domingo, 13 de agosto de 2017

Otras costumbres III. Cada uno con sus pensamientos

Ana María Miquel

Ya era noche muy cerrada cuando nos fuimos a dormir. A Guillermo y a mí nos dieron excelentes habitaciones, amobladas con todo confort. Muebles muy finos y nuevos, que según nos explicaron es con lo que le habían pagado a Vladimir (padre) cuando cerró la fábrica de muebles donde trabajaba. Anastasia durmió cerca de mí en un futón que había en el comedor.
Creo que nos acostamos cada uno pensando en los otros. Por mi parte, puedo decir que los viví como una familia de luchadores, que son capaces de desempeñarse en cualquier tarea y, mientras sea trabajo, lo harán bien.
Vera, muy suelta de cuerpo y sacudiendo su enorme cuerpo en carcajadas, nos había contado que ella estuvo presa en Polonia. Primero, pensamos que nos estaba haciendo un chiste; pero luego nos dimos cuenta de que era verdad. Se iba a Polonia a vender ropa en las calles, como los manteros de la calle Córdoba. Varias veces la había corrido la Policía, pero ella siempre volvía acompañada de alguna de sus hermanas; hasta que un día no solo las corrieron sino que las encarcelaron y deportaron a Ucrania.
Todos en la familia trabajan. Vladimir (hijo) en una empresa de seguridad y es soltero. Román, el que falleció, estaba haciendo la carrera militar. Sergei, en la construcción y decoración de viviendas. Ira, su esposa, en una boutique. Iván (el más chico) en el campo. Vera y su esposo Vladimir trabajan en la granja donde viven y Vladimir, ya jubilado, construye habitaciones, amplía la casa, pesca no por deporte, sino por necesidad, atiende los corrales y gallineros. Vera maneja la cocina, la ropa, las nietas, los hijos, la nuera; mientras estábamos reunidos, por momentos sentíamos mugir la vaca y ella pegaba un salto exclamando: “Me está llamando la vaca”. No recuerdo el nombre de la vaca. Pero este pobre animal estaba muy triste, además de tener sus ubres hinchadas, porque habían tenido que vender el ternero ya que este hijito tomaba demasiada leche y no les dejaba la cantidad suficiente para preparar los alimentos de ellos.
Yo creo que lo vendieron para recibirnos a nosotros. Me da la impresión, ya que el sueldo promedio de un ucraniano es de cien dólares, pero un litro de nafta cuesta un dólar. En consecuencia, la vida para ellos es carísima, mientras que para nosotros nos resultaba muy barato todo, aunque no tuvimos oportunidad de ver muchos negocios.
Vera y Vladimir (padre)
También hablamos de la guerra que está manteniendo Ucrania con Rusia. En Ternopil aún no se sentía el rigor de la contienda; pero en el límite con Rusia la cosa era distinta. Anastasia tiene a su familia viviendo en esa zona y nos explicaba que los soldados ucranianos no tienen armamento; en consecuencia, no atacan a los rusos. Solo se defienden, si los provocan; ya que los rusos tienen armas de última generación. A esta altura de los combates, ya son miles los soldados ucranianos muertos, aunque no se transmita a los medios. A los soldados les pagan 200 dólares por ir a la guerra. El señor Putin pretende quedarse con esa parte rica en petróleo de Ucrania y dejarles a los prooccidentales solo la tierra cultivable, sobre todo con trigo. Por eso, la bandera de Ucrania tiene dos franjas: la de arriba celeste por el cielo y la de abajo amarilla por los campos de trigo.
Durante la cena, Guillermo insistió en que quería llegar a lo que había sido el pueblo de la abuela Eugenia, ya que quedaba a unos pocos kilómetros de dónde estábamos; pero le explicaron que en el lugar donde había nacido la abuela había sido una aldea de doce familias, la cual fue arrasada durante la guerra y que no había quedado nada en pie, ni siquiera restos de casas. Que en estos momentos era campo traviesa. Con mucha tristeza y por falta de tiempo, no pudo llegar al lugar.

Aunque mi cabeza quería seguir funcionando, el vodka la hizo quedarse quieta y dormir plácidamente.

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