían bidé. Grande fue
mi sorpresa cuando me fui a sentar en el inodoro y lo encontré calentito. No me
había fijado que la tabla estaba cubierta con un tejido de lana. Cuando llegué
al comedor comenté mi descubrimiento y Anastasia me explicó que era una
costumbre, ya que las tablas son muy frías para las mujeres. Valga la
aclaración, cuando nos volvíamos me regalaron una funda de terciopelo para mi
inodoro.
Volvamos a lo nuestro. Nos sentamos a cenar: Vera con su
esposo Vladimir; sus hijos Iván, el menor; Sergei, casado con Ira y padres de
unas mellicitas de tres años de piel transparente y cabello casi blanco;
Anastasia, Guillermo y yo. Faltaba el hijo mayor, Vladimir, que estaba
trabajando y el segundo Román, que falleció hace unos años ahogado en un río.
Comenzamos a hablar de las delicias que había en la mesa
y Vladimir a escanciar vodka en todos los vasos, ya fueran hombres o mujeres y
allí vino una explicación de Anastasia. El primer vaso se debe tomar a fondo
blanco y el que lo sirvió deja la botella frente a otro integrante de la mesa. Este,
cuando ve alguna copa vacía, se levanta y la vuelve a llenar; pero vuelve a
dejar la botella a otra persona y, así, sigue la rueda interminable. Y como a
mí me enseñaron que es mala educación rechazar comida y que donde fueres has lo
que vieres, le empecé a dar al vodka a la par de todos. Era excelente.
Pero también tuvimos otra explicación, porque a mí me
llamaba la atención que no retiraran las cosas saladas de la mesa, sino que
seguían trayendo comida pero no sacaban ninguna fuente que tuviera algo.
Después de un rato trajeron tazas de sopa con cucharadas de crema de leche
adentro. Todos los platos seguían en la mesa. Seguíamos tomando vodka, coñac,
champagne, vino y muy poca gaseosa. En un momento dado, Ira volvió con Vera a
la casa vieja y trajeron tortas espectaculares, que se mezclaban con los platos
de carnes ahumadas y pescado, como así también las fuentes con bombones. La
explicación fue, que para seguir bebiendo de la manera en que lo hacíamos
debíamos, después de cada sorbo de bebida, llevar algo al estómago. Sobre todo
algo grasoso ya que esa grasa cubre las paredes del estómago y hace más lenta
la asimilación del alcohol en sangre.
* Δ = hombres Ο = mujeres +
= fallecidos Ο = autora del árbol
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Aquí me vino a la mente un dicho que le transmití a
Guillermo: “Colesterol, colesterol, bancate este gol”.
La conversación fue muy variada y pasaba del ucraniano al
inglés y del inglés al español. A mí las cosas ya me llegaban resumidas. Pero
no me amilané y seguía el ritmo de la charla.
En un momento comenzaron las preguntas y luego las
confidencias. Por ejemplo, querían saber la vida que habían llevado en
Argentina Eugenia, sus dos hermanas y su mamá. Entonces Guillermo propuso que
la que tenía que hablar era yo, que conocía un poco más del tema. Fue así, como
entre otras cosas les conté que a Eugenia la habíamos cremado cuando falleció.
Vera me miró con cara de espanto y pasaba su mirada de Guillermo a Anastasia,
hasta que al final preguntó: “¿Son católicos?”. Sí, por supuesto, respondimos.
No concebía que no tuviéramos un lugar en el cementerio para ir a visitarla y
llevarle flores. La casa de ellos no tenía cuadros, solo imágenes de santos e
íconos religiosos.
La noche seguía avanzando pero la reunión estaba muy
interesante. Ahora tocaba el turno a nosotros de hacer preguntas: “¿Cómo fue la
vida de Pedro y su mamá María?”. Pedro Litynski era hijo de María Litynky,
hermana de Victoria Litynski madre de Eugenia, Stacha y Maruka.
Nos explicaron que Pedro se crió al lado de su madre y
trabajó desde la más tierna infancia en el campo. Que nunca se separó de su
mamá y que su mamá nunca se casó; como así también que, en su momento, Pedro se
casó y fue padre de Vera, Anika y Marika. O sea que mi marido es primo hermano
de esas tres mujeres; porque…
Aquí saltó la pregunta del millón realizada por Guillermo.
“¿Y se sabe quién fue el padre de Pedro?”. A esta pregunta todos se rieron, más
que nada Vera, que sacudiendo su osamenta en sonoras carcajadas, le respondió: “Tu
bisabuelo Vavrech Romaniw”.
Nos estaban confirmando todo lo que la abuela Eugenia nos
había contado en su momento. Vavrech Romaniw había tenido un hijo con su
cuñada.
Al avecinarse la guerra, Vavrech Romaniw tomó a su
familia legítima: Victoria su esposa y sus tres hijas, y se las trajo a
Argentina, con la promesa de que algún día mandaría a buscar a María con su
hijo Pedro. En ese entonces, Pedro era un bebé de pecho y Eugenia junto a sus
hermanas, niñas de nueve, doce y catorce años (hermanas de Pedro).
Promesa que nunca cumplió. Sí nos contaron que una vez
había llegado dinero a nombre de Pedro Romaniw, pero nunca estuvo en sus manos,
ya que él se llamaba Pedro Litynski. Llevaba el apellido de soltera de su mamá.
Como era la época dura de Europa del Este, ese dinero fue devuelto al remitente
y nunca pudieron saber desde dónde lo habían enviado.
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